Aunque cada vez se habla más de salud mental, muchas personas siguen teniendo dudas que no se atreven a compartir. Cuando hablamos ya no solo de salud mental, sino de una emoción tan común como la ansiedad, las preguntas se disparan.
Nadie nace sabiendo y por eso la psicóloga Marina Pinilla va a responder siete preguntas de siete jóvenes que quieren saber un poquito más acerca de la ansiedad.
¿Eres humano? Pues tienes ansiedad, porque es una emoción como la alegría, la tristeza, la ira o la vergüenza. Nacemos programados para sentirla en ciertas situaciones, concretamente ante un peligro. Otra cosa son los trastornos de ansiedad.
Para saber que padeces un trastorno de ansiedad, hay que acudir a un psicólogo. No es recomendable autodiagnosticarte mediante posts de Instagram o artículos de internet.
Dicho esto, una señal problemática es que la emoción de la ansiedad aparece cuando no toca. En otras palabras, cuando no hay un peligro. Por ejemplo, cada mañana antes de ir a la universidad o de ir a trabajar, sientes ansiedad. O cuando quedas con tus amigos, aparece la ansiedad. O cuando te vas a ir a la cama, no puedes dormir porque la ansiedad invade tu mente.
Otra señal de alarma es que la ansiedad se mantiene durante mucho tiempo. Por ejemplo, hay un “peligro” (una cita, una entrevista de trabajo, una oposición…), pero después de superarlo, pasan semanas o incluso meses y no logras salir de ese estado de nerviosismo extremo.
Finalmente, una señal de alarma es que la ansiedad afecta a tu día a día y a tu autoestima. Si piensas que no eres capaz de gestionar los retos de tu vida y todo te preocupa, lo que a su vez te genera un malestar muy grande, pide ayuda porque puede haber un trastorno de ansiedad.
No, pero el miedo a morir es un síntoma muy común de los ataques de pánico. También lo es el miedo a perder el control, las palpitaciones, la sensación de ahogo o incluso los mareos.
Lo que pasa en tu cuerpo es que tu sistema simpático se ha activado desproporcionadamente. Esto se conoce como sistema lucha-huida, un mecanismo psicobiológico que nos permite huir ante un peligro. El problema es que no hay ningún peligro, pero sí tienen lugar cambios en la presión arterial o en la dilatación de los bronquios.
Todos estos cambios no van a provocarte un ataque cardiaco porque un corazón sano está preparado para estas variaciones. Piensa que, si sales a correr o si bailas mucho de fiesta, pasa algo parecido: tu cuerpo se acelera, pero estás a salvo. Pues durante un ataque de ansiedad también lo estás, aunque tu corazón lata con mucha fuerza o te cueste un poco respirar.
Generalmente, los primeros ataques de pánico son los más intensos y duraderos, así que lo peor que te puede pasar es lo que ya has vivido.
¿Por qué ocurre esto? Porque al principio no sabes qué es lo que te está pasando y te da muchísimo miedo que los síntomas vayan a más. También asusta la posibilidad de perder el control o incluso morir. Esas preocupaciones retroalimentan los síntomas y la crisis se alarga y se agrava. Pero acaba y te das cuenta de que puedes gestionarla.
Algunas de las sensaciones más desagradables durante estas crisis de pánico son las palpitaciones, la sensación de que te cuesta respirar y te ahogas, la presión en el pecho, el mareo, la vista borrosa o los acúfenos en los oídos.
Porque la ansiedad no entiende de problemas reales e imaginarios. Se activa ante lo que cada uno interpreta como un peligro, y esto depende de factores psicológicos y sociales.
A nivel psicológico, hay un concepto llamado sensibilidad a la ansiedad que explica por qué algunas personas tienen mucho más miedo a sufrir las sensaciones físicas y psicológicas propias de la ansiedad. Si a ti te da miedo algo, puedes evitarlo y reaccionar con pánico cuando ocurre, y como la ansiedad a veces es inevitable, las personas con alta sensibilidad a la ansiedad desarrollan un estado de preocupación generalizada.
También influye lo social, como antes mencionaba. Si tienes una relación familiar, de pareja, de amistad o de trabajo tóxica, puedes adquirir miedos y preocupaciones que antes no estaban presentes. ¿Qué podríamos considerar “una relación tóxica”? Por ejemplo, unos padres sobreprotectores, una pareja controladora, unos amigos que te juzgan por todo o un trabajo en el que no se te valora.
Sí y para lograrlo es importante dejar de evitarla. La ansiedad no es el enemigo y hay una metáfora que permite entender esto mejor:
Imagínate que das una fiesta en casa y se presentan veinte personas, pero una te cae fatal. No la soportas y soportas todavía menos la idea de que se siente en tu sofá, coma la comida que has preparado con tanto cariño o pase tiempo con tus amigos. Durante toda la fiesta, estás pendiente de ella. No puedes evitar fijarte en lo que hace o deja de hacer. Además, intentas que se vaya por todos los medios: pones música que no soporta, creas silencios incómodos o incluso la intentas echar a empujones, pero no se va. Y de repente, acaba la fiesta, todos se van a sus casas y tú te das cuenta de que por una persona que te cae mal, has ignorado a las diecinueve a las que quieres.
Con la ansiedad pasa un poco lo mismo. A veces nos obcecamos tanto con evitarla o eliminarla, que no prestamos atención a otras emociones y vivencias agradables.
Hay muchas estrategias para gestionar una crisis de ansiedad. Algunas funcionan mejor para unos, y otras para otros, y algunas se aplican a solas, y otras acompañados de alguien.
Algunas estrategias acompañados son distraerte hablando de cosas ajenas a la ansiedad, el contacto físico, hablar de las sensaciones que estás experimentando, etc. Son trucos que pueden aliviar mucho el malestar.
Sin embargo, hay que tener cuidado para no convertir el apoyo social en un parche. En otras palabras, no es bueno temer estar solo y depender de alguien a toda costa para evitar la ansiedad. Por eso recomiendo trabajar también las estrategias que puedes aplicar a solas. Por ejemplo, escribir lo que sientes, realizar respiraciones, escuchar algo música, colocar las manos bajo el agua del grifo, tocar el césped, etc. Muchas de estas estrategias son sensoriales y ayudan porque permiten prestar atención a otras sensaciones y estímulos distintos a la ansiedad.
Sin juzgarle, sin tacharle de exagerado o exagerada y sin dar consejos vacíos como “tú lo que tienes que hacer es animarte”.
También, sin presionarle. A veces forzamos a alguien con ansiedad a superar sus límites porque pensamos que es lo mejor para su salud mental, y esto puede ser contraproducente.
Finalmente, ten muy claro que tú eres amigo, pareja o familiar, no psicólogo. La ayuda profesional debe venir de un especialista. No solo para proteger a esa persona, sino también para protegerte a ti.