Viajar en avión es un trámite necesario para la mayoría de viajeros, un suplicio para algunos por las demoras y el cansancio natural que provoca en nosotros el tránsito interminable por el aeropuerto y un parque de atracciones para una pequeña minoría, que decide saltarse algunas prohibiciones explícitas en el reglamento del vuelo.
Del lado de la autoridad y el servicio prestado, la relación de la tripulación de cabina con el pasaje no siempre es sencilla. Ovejas negras, gente con caprichos infantiles, pasajeros que se toman la justicia, la libertad o el silencio por su mano, malos comportamientos… Esto es lo que nunca deberías hacer en un avión, según los pilotos y el personal de vuelo. Consejos y sentido común.
Puede parecer una urgencia disculpable de quien no puede esperar a que termine el vuelo para abrazar la nicotina, pero ‘echar un cigarrito’ en un avión es peligroso por motivos que algunos viajeros eligen olvidar cuando conviene.
Está, en primer lugar, el riesgo de incendio. Quienes desoyen la prohibición suelen pasar por alto las multas, bastante cuantiosas. No es la única amenaza. El humo también puede afectar a las válvulas de presurización de la cabina. Los sistemas de ventilación de los aviones están diseñados para mantener niveles óptimos de oxígeno y eliminar contaminantes. Introducir humo de tabaco en este sistema puede dañarlo, reduciendo su eficiencia y capacidad de mantener un ambiente seguro para todos.
Arrojarle comida a otra persona, discutir a voz en grito por el espacio en los asientos, bloquear el pasillo y encarar a quien protesta son actitudes que jamás deberíamos mantener durante un vuelo, y sin embargo se dan con una frecuencia sorprendente. Los datos indican que los comportamientos violentos y agresivos en el interior de los aviones tienden a repuntar en ciertas épocas.
Un informe de la Administración Federal de Aviación estadounidense señala que 2021 fue el año con más comportamientos indisciplinado de los viajeros estadounidenses, con 5981 incidentes. La tasa de los que ‘chocan la cornamenta’, como los alces en los documentales de naturaleza, ha descendido desde entonces. Mejor ser educados con la tripulación y con el resto de pasajeros, y tratar las situaciones conflictivas con la serenidad de quien sabe que en cinco minutos podrá colocarse el antifaz del sueño y hacer como si el resto del mundo no existiera.
El acto más controvertido durante los vuelos suele generar discusiones que pueden subir de tono, y perfectamente podemos incluir este tipo de ‘choques’ en las cifras e incidentes violentos de la AFA. La mala noticia (para quien protesta) es que el servicio incluye este acto de libertad y comodidad. En el momento que pagamos un billete, tenemos derecho a reclinar el asiento, siempre que no lo hagamos en las fases críticas del vuelo: durante el despegue y el aterrizaje, donde debemos mantener el asiento en posición vertical y el cinturón abrochado. Algunas aerolíneas extienden la prohibición al servicio de comidas, para que todos los pasajeros puedan tomar su menú con comodidad.
Si estás pensando en protestar porque tu vecino de asiento ‘se ha echado para atrás’, tienes todas las de perder. La tripulación no puede hacer nada.
El personal de cabina suele contar con un tiempo acotado para realizar las tareas asignadas durante el vuelo, así que una regla no escrita es pulsar el botón de llamada solo cuando sea estrictamente necesario.
Es preferible pedir la comida y la bebida que nos apetezca durante el servicio de comidas; si nos entra un antojo, entonces es recomendable tener iniciativa, levantarse y acercarse al personal en ruta para pedirle lo que queremos consumir.
Si cada viajero en un vuelo de más de 500 personas tocara el botón rojo, el personal de cabina no tendría vidas suficientes para acercarse uno a uno a satisfacer sus demandas. Descartado, por supuesto, pulsar el famoso botón para preguntar cosas absurdas como cuánto queda para llegar, podrías decirme dónde está el baño, quiero unos huevos fritos, no sé si tenéis.
De acuerdo. Un vuelo transocenánico de 20 horas es tentador. Invita a desabrocharse los zapatos, quitarse los calcetines y dejar que la ambrosía de nuestros dedos se extienda libremente por el ambiente. Sin embargo, es un acto muy poco higiénico que no dice nada bueno de nosotros, exactamente igual que pensar que tenemos todo el tiempo para colocar el equipaje y podemos bloquear el pasillo durante el embarque, con nuestra maleta, o con ese pie que hemos decidido estirar libremente más allá de la frontera entre el asiento y el pasillo, como si estuviéramos refocilados en el sofá de casa. Enfadaremos al resto de pasajeros y nos ganaremos comentarios en voz baja de la tripulación. Pensarán mal de nosotros, y acertarán.