Maria Blanco (Madrid, 1964) es economista. Sin embargo, como ella dice, está muy preocupada por la política por cuanto sus decisiones condicionan el devenir de nuestra economía. Y de un tiempo a esta parte viene observando un deterioro en nuestro sistema político. Esas preocupaciones se han visto plasmadas en su libro Votasteis gestos, tenéis gestos (Deusto, 192 pags). Ferviente admiradora del liberalismo de Hayek, Blanco se muestra muy crítica con el bipartidismo y defensora del multipartidismo. Sin embargo, se confiesa abstencionista porque ningún partido político la representa fielmente, aunque en las elecciones autonómicas de Madrid de mayo rompió su abstencionismo para evitar que Pablo Iglesias llegase al gobierno.
Pregunta: Resulta paradójico que alguien que se muestra abstencionista esté tan preocupada por la gestión de la clase política.
Respuesta: Me alegra de que por fin alguien me entienda. Es verdad que yo soy abstencionista, pero es porque precisamente me importa mucho la situación política, no tanto por la política en sí sino por la situación política. Yo creo que uno de los medios más potentes que tenemos los ciudadanos y la sociedad civil para lanzar señales a nuestros representantes es votándolos o no votándolos. En este país nos hemos acostumbrado a votar por miedo, a votar por moda, o a votar siguiendo la tradición familiar. Por eso mi abstencionismo es una llamada de atención y el reflejo de que a mí no me representa ninguno por diferentes motivos.
P: Pero luego reconoces que el 4 de mayo fuiste a votar
R: Y voté contra el comunismo. Cuando el vicepresidente del gobierno tomó la decisión de dejar el gobierno pese a los malísimos momentos que vivíamos, para enfrentarse no contra Isabel Díaz Ayuso, sino contra la derecha, contra los fachas, contra los que no piensan como yo, me pareció un gesto muy obsceno. Yo no soy de derechas, pero nadie, y menos Pablo Iglesias, se presenta para perder y perdió tanto que se ha ido. Si no se hubiera presentado Iglesias, no hubiera votado.
P: Insinúas que la sociedad española, o al menos una gran parte, se siente alejada de los partidos y que incluso existe una distancia considerable entre unos y otros. Sin embargo, los políticos son fruto de la sociedad, no han venido de Marte ni se han criado en sitios distintos al del resto de españoles
R: Es que no es de repente. En los años 80, con el socialismo de Felipe González los políticos eran gente de la calle. Muchos no tenían estudios y estaban metidos en política nacional o autonómica. Yo no creo que ahora sean más de la calle que antes. Sí que lo parece a mí y ahí está uno de los gestos. Como dice Carlos Rodríguez Braun, el estado te mira a la cara y te dice “yo soy tú” y ese fenómeno no es la representación política tradicional. Ha ido a más. Antes sí que creo que había cierta seriedad y cierto compromiso y cierta autenticidad a la hora de representar aunque siempre hubiera corrupción. Hoy todo es mucho más obsceno. Es cierto que Felipe González llevaba la chaqueta de pana y se puso de moda porque parecía que era clase trabajadora. Pero detrás de Felipe González había un proyecto de europeizar el socialismo. Y no soy socialista, pero saco el ejemplo para verlo con la izquierda de ahora, que parecen perroflautas o tus compañeros de la facultad, pero detrás no hay un proyecto serio. Esto vale también para la derecha. Las políticas que defienden son de contraprogramación, completamente partidistas, ya no digo por ideologías sino por hacer lo que sea para conseguir un voto más. No sabemos exactamente en qué posición queremos estar en la Unión Europea, o quiénes son nuestros socios. Lo único que sabemos es qué tiene que hacer Pedro Sánchez para mantenerse en el poder. Qué tiene que hacer Pablo Casado para seguir siendo el jefe de la oposición. Qué tiene que hacer VOX para rascar un voto más a Pablo Casado… Y creo que así no se gobierna un país.
P: Y eso explica que un partido europeísta como el PP vote en contra del decreto para recibir los fondos de la UE
R: El problema a veces es el cómo. No recuerdo exactamente qué pedía el PP, pero vamos que Rajoy pidió el rescate bancario, no sería una mancha en su currículum como partido. Ahí están en el juego de espadachines de cómo lo hacen. Es muy fácil para el gobierno decir “ya está aquí el dinero de la UE” pero no se sabe en qué condiciones lo vamos a recibir, qué criterios se van a seguir. Y claro si votas en contra, rápidamente te acusan de querer que España se hunda. Y no estoy defendiendo al PP, estoy definiendo en lo que ha quedado el juego político. O me compras la idea entera o te señalo con el dedo. Y lo hacen todos. El PP con Vox, Vox con todos, Podemos con el PSOE… Nos alejamos de los matices y ahí está la mesura, la moderación y lo que yo entiendo por buena política. Nos hemos quedado con una clase política sin matices que va a brochazos.
P: ¿Cómo solucionamos eso? ¿Con un cambio institucional o con un cambio de cultura política?
R: Hay que hacer pinza. Importan la clase política, su idiosincrasia y sus valores, pero también importan los ciudadanos. He intentado en todo momento en el libro hacer una reflexión “¿Por qué no retomamos las riendas?” Hay que conseguir recuperar nuestro estado de derecho. Hay que exigir que se acabe con la corrupción y que los corruptos devuelvan el dinero. Que se persigan hasta el final los crímenes de ETA. Hay cosas muy básicas que no se están cumpliendo y solo nos quejamos en el bar. Es el síndrome de indefensión aprendida. El miedo te paraliza y como crees que no puedes hacer nada, no haces nada. El divorcio entre ciudadanía y clase política viene en parte por esta actitud. Creemos que no podemos hacer nada y esperamos la llegada de un salvador, primero Pablo Iglesias y ahora Santiago Abascal. Yo creo que sí podemos hacer muchas cosas en las redes sociales y a través de los medios de comunicación, que sois muy importante a la hora de denunciar de malas conductas, porque sois un servicio público, no un servicio privado. Creo que tiene que haber un cambio de conciencia desde arriba y desde abajo que es complicadísimo.
P: ¿Por dónde deberíamos empezar?
R: Creo que tanto el periodismo como la banca, los ciudadanos, los empresarios, los estudiantes, los políticos… todos deberíamos reflexionar un poco a dónde vamos. Conozco mucha gente en Latinoamérica, en donde el sistema judicial no funciona de verdad, y es muy, muy difícil vivir en esos países. Creo que debemos hacer un acto de reflexión. No es andar hacia atrás, sino recuperar lo que es esencial, si creemos que es esencial y si no que sepamos cuáles son las consecuencias. Vivir en una democracia sin estado de derecho donde a lo mejor te toca un presidente benevolente, pues bueno. Pero luego te toca otro loco perdido y a saber lo que va a hacer.
P: ¿Cuándo empezó la deriva que nos ha conducido aquí?
R: No lo sé. Estuve mucho tiempo intentando buscar una fecha. He estudiado la transición y es cierto que había mensajes fake y postureo, pero no era tan obsceno y sí había un proyecto. No sé decir un año, pero creo que el bipartidismo prolongado nos ha llevado aquí. Eran años en que los dos partidos miraban para otro lado con algunas cuestiones porque ahora te toca a ti, luego me toca a mí. Y ahí todos han repartido la tarta, tanto los dos grandes partidos como los nacionalistas cuando han sido bisagras.
P: Ahora ya no tenemos el modelo bipartidista y nos estamos acostumbrando a gobiernos de coalición como en resto de las democracias, ¿este signo de madurez no es suficiente?
R: Ocurre en EEUU durante los caicus. Los candidatos se dan de tortas entre ellos y luego todos a una. En este país, arrastramos el ellos y nosotros, que proviene de la Guerra Civil. Luego durante la dictadura ellos no existían y nosotros habíamos ganado. Mi abuelo, por ejemplo, era republicano y vivía bien durante el franquismo, pero claro, sabía que no podía meterse en política. Ahí no había libertad y no era envidiable para nada. Con la Transición, llega la pluralidad y la necesidad de pactar. Esos pactos me parecen un signo de madurez, por eso soy multipartidista. Me da pena que desaparezca Ciudadanos, me hubiera gustado que siguiera UPyD aunque fuera de izquierdas, no tengo nada que ver con Vox pero me parece bien que exista alguien que cuestione al PP en su monopolio de la derecha. Eso es lo sano, pero también abre la puerta a la polarización. Somos los ciudadanos los que generamos la polarización por nuestra falta de madurez. En España se puede ser de derecha o de izquierdas, de ultraderecha o de ultraizquierda, pero no de centro. No entendemos el centro y al final se llevan todos los golpes. Y es sorprendente.
P: De hecho, se han repetido dos elecciones generales porque los partidos sabían que si cedían para favorecer la gobernabilidad nadie lo iba a entender.
R: Es que en aquellos momentos, los ciudadanos estábamos como en un circo romano. Yo pensé que los ciudadanos íbamos a ser capaces de aprender y exigir más a nuestra clase política, pero no. Los ciudadanos tenemos que ser conscientes de que sí podemos hacer algo y sí podemos exigirles más a la clase política. No creo que sea sano, dejárselo todo a los políticos. Yo no me quedo tranquila dejando el futuro de la democracia en manos de los políticos. Esto me asusta porque permite que surjan críticos muy ácidos de la democracia y se instaura el discurso de democracia no. Y yo creo que hay que decir, democracia sí. Pero democracia vigilada por los ciudadanos.
P: ¿Entonces tenemos que ensayar otras fórmulas de democracia?
R: Yo soy partidaria de hacer experimentos controlados que no se puedan ir de madre, que no vayamos a terminar en una situación incluso peor. Hay que partir de la base de que la democracia no es perfecta. Es un sistema creado por seres imperfectos que produce instituciones imperfectas. Los ciudadanos tenemos una responsabilidad y nos pensamos que como tenemos una constitución, un poder judicial y unas universidades, ya tenemos sujetos. Y no es así. Las instituciones están vivas. Hay que mantenerlas y vigilarlas porque los seres humanos no somos angelitos. Tampoco somos demonios, pero ya hemos visto cómo el bipartidismo ha generado muchos casos de corrupción. Y aun sigue, no se ha acabado.