Fue el primer narcosubmarino detectado en el continente europeo. Tras su naufragio, a finales de noviembre de 2019, frente a la costa gallega de Aldán, en Pontevedra, se descubrió que en su interior había más de 3.000 kilos de cocaína. Más de dos años después, la Audiencia de Pontevedra ha dictado sentencia.
El tribunal ha condenado a los tres tripulantes del narcosubmarino a penas de once años de prisión y al pago de sendas multas de 300 millones de euros por un delito contra la salud pública, agravado por la gran cantidad de droga que portaban. Se trata del vigués Agustín Álvarez, considerado por las autoridades como el patrón del narcosubmarino, y las dos personas que le acompañaron en su singladura a través del Atlántico, los ecuatorianos Luis Tomás Benítez Manzaba y Pedro Roberto Delgado Manzaba.
No solo los tripulantes de la nave han sido condenados. Los magistrados también han impuesto amplias penas de prisión para las cuatro personas que esperaban en tierra a los tripulantes y que, según los informes policiales, eran los que iban a asistirles a su llegada a Galicia. Así, el vigués Iago Serantes ha sido condenado a 9 años de prisión y al pago de sendas multas de 200 millones de euros, mismo dinero que deberán pagar los también gallegos Iago Rego, Enrique Carlos Serantes y Rodrigo Hermida, condenados a 7 años de cárcel.
Para los dos hombres de nacionalidad ecuatoriana, la Audiencia de Pontevedra fija en su sentencia el cumplimiento efectivo de ocho años de prisión, sustituyendo el resto de su condena por su expulsión de España, a la que no podrán volver en diez años.
El tribunal considera probado que los tres tripulantes del narcosubmarino actuaron al servicio de una estructura criminal internacional proveedora de estupefacientes para el transporte por vía marítima desde Brasil hasta España de más de 3.000 kilos de cocaína. La droga habría alcanzado un valor de mercado superior a los 123 millones de euros.
Los narcosubmarinos se han convertido en la gran pesadilla de los guardacostas, puesto que son embarcaciones indetectables a los radares y, por lo tanto, muy difíciles de controlar. Se han convertido por ello en el sueño de los grandes traficantes, como el Chapo o Pablo Escobar, quien quiso comprar uno a los rusos y acabó construyéndolo en uno de sus astilleros clandestinos.