Vaughan. Richard Vaughan. El rostro más popular de nuestro país en una de nuestras eternas asignaturas pendientes: el inglés.
Emprendedor, fundó la empresa privada líder en el sector de las clases de inglés para empresas y particulares en nuestro país, Grupo Vaughan, que facturó en su último ejercicio (agosto de 2019-agosto de 2020) 17 millones de euros. Parte de ese ejercicio ya se vio afectado por la irrupción del coronavirus, pero confía en cerrar el presente 2020-2021 en 18 millones de euros, aunque dependerá de la evolución de la pandemia. Confiesa que han perdido el 20% de la facturación por el Covid-19, pero se enorgullece de haber salvado el 80% migrando en dos semanas todas las clases de sus 4.000 alumnos al sistema de videoconferencia.
Empresario, aún ejerce como presidente de la firma, aunque se está planteando ya su retirada; y conserva el 45% del accionariado tras vender el 55% en 2010 a Ahorro Corporación el 55% de la compañía por 10 millones de euros (ahora en manos de la firma de capital riesgo MCH).
Estrella mediática, sigue presentado su programa de radio en la pionera emisora que puso en marcha con fines didácticos y que también lleva su apellido, Vaughan Radio; y continúa con sus programas de televisión, e impartiendo charlas y conferencias por toda España. Este texano de 69 años de edad, lleva en España 43 años dedicado a la enseñanza del inglés.
Es un mal de muchos países. Ninguno con más de 20 millones de habitantes tiene un buen nivel de inglés. Italia está en pañales, como España. Francia no tiene un buen inglés; y Alemania, si rascas un poco en el tejido medio, tampoco. Ni Rusia o Polonia. Son los países nórdicos, Holanda, Grecia y Portugal los que sí lo tienen.
Yo pienso que se debe a que estos países no tienen grandes mercados internos y dependen del exterior. Y en el caso de España, además, tiene un gran mercado de habla hispana. Porque aprender un segundo idioma es difícil, cuesta. España nunca va a tener un buen nivel de inglés, como Holanda, hasta que no se cambie la forma de enseñarlo en los colegios.
Se ha progresado en España, en general, por el impacto de medios como Netflix o a través de la música. Los colegios bilingües no son lo ideal, pero son una mejora porque cuentan con auxiliares de conversación que son angloparlantes. Se consigue una exposición al idioma sin notas, sin exámenes, sin expectativas. El miedo escénico típico del español, el sentido del ridículo, los chicos de ahora lo tienen menos en Madrid. El nivel es bastante bueno si se compara con el de hace veinte años. Fuera de Madrid no se nota ese cambio.
De los tres a los doce años de edad, en Infantil y Primaria, los niños tienen 160 días lectivos por curso; que, multiplicados por esos diez años que están en el sistema educativo, hacen un total de 1.600 días lectivos. Con que oyesen una hora cada día lectivo de inglés a un nativo, ya hablarían y entenderían inglés a esa edad. Sin notas, sin exámenes, sin presión. Es suficiente con la audición y con que les guste, que el inglés sea un amigo y no un enemigo. La clase tiene que molar, y bombardearles con el sonido. Y ya está, los niños son como esponjas.
Cuando entra la gramática, el inglés se convierte en odioso. Pero dominarla sólo es necesario a los 23 años, cuando se incorporan al mercado laboral. Es a los doce años, con el desarrollo de la capacidad analítica, cuando se debe introducir la palabra escrita y la estructura del idioma en la enseñanza. Como se hace con el castellano.
El inglés no se aprende, entra por los poros de la piel, como el español cuando somos bebés y niños. Y para ellos son necesarias 3.000 horas de contacto con el idioma, o 2.000 como mínimo. 1.000 o 1.500 de audición y otras mil o 1.500 de expresión oral.
El problema para aplicar un modelo de este tipo es qué hace el sistema educativo con los actuales profesores de inglés.
El inglés de las clases no es el real, el ladrado de la calle. El profesor mima sin querer el idioma y luego no es igual que en la realidad. El profesor ha de ser excelente, pero en saber motivar; su papel es motivador. Es un catalizador, pero quien lo resuelve es el alumno, es algo que le compete a él. Y más hoy en día, que tenemos millones de recursos en la red: vídeos de todo tipo, discursos, documentales, entrevistas, películas, etcétera. Si te gusta Paul McCartney, por ejemplo, puedes escuchar en inglés cientos de entrevistas, canciones, documentales… Querer es poder.
Una persona que tiene una base, con entre cincuenta y cien horas de clase one to one con un profesor nativo y tres o cuatro intensivos como los de Vaughantown (programas residenciales de cinco días en los que un grupo de españoles se encierran en un entorno rural con un grupo de angloparlantes nativos y en los que sólo se habla en inglés), lo resuelve. Porque entender el idioma es el 70%.
La edad media de nuestros alumnos es de 38 años. Y lo que hacemos es como una rehabilitación para resolver sus problemas con la estructura del idioma. Nosotros vivimos de que no los resolvieron cuando tenían diecisiete años de edad.
Me gusta usar la parábola de los cuatro trenes. Entre los cero y los cinco años de edad, van en AVE al aprender inglés. Entre los seis y los doce años van en Talgo. A partir de los trece años y hasta los veintitrés, van en una locomotora del siglo XIX, pero también pueden llegar a su destino. Y a partir de los veintitrés años, hay que bajarse del tren, meterse en las vías y caminar. Ósea que en realidad con tres trenes, no cuatro. Pero también se puede llegar de Madrid a Barcelona andando. Con más tiempo y esfuerzo, pero se puede.