Los investigadores han trazado un plan que el barco oceanográfico Ángeles Alvariño está cumpliendo fielmente. El recorrido está delimitado por el área de cobertura del teléfono de Tomás. Insisten en 10 millas cuadradas en el este del puerto de la Marina, unas 6 millas en el punto más alejado. Es el lugar donde Tomás abandonó la barca y donde tras los últimos movimientos de sus teléfono, entre ellos la última llamada con su exmujer, en la madrugada del martes al miércoles, se perdió la señal del móvil bruscamente.
El estudio de la perdida de cobertura súbita del terminal es decisivo para sospechar que el teléfono pudo caer al mar y no ser apagado deliberadamente. La técnica de estudio es la misma que se hizo con el móvil de Diana Quer antes de recuperarlo de la ría. En esa investigación el móvil perdió la cobertura bruscamente al caer a la ría sin ser apagado. La diferencia entre apagar un móvil manualmente y no hacerlo es decisiva para las investigaciones policiales, y la forma en que los terminales se desenganchan de las antenas de telefonía resuelven muchos interrogantes. En el caso de Diana las sospechas se confirmaron luego al recuperar el teléfono. En el caso de Tomás estamos ante hipótesis de trabajo. Pero al hecho de que en el móvil no hubiera ningún plan o comunicación para un plan de fuga, y de que a su alrededor en el vector de cobertura de la antena no se engancharan más móviles, se le une el dato de cómo se apagó el móvil; y no significa otra cosa que Tomás Gimeno pudo poner fin a su vida tirándose al mar.
Muy cerca está el otro punto crítico revisado estos días, donde paró un hora y creen que pudo arrojar los petates que había cargado en la barca. Entre las 21.30 y las 23.30 navegó unos 20 minutos de ida y otros tantos de vuelta. Pero estuvo parado mientras hablaba con su exmujer en tres ocasiones. Llamaba ella y él contestaba.
A las 22, a las 22.30 y a las 22.40, Beatriz estaba ya en el cuartel de Radazul intentando denunciarlo. Tomás, creen los investigadores, estaba tirando al mar los seis bultos que llevaba. Cuando regresó a puerto su barca fue inspeccionada en un control de drogas del Servicio Marítimo y ya no llevaba nada. La hipótesis principal sigue siendo que las niñas iban en esos dos petates gigantes que cargó. Surgen dudas del peso y de la situación física de Tomás por una caída reciente que le dejó varias costillas rotas. Sobre todo porque esa misma tarde, Tomás escenificó el dolor en el puerto cuando fue a revisar a barca mientras la mayor de sus hijas hacía clase de navegación. Pero piensan que pudo hacerlo a propósito. En las imágenes cargando los bultos no se le veía tanto sufrimiento al cargar. El vigilante que lo vio no noto nada y sí está seguro es de que las pequeñas no iban con su padre en los asientos. Le abrió la barrera del puerto y solo podían ir en el maletero, explican los investigadores.
Según fuentes de la investigación de momento la búsqueda no se va a desplazar al sur con las corrientes, como se pensó al principio y como han estado buscando en superficie días atrás.
El Ángeles Alvariño no tiene planificado ni siquiera llegar a Guímar donde fue encontrada la barca abandonada a la deriva horas antes. Para que llegara a ese punto en 13 horas se estudiaron las corrientes y el viento, el mar estaba plato, y se llegó a la conclusión de que Tomás pudo dejar la lancha sin gobierno más al norte, justo en el punto en el que se están centrando, y justo en el área en que el móvil lo sitúa por última vez. Los investigadores están convencidos de que los petates y el propio Tomás estaba lastrados y eso significa que con las corrientes apenas se moverían del sitio. Los expertos consultados coinciden en que no hace falta mucho peso, unos 6 o 10 kilos para mantener a las niñas fondeadas. En el caso de Tomás quizá más. Con esa hipótesis se trabaja con la esperanza de que el sónar detecte alguno de los bultos, el ancla o el cinturón de plomos que también falta de la barca.
De momento todo lo que han logrado visionar eran falsas alarmas, y ningún elemento importante para la investigación. Mucha basura marina, aseguran fuentes del buque Oceanográfico. El robot ha descendido ya varias veces para grabar el fondo marino. Ha llegado hasta los 1.800 metros. Está sumergido todo el tiempo en las profundidades, a 100 metros del fondo, y de él pende un cable con el sónar que va a ras del suelo marino. Así 24 horas sin descanso. Los biólogos a bordo acompañados por miembros de la Guardia Civil, intentan descifrar los ecos que el sónar envía en forma de imágenes. El trabajo es lento porque el fondo es una cordillera llena de cuevas, acantilados y cornisas. Y no dejan de revisarlo todo, haciendo calles de arriba abajo y en sentido contrario, trazando la cuadrícula con rumbos de una milla de separación, todo el tiempo en la zona perimetrada por los investigadores.