Dice Cristian Olivé (Barcelona, 1987) que cada curso los profesores deberían hacer un esfuerzo para saber qué alumnos tienen delante para enseñarles a pensar con tolerancia y respeto, dos de sus grandes obsesiones. Licenciado en Filología catalana, Olivé imparte clases de Lengua y Literatura en un instituto de Barcelona. Autor de ‘Profes rebeldes’ y recientemente de 'Una educación rebelde' (Grijalbo), defiende hablar en el aula sin tapujos de cualquier tema. "Si lo que queremos es que nuestros estudiantes puedan ser personas tolerantes y que respeten la diferencia por encima de todo, eso se tiene que hacer en el aula. Y no solo en talleres concretos o en tutoría. Es básico para que ellos tengan una opinión. Sobre todo, para que puedan denunciar actitudes de su entorno que no son correctas", asegura.
Pregunta. ¿Qué significa una educación rebelde?
Respuesta. Situar al alumno como protagonista, ofreciéndole las respuestas que necesita. Eso significa derribar las paredes del aula para que la realidad, lo que está fuera del aula, entre. Es necesario que determinados temas sociales, que muchos piensan que deberían quedarse fuera, estén presentes y que formen parte del proceso de formación y aprendizaje de los estudiantes.
P. ¿Qué hace usted para ser un profesor rebelde?
R. Cuando hablo de rebeldía, siempre digo que es más una convicción que una actitud. El ser rebelde, el ir un poquito en contra de las normas o del sistema, es intentar suplir aquello que no funciona para ofrecer un mejor tipo de educación a los estudiantes. Yo trabajo muchas veces a partir de la realidad de mis alumnos. Por ejemplo, con las redes sociales, como Instagram o Youtube, pero no solo para crear videos, cuentas o publicaciónes sino que intento darles la vuelta. Demostrarles que pueden aprender con esas herramientas. Y lo más importante, comprobar cómo se comunican, cómo se relacionan en esos entornos virtuales.
P. Alguno dirá, ¿y esto que tiene que ver con las clases de lengua y literatura que imparte?
R. Como considero que la lengua y la literatura están presentes en todas partes, mi función es demostrarles que eso es así. En la sociedad en la que vivimos, un porcentaje altísimo de nuestras relaciones sociales son por escrito, mediante Whatsapp u otros medios... Creo que merece la pena ver cómo podemos construir esas relaciones a partir de la lengua y la literatura, que están muy presentes en todas partes. Y cuando les demuestras que un componente literario está en su día a día o que una pirueta lingüística también lo está, hace que gane sentido.
P. Da la sensación por lo que cuenta en su libro que quiere ventilar las aulas, abrir puertas y ventanas, la mente de sus alumnos, que hablen de todo libremente.
R. Es importante porque vivimos todavía en un sistema en el que les pedimos que almacenen demasiada información cuando lo que es realmente importante es que sean críticos, que piensen sobre lo que aprenden. Lo que hago es utilizar la lengua y la literatura para que se conozcan mejor a sí mismos, para que reflexionen sobre el entorno… La educación debería centrarse sobre todo en responder a tres preguntas: quiénes son, cómo son y qué quieren ser. Y eso, desgraciadamente, actualmente no ocurre porque estamos demasiado obsesionados en que se lleven una serie de contenidos que a muchos de ellos no les van a servir para su día a día.
P. Enseñar a pensar a un adolescente debe ser muy difícil…
R. Se les puede enseñar partiendo de elementos de la realidad y dándoles la vuelta. Como docentes, nosotros dominamos nuestra materia, lo que tenemos que hacer cada año es conocer a los estudiantes que tenemos delante. El error es que muchas veces como docentes llegamos al aula, con nuestros estudios y conocimientos, y no vamos más allá. Y los estudiantes cada año son distintos, así que nuestra manera de llegar a ellos y de intentar que piensen también debe ser distinta. Podemos hacerlo a partir de noticias, de situaciones o comportamientos del día a día. Yo, por ejemplo, he utilizado muchas actitudes que me he encontrado durante los pasillos o a partir de un comentario que ha surgido en un momento dado en el aula. La idea es que sean críticos, que podamos reflexionar en el aula sobre la tolerancia y el respeto, que para mí es una grandísima obsesión, a partir de hechos reales, de situaciones que se han vivido en ese momento.
P. ¿Se moja en sus clases con lo que piensa?
R. Tampoco es que tengamos que expresar nuestra opinión sino invitarles a que ellos tengan la suya propia. Mi manera de mojarme es llevando determinados temas al aula, independientemente de cuál sea mi opinión. Por polémico que pueda ser un tema, no llevarlo ya es posicionarse, es silenciarlo. Yo no doy mi opinión, simplemente permito que se pueda hablar de ello en el aula. Esa es la esencia de la educación, que no haya ningún tipo de censura, o de pin parental que pueda evitar esto.
P. ¿Hablando del pin parental, qué le parece?
R. Al final hablar de educación es hablar de cómo queremos que sea la sociedad. La educación actual es la mejor radiografía de cómo va a ser la sociedad dentro de 10 años o 20. Porque los que están en las aulas hoy en día son los que luego van a capitanear la sociedad. No me entra en la cabeza que alguien pueda tener derecho a decir que no se hable de tolerancia en clase, que no se hable de igualdad, del respeto a la diferencia… Porque al final el pin parental es eso. No se cuestiona nada más. No se cuestiona que se hable de Lorca o de Quevedo, sino de que se traten temas sociales. Me cuesta entenderlo. Si lo que queremos es que nuestros estudiantes puedan ser personas tolerantes y que respeten la diferencia por encima de todo, eso se tiene que hacer en el aula. Y no solo en talleres concretos o en tutoría. Yo en mis clases de lengua y literatura aprovecho cualquier excusa para tratar estos temas: la igualdad entre hombres y mujeres, el respeto a la diversidad en la orientación sexual o de identidad de género. Es básico para que ellos tengan una opinión. Sobre todo, para que puedan denunciar actitudes de su entorno que no son correctas.
P. Defiende, de hecho, que el sexo no puede ser un tema tabú en la escuela.
R. Sí, el sexo no puede ser tabú en la escuela porque está presente en nuestro día a día, como el consumo de alcohol o determinadas elementos y necesitamos educación, pedagogía, saber… Los estudiantes consumen porno y esa no es la idea que yo deseo que tengan del sexo. Porque en el porno se transmite una idea de desigualdad, casi de objeto… Los alumnos necesitan conocer sus cuerpos, el cuerpo de la otra persona para tener una vida satisfactoria y plena. Creo que es esencial trabajar la educación afectivo-sexual en el aula. Y eso requiere también formación para los docentes porque también lo necesitamos.
P. Sí, porque entiendo que a muchos profesores les costará todavía hablar de sexo en clase.
R. En mi libro pongo un ejemplo que puede resultar una banalidad pero no lo es. A día de hoy, todavía existen chicas adolescentes que les da vergüenza decirte que se van al baño porque les ha bajado la regla. Y todavía existen profesores que cuando una alumna se lo dice, le responden muy bajito: "Ve, ve al baño, no te preocupes". Eso para mí sigue siendo un síntoma de una herencia demasiado conservadora que nos ha hecho muchísimo daño y que ha dejado fuera temas muy esenciales de la educación, como es el sexo.
P. Hablas también de que la escuela debe ser un refugio para el colectivo LGTBI
R. La escuela debe ser un refugio no solo para el colectivo LGTBI sino también para cualquier persona. Un espacio en el que poder expresarse y relacionarse sin problemas, sin temores. Y lo digo porque muchas veces yo me he encontrado con estudiantes que en sus casas viven situaciones de desigualdad, de intolerancia y debemos ofrecerles ese espacio en el aula y en el entorno escolar. Porque al final los adolescentes se pasan muchas horas en el aula y deben sentirla como su casa. Y eso implica darles mucha voz y que ellos puedan reivindicar aquello que en el aula o en los pasillos no se está produciendo, algo que está siendo injusto, o alguien que está siendo atacado para que puedan denunciarlo. Que vean la escuela como su casa, como aquel lugar en el que ellos son y deciden.
P. ¿Son más tolerantes los alumnos de hoy en día?
R. Yo creo que sí. Sienten la diferencia como algo positivo, pero sería demasiado iluso decir que ya no existen situaciones intolerantes, porque todavía siguen sucediendo, y por eso todavía se debe seguir insistiendo y tratando con naturalidad en clase.
P. ¿Por qué defiende el uso del móvil en las aulas?
R. Lo defiendo porque gran parte de las problemáticas que suceden en el día a día de los estudiantes suceden en el mundo virtual. Y la escuela debe dar respuesta a ello, pero no desde la prohibición, sino desde la reflexión de nuevo. Y no solo es utilizar el móvil y ya está. Sino que el móvil debe convertirse en una herramienta pedagógica más porque tiene un potencial enorme. Primero, porque es muy atractivo. Y luego el objetivo es que sepan utilizarlo correctamente, que sepan relacionarse correctamente, que sepan consumirlo correctamente. Ese es el objetivo de la educación. Cuando se dejan fuera los móviles, se dejan fuera todos estos problemas.
P. Hay quien piensa que el móvil una bomba de relojería en manos de un adolescente.
R. Sí, totalmente. Pero si se deja fuera, esa bomba de relojería acaba explotando. Hay que intentar normalizar ese uso, evidentemente, con limitaciones, porque como adultos tenemos que poner límites. El móvil tiene que estar presente, que ellos puedan ver qué es lo correcto y qué no lo es. Si no les enseñamos, va a pasar como con los adultos, que utilizamos los móviles y las redes sociales de una forma tóxica, negativa, dolorosa. Y eso es lo que yo intento evitar con mis estudiantes para que en el futuro no les pase.
P. ¿Qué le parece el nuevo currículo más competencial y menos memorístico que prepara el Ministerio de Educación?
R. Ha habido muchas polémicas a partir de lo que se ha conocido de estos currículos porque se habla de contenidos imprescindibles y deseables. Yo entiendo perfectamente lo que quiere decir. Creo que todo el mundo tiene que tener unos conocimientos básicos pero no todo el mundo tiene que ser igual. Yo siempre hablo de que mis alumnos son todos distintos, pero todos merecen llegar al mínimo, los máximos los aporta cada uno. Algunos porque no quieren más o porque no pueden más. A mí no me parece un enfoque negativo, todo lo contrario. Cuando planteamos el aprendizaje como si todo el mundo fuera igual y llegara a la misma meta, acabas generando muchísimas frustraciones. Deberíamos invitar a todo el mundo a tener su espacio en el aula. Y eso quiere decir que cada cual pueda aprovechar lo que pueda dar de sí mismo y descubrirse. Porque muchas veces cuando les pedimos a todos exactamente lo mismo se pierde ese descubrimiento de los talentos propios que pueda tener cada uno. Que cada uno pueda escoger de qué manera quiere evaluarse, de qué manera quiere trabajar. En mi clase tengo 30 alumnos y muchas veces tengo trabajos que son completamente distintos entre sí. Les doy varias propuestas para que cada uno escoja la que quiera o bien que se invente una nueva. Yo creo que eso es esencial. Y no hablo de una educación a la carta, porque no es eso, sino de que cada uno pueda encontrar su lugar.
P. ¿Y eso puede llevar a bajar el nivel educativo?
R. Para mí, no. Yo lo entiendo como que estamos intentando apostar por un tipo de aprendizaje más activo, en el que el alumno está creando constantemente, pensando y no almacenando. Para mí, sinceramente, no es bajar el nivel sino adaptarse a la sociedad actual.
P. Está usted en contra de los exámenes, ¿por qué?
R. Porque un examen diluye todo este proceso de aprendizaje que yo defiendo. A mí un estudiante no me tiene que demostrar nada. Yo tengo que ver cómo ese estudiante ha crecido, cómo ha evolucionado. Y él mismo también tiene que verlo, en un ejercicio de autoevaluación. En un examen nos obsesionamos con que nos demuestren qué saben. Me gusta decir que yo lo que les pido a mis estudiantes no es que me den respuestas sino que me hagan preguntas, y que se hagan preguntas. Y en un examen, desgraciadamente, solo dan respuestas. Y por tanto esa parte de crecimiento personal, de proceso, de camino, se pierde.
P. ¿Qué propones entonces para evaluar a los alumnos?
R. Siempre propongo trabajos activos, colaborativos, a veces también individuales, pero sobre todo trabajos en los que los alumnos están pensando a mil. El mayor piropo que me han podido decir ha sido: "Cristian, es que con estos trabajos pensamos mucho". Y me lo decía como algo negativo ese estudiante. Pero a mí eso me satisface mucho porque quiere decir que están pensando, poniéndose a prueba. Porque al final lo que tenemos que hacer los docentes es retarlos para que se superen a sí mismos a partir de aquello que les remueve.