Hoy se cumple el aniversario de la muerte del pequeño Julen, el niño de 2 años que perdió la vida tras caer por aquel maldito pozo de apenas 25 centímetros de diámetro que puso a Totalán, Málaga, en el epicentro de la tragedia.
Era el 13 de enero de 2019 cuando el pequeño se precipitó por ese minúsculo agujero y fueron 13 los días en los que toda España se mantuvo en vilo, pendiente del avance del suceso y aferrada a un liviano hilo de esperanza que abanderaban, desde el primero hasta el último, los centenares de efectivos que se implicaron día y noche, sin descanso, para intentar encontrar al pequeño con vida.
Trabajaron siempre desde esa premisa, –encontrarle vivo–, y por eso cada paso que daban debía ser medido y ejecutado con una precisión casi quirúrgica: cualquier fallo podía comprometer la gigantesca y complejísima operación que se llevó a cabo en el lugar donde se acometió la búsqueda: la finca del tío de Julen en Totalán.
Todo jugaba en contra: el reloj; las probabilidades de supervivencia de un niño en un espacio tan estrecho y cerrado; el terreno y su dureza; el tapón que se formó tras la caída del pequeño por el pozo, el cual obligó a acceder de forma subterránea para localizar al niño; el encamisado del túnel, necesario para asegurar la operación y, también, la integridad de los efectivos involucrados…
Sobre el terreno, bomberos, guardias civiles, espeleólogos, arquitectos y especialistas de múltiples ámbitos formaron un amplísimo grupo de búsqueda al que en última instancia se sumaron los ocho expertos de la Brigada de Salvamento Minero de Hunosa, Asturias, dispuestos a adentrarse una vez más en las entrañas de la tierra para encontrar a Julen. Preparados para desenvolverse en los terrenos más oscuros y angostos, ellos iban a ser los encargados de abordar los últimos metros del túnel para dar con el pequeño.
Fuera de la finca, con el corazón encogido, la sociedad contenía la respiración mientras todo Totalán, –y Málaga entera–, se volcaba en la ayuda, prestando refugio, alimento, bebida y consuelo a buena parte de los efectivos desplazados a la zona; mantas, víveres y calor para intentar aportar un ápice de esperanza en unos momentos en los que la angustia colmaba la zona y reinaba en la localidad.
Después de más de 300 horas de incansable trabajo, tras la intervención de más de 300 efectivos, tras 13 días de intensa búsqueda, eran las 1:25 horas de la madrugada de un frío día 26 de enero cuando la peor noticia helaba el corazón de todos los españoles: Julen había sido hallado muerto.
“Allí no se escuchó una voz”, relataron los agentes de la Guardia Civil que, en última instancia, confirmaron la noticia que nadie quería oír: el pequeño estaba muerto. Todo el esfuerzo, todo mínimo atisbo de esperanza… quedó abruptamente rendido a “una tristeza enorme”. Entre los efectivos, quienes trabajaron sabiendo que todas las miradas y todas las esperanzas estaban depositadas en ellos, se hizo un silencio que sellaba el peor fin para una operación calificada de “extrema e inédita”.
Fuera, toda España lloraba la pérdida del pequeño y se sumaba al dolor de unos padres, –José y Victoria–, destrozados y abatidos por la muerte de su pequeño; una tragedia que ahondaba en el pesar, la pena y el desconsuelo que ya vivieron con el fallecimiento de su primer hijo, de solo 3 años, en 2017.
Asistidos por el equipo de psicólogos que les acompañó durante la búsqueda, la desgarradora imagen de sus rostros al conocer el triste final de Julen, quedó grabada en una sociedad compungida todavía hoy por la tragedia, de la que también se hicieron eco múltiples rotativos internacionales a través de un amplísimo despliegue mediático.
Tras el triste final, quedaba dar respuesta a las incógnitas, un terreno reservado a la investigación. ¿Cómo cayó por el pozo? ¿Cómo murió exactamente? ¿Por qué no estaba debidamente sellado?
La autopsia reveló que el pequeño murió por un traumatismo craneoencefálico severo, el mismo día en que se produjo la caída. No murió asfixiado, sino antes de quedar enterrado por aquel tapón de arena. Quedó encajado, de pie, con unos 30 centímetros de tierra por encima. Una capa arenosa y embarrada le cubría el cuerpo y la cabeza. Sus heridas eran compatibles con la caída en el pozo y los golpes que se dio con las paredes mientras se escurría.
El pequeño no murió por la piqueta empleada por los efectivos implicados en la búsqueda, como pretendió el informe presentado por la defensa del tío de Julen, el dueño de la finca, responsable –aunque culpase al pocero que lo construyó– de que el pozo estuviese debidamente sellado en su propiedad, quien se sentará en el banquillo el próximo 21 de enero para hacer frente a un posible homicidio por imprudencia grave.
David Serrano, el tío de Julen, podría ser declarado culpable por haber dejado el pozo sin tapar.
Hoy, aferrado a los recuerdos de su hijo, luchando aún contra el silencio y la ausencia, afligido por un dolor que no se va, José Roselló, el padre de Julen, todo cuanto desea es que el juicio, que revivirá nuevamente el drama, acabe cuanto antes.
En una entrevista exclusiva para Informativos Telecinco, abriendo las puertas de su casa, ha contado que, aunque reconoce que todo fue un aciago accidente, y sin querer entrar en culpabilidades, dejando eso a quien corresponde, cree que la tragedia se podía haber evitado si el tío de Julen les hubiese dicho lo del pozo: “No perdono a David”, afirma, expresando que aún no creen lo que ha pasado: “Lo tenemos en la mente como si hubiera sido ayer”.
Ahora, agradecido por todo el cariño de la gente, se aferran a todos sus amigos y al nacimiento de un futuro hijo con ese deseo de que acabe el juicio y “termine todo”.