El helado, ese frío y conveniente alimento que casi todos consumimos con asiduidad durante el verano, no es distinto a la gran mayoría de alimentos disponibles en el mercado. Y es que, como la mayor parte de productos alimentarios, no es inmune al deterioro. Aunque a menudo en los envases se muestra tan solo una fecha de consumo preferente en lugar de una fecha de caducidad, esto no implica que estén libres de riesgos si se conserva más allá de ese tiempo prudencial reseñado. Comprender los tiempos de conservación y las precauciones que se deben tener es fundamental para poder disfrutar de un rico helado sin que existan riesgos para la salud.
En general, los helados suelen llevar una fecha de consumo preferente impresa en su envoltorio. Esta fecha indica hasta cuándo el producto mantiene su calidad óptima para el consumo en términos de sabor, textura y frescura. Sin embargo, al contrario de la fecha de caducidad, que señala cuándo un alimento ya no es seguro para el consumo, un helado puede ser comestible después de su fecha de consumo preferente siempre que se hayan mantenido adecuadamente las condiciones de conservación.
El tiempo que un helado puede durar varía en función de su propia composición. Por ejemplo, los helados de crema (que contienen productos lácteos) suelen tener una vida útil de entre cuatro y seis meses si se almacenan en condiciones óptimas de congelación. Estos helados, debido a su contenido en proteínas y agua, son más susceptibles al deterioro, ya que los microorganismos pueden proliferar lentamente incluso en condiciones de frío. Si además abrimos el bloque, se acelera ese proceso, multiplicando los microorganismo que tienen acceso al helado en sí.
Por otro lado, los helados de agua o polos, que son básicamente hielo con sabor, pueden durar más, ya que no contienen grasas ni proteínas que puedan enranciarse o descomponerse. Aquellos que tienen trocitos de chocolate u otros alimentos son los que menos duran, aunque si incorporan estabilizantes se alarga algo más este tiempo, aún durando menos que otros tipos de helado.
El principal riesgo de consumir un helado en mal estado es que haya sufrido fluctuaciones de temperatura, lo que puede implicar que se haya roto la cadena de frío. Cuando un helado se descongela y luego se vuelve a congelar, se produce una creciente actividad microbiana, que puede provocar una toxiinfección alimentaria. Esto resulta especialmente peligroso en personas vulnerables, como el caso de los niños, los ancianos y las mujeres embarazadas.
Para garantizar la calidad del helado, es importante seguir algunas recomendaciones:
En resumidas cuentas, hay que tener en mente que los helados, como cualquier otro alimento, pueden estropearse con el tiempo. Aunque no es común que lleven una fecha de caducidad, la fecha de consumo preferente indica cuándo es mejor disfrutarlo para asegurar su frescura y sabor. Mantener la cadena de frío y estar atentos a los cambios en su textura y aspecto es esencial para evitar riesgos de salud.