Comenzamos la mañana en el Centro Terapéutico Recurra, en Brea de Tajo, Madrid. Allí están ingresados 96 jóvenes, casi todos menores, con problemas de comportamiento y de salud mental. Autolesiones, anorexia, bulimia, agresiones a los padres, consumo de alcohol y drogas, intentos de suicidio.
Recorremos las instalaciones con su director clínico, Javier Urra. Los conoce a todos. Al primer chico que nos encontramos va caminando serio, seguido de cerca por un vigilante de seguridad. "¿Qué ha pasado? Nada, Javier, que se pasaron conmigo...Ya, pero ¿tú que hiciste? Bueno, yo di varios golpes...Ah, ¿ves? Me recuerdas a un chaval que se quejaba de que la policía se cruzó en la carretera para detenerlo. No contaba que antes había robado el coche, cometido un atraco, se había dado a la fuga", cuenta.
El chaval sonríe, acepta la moraleja y sigue camino con el vigilante detrás. Durante esta jornada velará porque no vuelva a perder los papeles. Unos metros más allá, nos saluda una chica.
"¡Estoy en desescalada Javier! ¿Qué es eso?, le pregunto. Ah, es cuando te dejan dormir en tu propio cuarto y vas teniendo poco a poco derecho a más cosas, más libertad". Es una de las jóvenes con riesgo de suicidio y autolesiones. "Abusaron de mí de pequeña", nos cuenta. Otra chica, con pantalón muy corto, nos muestra las marcas que le han dejado las autolesiones. "A través del dolor físico tratan de evitar el dolor emocional, pero es algo perverso", explica Urra.
"Urra, ¿te acuerdas cuándo viniste conmigo al hospital y estuviste allí toda la noche conmigo?" Le dice otra chica sonriendo. Tuvieron que ingresarla por una crisis. Se nota el cariño mutuo. "Son muy buenos chicos", confiesa.
Entramos en sus clases, porque aquí tratan de volverles a inculcar la disciplina del estudio. No hay teléfonos móviles ni tablets. Sólo pueden recurrir a la lectura de libros. El centro está vallado y hay cámaras de seguridad en las zonas comunes para evitar problemas. Nos muestran el protocolo que siguen, muy estricto, cuando están en riesgo. Duermen en un cuarto común, supervisados por un vigilante y una cámara de seguridad. "Para que bajo las sábanas no intenten hacerse daño", afirma el subdirector del centro, Antonio Jiménez.
Un pequeño y coordinado ejército de psicólogos, orientadores, profesores, personal de cocina y de limpieza atiende el centro. 24 horas al día. El objetivo es devolverlos a su vida normal, que se recuperen. Y lo consiguen en la mayoría de los casos. Por aquí han pasado 1.200 chavales en 13 años.
Este centro es un recurso para las familias e instituciones cuando todo lo demás ha fallado. Pero lo importante es intentar no llegar hasta ahí. Por eso los colegios e institutos piden más medios. Psicólogos y enfermeras escolares para detectar a tiempo los casos.
Con la excusa de un dolor de cabeza o de estómago, llegan a la enfermería del cole muchos casos de depresión y ansiedad infantiles y las enfermeras escolares se dan cuenta. "Los conoces desde pequeños. Se tienden en la camilla, les pones la manta eléctrica y se relajan. Si tienes suerte, a veces, te cuentan... No duermo bien, estoy preocupado...", afirma María Mínguez. Reconoce que por ejemplo las autolesiones, que antes eran algo excepcional, ahora es "como morderse las uñas"...
Pero esta eficaz herramienta se utiliza poco. Según el sindicato SATSE y el Consejo General de Enfermería, en España sólo hay 2.225 enfermeras escolares. Eso supone una ratio de una profesional por cada 6.685 alumnos. Sólo Madrid, con 1.000, se acerca a la cantidad recomendada por Europa. Deberíamos contar con un profesional por cada 750 estudiantes. En Reino Unido hay uno cada 1.155 alumnos y en Suecia, cada 451 alumnos.
En muchas comunidades, los colegios públicos tienen que justificar que algún alumno precisa atención médica diaria para tener una enfermera. Por ejemplo, un alumno diabético. Por eso la mayoría no cuentan con enfermeras.
Visitamos un centro en Madrid, el CEIP Carlos V, que cuenta con un servicio de mediación. Atendido a jornada completa por Mar Oriol, mediadora profesional de la Asociación Madrileña de Mediación. Todo el colegio ha pasado ya por sus sillas de boca y oreja. Una herramienta muy sencilla pero muy útil. Si hay un conflicto entre dos alumnos, los sienta. Puede hablar el que está en la silla boca. El otro escucha. Luego se intercambian. Así aprenden a comunicarse y a solucionar sus propios conflictos.
Los padres nos cuentan que el mecanismo tiene tanto éxito que los niños se lo llevan a casa y lo practican con sus padres. Mar cultiva el diálogo, la escucha y la comunicación. ¿Crees que esto se notará en la salud mental de los niños de este colegio en el futuro? Estoy segura. El director tiembla al pensar que algún día se quede sin ella.
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