El panorama que plantea el cambio climático en nuestro país es complicado. Como lo es el de otros países de la región mediterránea, que el IPCC define como “especialmente sensible a los impactos del cambio climático”. El escenario previsto para España, de aquí a finales de siglo, plantea sequías cada vez más frecuentes, intensas y duraderas.
Los periodos secos y cálidos como el que estamos viviendo cada vez serán más habituales, como nos recordaban hace unos días desde AEMET, y el agua disponible cada vez será menos. ¿Qué puede hacer España para no acabar convertida en un 'desierto'?
Los expertos apuntan, desde hace años, la necesidad de adaptarnos a la escasez de este recurso, mejorando su gestión y reduciendo su demanda en todos los ámbitos: urbano, industrial, agrícola... Sobre todo en este último, porque el sector agrícola –y en concreto el regadío- está detrás del 80% de la demanda de agua en España. La demanda urbana es del 15%. La industrial, un 4%. Algo que se refleja en la grave crisis que está sufriendo el campo en este año especialmente seco.
Pero mientras se sigue esperando el consenso en política hidrológica, hablamos de política hidráulica. ¿Qué medidas podrían adoptarse para tratar de paliar la situación? ¿Serían necesarios más pantanos? ¿Más trasvases? ¿Más plantas desaladoras?
“El mensaje general que hay que dejar claro es que deberíamos planificar la gestión del agua siendo menos dependientes de la lluvia”, asegura el climatólogo de la Universidad de Alicante Jorge Olcina. ¿Por qué? Porque está cambiando la forma de llover. “Perdemos regularidad en las lluvias” y no podemos confiarlo todo a infraestructuras que dependen de lo pluviométrico. “La economía no puede depender de las lluvias”.
Y si hablamos de depender de las lluvias, hablamos de embalses, entre otras cosas. España es líder mundial en este tipo de infraestructuras, con más de 1200 embalses, nada menos. “Somos el primer país de Europa y el quinto del mundo en número de embalses per cápita”. Lo recuerda Julio Barea, responsable de la campaña de Aguas y portavoz de Greenpeace.
Pero algunas confederaciones hidrográficas, como la del Ebro o la del Guadalquivir, plantean construir más, en las próximas décadas. Olcina no lo considera necesario. Ni viable. “Las zonas en las que se podrían construir embalses ya están construidos. Los mejores sitios, económicamente más rentables y con menor impacto ambiental, ya tienen embalses”, explica.
“Construir un gran embalse, hoy en día, es muy problemático”, asegura. Porque explica, además, que habría que hacerlos “grandes, hiperanuales, que puedan almacenar agua para 2 o 3 años. En España tenemos muchos embalses pequeños, pero se está viendo que en condiciones de sequía no te solucionan el problema. No valen. Te quedas sin agua enseguida”.
Desde Greenpeace lo tienen claro. “Tenemos más de 56.000 hectómetros cúbicos de capacidad en embalses. Y nunca se han llenado al 100%. Jamás”, asegura Barea. “¿Para qué queremos más?”.
“Tenemos mucha más capacidad de recoger agua de la que podemos, y vamos a poder, recoger. Desde 2012 hasta ahora no ha dejado de bajar el nivel de agua embalsada, a pesar de que ha habido años en los que no ha habido sequía”, advierte. De hecho, Greenpeace y otras organizaciones, como Ecologistas en Acción, no sólo no son partidarios de aumentar los embalses sino de eliminar algunos. “Tenemos los ríos machacados, cementados, y son ellos, los ríos, los que nos dan agua”, recuerda Barea.
Olcina advierte de algo que considera clave. “Hay que dejar de apostar por una política continuada de oferta del recurso, que ha sido lo tradicional”. Se refiere con ello a esa idea de “el agua la llevamos a donde haga falta”, que ha guiado la política hidráulica durante décadas. “Esa manera de entender la gestión del agua hay que empezar a cambiarla”, advierte.
¿Por qué? Pues volvemos a lo mismo. “Porque desde el punto de vista climático ya sabemos que vamos a tener más irregularidad en las lluvias”. Y hablamos de un fenómeno que nos afecta a nivel regional, no local. “El trasvase no te va a garantizar el agua porque en España, en su conjunto, no va a llover igual”.
El climatólogo pone un ejemplo que se entiende bien, referido al trasvase Tajo-Segura. “Los Montes Universales, que es donde nace el Tajo, es de las zonas de España donde más se han reducido las lluvias”. Y si en la cabecera del trasvase tienes problemas, “ese trasvase va a tener problemas todos los años”.
“Está claro que ha cambiado la forma de llover, y por eso, tienes que ir a medidas que traten de regularizar el abastecimiento, porque sabes que de la lluvia vas a poder esperar menos”, insiste. El objetivo sería “evitar llegar a situaciones de emergencia, como la de ahora. Adelantarnos”.
Entre esas medidas, el climatólogo incluye la desalación, aunque en determinadas zonas. “En zonas como el sureste de la península, donde llueve muy poco, tenemos que echar mano de la desalación”. El problema de esta medida es su coste, sobre todo. “Sigue siendo un agua que sale cara, y que debería subvencionar la administración, si es para uso agrario”.
Olcina considera que, igual que en otros países hay subvenciones para ciertos cultivos, como el trigo o la cebada en Alemania, “en España, lo que necesitamos es subvención para el agua”. Cree, de hecho, que cualquier gobierno debería “luchar para que la UE lo subvencione”. “España necesita dinero para el agua, porque clima ya tenemos para buenas producciones agrarias, pero nos falta agua. Y esto va a ir a más. Es en eso en lo que nos tienen que ayudar”.
En zonas como la costa mediterránea, Olcina tiene claro que “la desalación te garantiza el abastecimiento, tienes agua de forma instantánea, porque tienes una fuente que es el agua del mar. Y esto es lo que, en condiciones de sequía, no te garantizan ni un gran embalse ni un trasvase”. Explica, por ejemplo, que, en el panorama de sequía actual, “si Barcelona no tuviera la desalinizadora del Prat, tendrían que empezar ya con restricciones en el área metropolitana”.
Desde Greenpeace no se oponen a esta alternativa, aunque con matices. “No nos negamos a la desalación per se, pero siempre que sea como última medida y sólo para llevar agua a la población. No para abastecer a resorts, campos de golf, o para más regadíos”, aclara Barea.
¿Por qué? Porque estas infraestructuras “tienen un impacto grandísimo en el ecosistema”. Barea explica, por ejemplo, que “la salmuera que se genera y que vierten al mar (agua con mayor concentración de sal) afecta mucho a la posidonia oceánica, que es el pulmón del mar. En el Mediterráneo seguimos teniéndola, pero es muy sensible a la variación de la salinidad”.
Si los ecologistas se oponen a los embalses o a los trasvases por la presión hídrica que suponen para los ríos, las desaladoras no son una alternativa mucho más sostenible. Ni desde el punto de vista económico, ni energético, ni por su impacto ambiental.
Dicho todo esto, Olcina propone otros ejes de actuación, al margen de embalses, trasvases o desaladoras.
"Hacer una gestión muy eficiente del recurso: reutilizar una y otra vez todas las aguas que podamos consumir". Algo que plantea como "especialmente necesario en las ciudades". ¿Por qué? Porque "en España se están depurando en torno a 4.000 hm3 al año y sólo reutilizamos 400. Es decir, reutilizamos sólo el 10% de todas las aguas que depuramos". Y ese "colchón de agua" que no estamos utilizando "nos evitaría situaciones de agobio o emergencia como las que se van a vivir ahora en muchas zonas de España".
Hablamos del agua que se consume en las ciudades, que, bien depurada, podría utilizarse en la agricultura por ejemplo. ¿Cómo? No se trata de construir nuevas depuradoras, explica, sino de "mejorar la calidad y la capacidad de las depuradoras que ya tenemos, para que puedan ofrecer un agua de buena calidad". Un agua que no puedan rechazar los agricultores, como ocurre actualmente. "La rechazan, y tienen razón".
Esta medida afectaría al agua que sale de los depósitos municipales y llega a las casas. "Se pierde mucha. Si del depósito municipal salen 100 litros, por ejemplo, se pierden 20. Eso es una barbaridad".
Aunque Olcina asegura también que "hay ciudades muy eficientes", y aporta un dato que quizá les sorprenda. "Benidorm es la ciudad europea con mayor eficiencia en la distribución de agua potable, llega hasta el 97%". Es decir, el 97% de lo que sale del depósito llega a las casas, algo que no es habitual.
El experto lo tiene claro: "No se puede perder tanta agua. Todo lo que supere el 10% de pérdidas en red tendría que estar sancionado administrativamente, que el municipio tuviera una multa importante".
Más allá de medidas concretas, el climatólogo plantea lo mismo que muchos de sus colegas. La necesidad de un enfoque nacional para gestionar este recurso cada vez más escaso. "Necesitamos un esquema hídrico nacional que prepare el territorio para las próximas décadas, al menos hasta mediados de siglo". Falta consenso político para ello, lamenta, pero no información. "Los modelos climáticos han mejorado mucho. Ahora ya sabemos más lo que va a llover y dónde, las predicciones cada vez son mejores".
Algo parecido planteaba en NIUS, hace poco, el meteorólogo de Meteored José Miguel Viñas. "La gestión del agua es crítica, no puede estar politizada. Tiene que imponerse un criterio técnico, que pasa por aceptar que estamos ante un nuevo marco climático, diferente al de hace 20-30 años, y que va a cambiar con rapidez en las próximas décadas. Partiendo de eso, hay que hacer una planificación integral de la gestión de los recursos".
Desde Greenpeace plantean un cambio en el propio concepto del que estamos hablando: "Pasar de una política hidráulica a una política hidrológica", dice Barea. ¿Por qué? Porque la hidráulica es "ingeniería y cemento, y así es como hemos llegado a esto". Piden una política hidrológica "pensada en el bienestar del medio hídrico: los ríos, los manantiales, los humedales…". Y ponen como ejemplo la situación sin precedentes que está viviendo Doñana en estos momentos.