Sorprendida y abrumada por el gran interés mediático que ella misma ha originado con su extraordinario reto, Beatriz Flamini, esbozando una sonrisa de oreja a oreja de principio a fin, ha concedido una rueda de prensa en la que ha explicado y relatado cómo han sido sus 500 días en el interior de una cueva de Motril, Granada, en la que ha batido un histórico récord mundial.
A 70 metros de profundidad, en un lugar al que no llega la luz solar, sin contacto con el exterior, sin ningún tipo de referencia temporal y completamente sola, aunque vigilada desde fuera por un equipo al que no ha dejado de darle las gracias, la deportista de élite, alpinista y escaladora ha contado que la experiencia ha sido “excelente” e “insuperable” y que “nunca” pensó en abandonar.
“Esperaba salir de la cueva e irme a la ducha, pero no que hubiese tanto interés”, ha señalado nada más dirigirse a los medios, manifestándose muy feliz, aunque enfrentándose al shock de haber estado 500 días sin hablar con nadie y tener ahora que enfrentarse a toda una rueda de prensa con multitud de periodistas deseosos de hacerle preguntas.
“Llevo mucho tiempo sola, –mucho tiempo sin hablar–, y no puedo saturarme. Perdonad”, expresaba.
Haciendo explícita esa sensación, –la de necesitar cierta condescendencia para no verse asediada por una tromba de cuestiones sobre su experiencia–, de hecho en una de las preguntas ha protagonizado un gracioso ‘lapsus’ o malentendido cuando le han preguntado cómo ha sido cumplir los 50 años en el interior de la cueva.
“¿Los 50? Los 500", ha contestado, pensando que había un error de la periodista, instante en que le han especificado que le estaban preguntando por su edad y no por los días en el interior de la cavidad: –“¡Ah, vale, los 50!, ha contestado entonces, echándose a reír y desatando las carcajadas entre todos en la sala.
De hecho, esa ha sido la tónica que ha predominado en la rueda de prensa: la de la alegría, las risas y los aplausos por el logro conseguido por Beatriz, que ante todos ha asegurado que, contra lo que se pueda pensar, ha “disfrutado” mucho de este reto.
“Yo sigo anclada en el 21 de noviembre del 2021. Yo no sé lo que ha pasado en el mundo, no sé. Yo he salido de la cueva, me han hecho las pruebas… No tengo ni idea. Para mí sigue siendo 21 de noviembre del 2021 y al veros a todos con mascarilla para mí sigue siendo covid. No lo sé. Yo he pasado los 49 dentro de la cueva”, ha dicho, explicando así que durante todo este desafío perdió completamente la referencia temporal.
En un bucle eterno donde todos los días parecían ser “las 4 de la mañana”, sola ante la oscuridad de la cueva, ha detallado: “Dentro de la cueva empecé a tomar ciertas referencias de cuántos días podían, para mí, ser perceptibles, pero hubo un momento en el que tuve que dejar de contar. Creo que en el día 65 o así, míos, no exteriores, dejé de contar y ya perdí la percepción temporal el resto del tiempo”.
En estas circunstancias tan adversas, y ante la magnitud de un reto así, ha dicho, para sobrellevar todo es fundamental “la coherencia”. Como deportista de élite y deportista en situaciones extremas, ha señalado, para ella “lo más importante” es eso. “Tener muy coherente que lo que piensas, lo que sientes y lo que dices están unidos”.
“Sí es cierto que ha habido momentos difíciles, momentos muy bonitos, y ambos han sido los que han conseguido que cumpla los 500 días, que era mi propósito: pasar 500 días en el interior de una cueva”.
Contra todo pronóstico, precisamente respecto a esos “momentos difíciles”, cuando Flamini tiene que echar la vista atrás para responder a la pregunta de qué ha sido lo más complicado, no repara en aquello que quizás nos podría venir a la cabeza en un primer lugar. No habla de esa ausencia del contacto con otras personas, la soledad, no tener con quién hablar, el aburrimiento, etc. A lo que se ha referido ha sido, –tras pensarlo detenidamente e incluso recibir un ‘chivatazo’ de su equipo–, a “las moscas”, algo que ha desatado más carcajadas en la sala.
“Las moscas. Hubo invasión de moscas. Entra mosca, te empiezan a poner las larvas, yo no lo controlé y de repente me vi envuelta en moscas. Ni tan siquiera fue complicado, pero… es complicado por salubridad, pero ya está”, explica.
En ese casi año y medio encerrada en la cueva que convirtió con todo respeto en su hogar, la deportista dedicó tiempo a “leer, escribir, dibujar, tejer”; “a estar” y “disfrutar”.
“Estoy donde quiero estar, experimentando lo que quiero experimentar, y a eso me he dedicado; del aquí y del ahora”, ha expresado.
En esos momentos, ha reconocido que, si bien es cierto que ha habido instantes en que sí se puede “necesitar” un abrazo, “evidentemente”, como “seres emocionales”, ha sabido gestionarlo perfectamente.
“Cuando tú haces un proyecto lo proyectas todo. Y eso entraba dentro del proyecto, entonces no hay nada más que aceptarlo, sonreír, –estás ahí para eso también–, y disfrutar de ello; disfrutar de lo positivo que te ofrecen las experiencias de querer abrazar a alguien, de querer comerte unos huevos fritos con patatas… De todo. Para eso estás, para disfrutar”.
Tampoco necesitó Flamini hablar en voz alta consigo misma en el interior de la cueva, optando por fundirse completamente en el que entonces era su hábitat: “Yo he respetado mucho el silencio dentro de la cueva. Estoy en una casa que no me corresponde, es un sitio que está en silencio y no tengo por qué emitir ningún tipo de contaminación, ni acústica ni de ningún tipo. Yo no he hablado sola, excepto cuando grababa en las cámaras y ya está, pero sí que de vez en cuando se oían alaridos: ‘¡Noooooo!’”, ha expresado, aclarando que se debían a que “la cueva está llena de agujeros y cada vez que se caía algo se metía por un agujero y lo perdía”.
“No he hablado conmigo en voz alta, y las conversaciones que he tenido las he tenido absolutamente interna, y me he llevado muy bien conmigo misma”, ha apostillado.
Dejando claro que este desafío, pese a lo que todos pudieran pensar, –y gracias a su equipo, que le proveía de alimento y agua en un punto de intercambio, sin que se comunicasen y se viesen–, no ha supuesto un calvario, Beatriz va más allá: no solo no pensó “nunca” en abandonar, sino que “de hecho no quería salir”.
“¡Me habéis sacado!”, llegaba a recriminar en tono bromista, dirigiéndose a los suyos.
Dando constancia todavía más de su fortaleza física y mental, la deportista explica que, si bien los primeros momentos pueden ser más delicados, ella no tuvo ningún problema: “Tú cuando cambias de lugar, haces una mudanza… esos periodos de adaptación pueden ser agradables o desagradables, pero en ningún momento. Yo todo lo he tomado como que está ocurriendo porque tiene que ocurrir. Estoy donde quiero estar y está ocurriendo esto. Es como cuando estoy en la montaña. Espero tener un día supersoleado y de repente caen 3 metros de nieve. Pues ríes y… pues venga”.
Esa ha sido su filosofía y esa es la que le ha llevado a cumplir el reto sin percances: aceptar la adversidad si se produce y encararla con coherencia y el mejor humor posible.
“La cueva es estupenda, muy amable”, ha dicho, sonriendo cuando le sugerían ponerle un nombre en recuerdo a su hazaña.
La deportista, no obstante, no tiene pensado acabar aquí, ni mucho menos, y así se lo ha hecho saber a los periodistas, a los que, como si fuese una experta también en estos términos, les ha dejado todo un ‘cebo’: volverá con más proyectos, y ya tiene en mente cómo va a ser.
Sin ahondar en detalles sobre ello, sí ha afirmado: “Este reto es un entrenamiento emocional y mental; de fortaleza mental y emocional para ese gran proyecto que es Mongolia”, ha apuntado, explicando que tiene previsto recorrerlo sola, pero añadiendo que no será lo único que haga.
Es su respuesta tras insistir en que “todo ha sido estupendo” en la cueva de Motril.
Antes de entrar en la cavidad, ha dicho, “conocía todos los riesgos”. “No he sentido nada. No me ha pasado nada de lo que hay escrito”, ha aseverado, exceptuando “las alucinaciones auditivas porque estás en silencio y el cerebro se lo inventa”.
“No me ha ocurrido de momento nada, estoy bien. Los primeros chequeos que me han hecho indican que no hay nada en mí de lo que hay escrito”, ha explicado, añadiendo incluso que, cuando ha salido de la cueva, ni siquiera la luz le ha supuesto un gran problema.
“Cuando he visto la luz no he sentido nada porque para mí ha sido hace un rato que he entrado”. “La sensación de echar en falta la luz, el sol y todo lo que hay en el exterior no la tengo”, ha asegurado, dejando claro que no tiene por qué “fingir”.
En lo que se refiere a su día en esa cueva, a su gestión del tiempo tras haber perdido referencias temporales y a cómo se organizaba para desayunar, comer o cenar, Beatriz es tan espontánea como clara: “De forma natural: tengo sed, bebo. Tengo hambre, como. Aunque no tenga hambre, si veo que me estoy quedando muy delgada, como. Por sensaciones. Si tengo sueño, duermo; si me voy a dormir y tengo insomnio me levanto y me pongo a leer. Es por sensaciones”, ha dicho, dejando claro que no llevaba “cómputo de días externos”.
“Si tengo que hacer un cómputo de días yo creo que ni siquiera son 250 días. Si tengo que decir una cifra para mí han pasado entre 160 y 170 días”, ha dicho.
En este punto, ha explicado también que, a la hora de dirigirse al llamado ‘punto de intercambio’ en el que le facilitaban la comida y ella se deshacía de los residuos que era necesario que sacasen de la cueva, tenía una genuina y curiosa referencia: “Cinco cacas”.
“Yo iba a la zona donde se producía el intercambio cada cinco cacas. No había otra forma. Yo tuve que ponerme un límite y cada cinco cacas iba al intercambio y allí me encontraba que ya habían sacado ellos, –que hay que sacar la basura–, y como los Dioses: yo dejo mis ofrendas y ellos me daban comida”, ha explicado, dejando claro que si bien al principio pudo disfrutar de “aguacates y unos huevos frescos” luego “se cortó” y la dieta se limitó a “nutrición coherente”.
“Tienes que estar sana. Para hacer algo así tienes que tener un equilibrio y una fortaleza mental. Tienes que mantenerte sana y nutrida”, ha señalado explicando que más adelante saldrán detalles sobre esa dieta.
“El truco está en el aquí y en el ahora. Estoy cocinando. Estoy dibujando. Me estoy metiendo por un agujero que no debería, pero me estoy metiendo. Aquí y ahora. Presencia. Estás ahí para eso. Y tienes que estar. Si yo me despisto, me parto un tobillo, me lesiono y me tienen que sacar, y yo no quiero eso”, ha resumido, precisando algunas de las claves con las cuales ha conseguido llevar a cabo este reto.
Más allá, dando cierre al relato de su experiencia ante los medios, la deportista ha querido dejar algo muy claro: “Amo lo que hago”.
Tras la rueda de prensa, y en respuestas a EFE, por otra parte se ha conocido que, tras un fallo técnico y por motivos de seguridad, tuvo que abandonar la cueva durante ocho días, en los que continuó aislada y sin comunicación con el exterior en una tienda base.
Ello se produjo, como han explicado Flamini y una portavoz de la productora Dokumalia, que forma parte de este desafío enmarcado en un proyecto científico, por el fallo en un router ubicado en la cueva que era fundamental para que la deportista se conectase a Internet a través de un ordenador "capado", sin fecha ni hora ni navegadores a los que acceder, para realizar "únicamente" los test que, a petición de los psicólogos involucrados en el reto, debía completar para posteriores estudios cognitivos con los que buscan "ayudar a otras personas".
El fallo técnico impedía también que Flamini pulsara, si fuera necesario, el botón de pánico ante cualquier emergencia, lo que ponía en riesgo su seguridad. Además, debido a las ondas magnéticas emitidas, le causaban dolor de cabeza y afectaban a su salud, según el equipo.
Todo se produjo poco antes de que se cumplieran los 300 días aislada bajo tierra, e hizo que su integridad física estuviera "en peligro", por lo que, siguiendo el protocolo de seguridad y prevención de riesgos establecido para este tipo de proyectos, se decidió que abandonara la cueva. Durante este tiempo, ha aseverado la deportista, estuvo incomunicada: "No tuve contacto con el equipo porque todos conocíamos las normas".
"No hay nada que ocultar, de hecho me ha extrañado que nadie me lo haya preguntado en la rueda de prensa", ha indicado tras señalar que, una vez solventado el problema, tuvo "las narices" de volver a entrar en la cueva para seguir cumpliendo el desafío.