El testimonio de Ana sobrecoge. Lleva 11 años enferma de anorexia, desde los 14 años. Llegó a pesar 37 kilos. La conocemos en su clínica de rehabilitación, Adalmed, en Madrid, con cientos de jóvenes con testimonios muy similares al de ella. Comenzó a usar las redes sociales a los 14 años. Cuando recibía 'likes' a sus fotos se sentía reforzada en su autoestima. Pero cuando no ocurría "pensaba que era porque soy fea". Poco a poco empezó a examinar con dureza las imágenes de su cuerpo en el móvil, y luego, en el espejo: "pensaba... Me odio". Y dejó de comer. "Fue por las redes sociales... No dejaban de llegarme post del tipo '¿cómo ser la chica perfecta? ¡Come sano! A las personas que estamos enfermas esto nos hace mucho daño, y a las que no, también porque la gente vive martirizada por el físico". A pesar del daño que le han hecho las redes, se quita de ellas, pero vuelve... "porque en el fondo son como una droga". Su terapeuta la deja con condiciones. No puede subir a las redes fotografías de cuerpo entero y los espejos de su casa están parcialmente tapados para que no se mire. Pautas que se van flexibilizando cuando mejoran y van avanzando en el tratamiento.
Los trastornos de la conducta alimentaria son una de las consecuencias psicológicas del abuso de redes sociales, pero hay muchas más. La principal y más generalizada, la pérdida de atención. Cuatro estudiantes del colegio Tajamar de Madrid se ofrecen voluntarios para llevar a cabo un ayuno digital. El reto es pasar 48 horas sin redes, usar el teléfono sólo para llamar. Es duro, porque admiten que las utilizan hasta 4 horas diarias. Se dan cuenta de las estrategias que pretenden engancharlos y de cómo están cambiado todas sus relaciones interpersonales. Incluso para ligar con una chica "ahora le pides su Instagram".
Los alumnos superan el reto, pero no sin dificultades. Uno sufre la abstinencia por la noche en su casa, y la afronta tocando la guitarra y hablando más con sus padres. Otro, cuando va a coger el tren: "es la primera vez en mi vida que no uso el móvil mientras espero". Todos al finalizar están contentos porque se han dado cuenta de su adicción y pretenden no volver a caer en ella.
"Les roba la atención y creo que la atención es un tesoro cada vez más escaso. En concreto, en la escuela es una herramienta necesaria. Creo que sí que es un problema, el que no lo quiera ver es que es un poco ingenuo", concluye Fernando Rodríguez, su profesor, que admite resignado que no capta su atención mucho más de 15 minutos.