Justa María, una vecina de Lebrija, pasó casi un año ingresada en el Hospital Universitario Virgen de Valme de Sevilla. Con una veintena de patologías, tuvo que ser intervenida en nueve ocasiones, pasando largos periodos en la UCI. En los peores momentos, reconoce, pensó en “arrojar la toalla” y que nunca volvería a caminar. Hoy, recuperada y fuera del centro sanitario, su caso es candidato al galardón a la ‘Mejor historia’ en los Premios Nacionales de la ‘Fundación Hospital Optimista’, que de esta forma reconoce a las mejores iniciativas adoptadas para mejorar el estado de ánimo de los enfermos. Su lección de fortaleza, como la de Julieta, la bebé prematura de Murcia que se sobrepuso a los peores pronósticos, hoy es inspiración.
En total, fueron 11 meses y 20 días los que pasó ingresada en la habitación 219; un lugar que nunca más podrá olvidar. Y no lo hará no solo por los duros momentos que pasó allí, sino especialmente por el cariño que le brindaron los sanitarios que la atendieron, para los cuales reservará siempre un hueco en su corazón.
“El equipo que me encontré fue maravilloso”, recuerda por encima de todo, pese a que nada más llegar no dejó de encontrar “complicaciones” relativas a su grave estado de salud. Justa María, que ahora tiene 50 años, ingresó por una evisceración, con una parte de su intestino fuera de su ubicación normal, pero no dejó de sufrir problemas contra los que tuvo que lugar: necrosis de colón, eventroplastia, insuficiencia renal aguda, shock séptico, fístula enteroatmosférica, hernia paraestomal, reinsección intestinal, colectomía izquierda, antibioterapia, nutrición parenteral total, bacteriemias…
“Todo fueron complicaciones. Que si infecciones, que si ahora me recuperaba de una cosa y me salía otra… Yo he estado en el quirófano casi a vida o muerte. Había veces que, la verdad, sinceramente, tiraba la toalla”, cuenta, pero señala que justo en ese instante, en esos momentos, más allá del incondicional cariño y apoyo de su marido, que siempre ha permanecido a su lado, se encontraba su cirujana, Granada Jiménez, y su equipo: “Ella siempre tenía unas palabras: ‘verás como mañana te encuentras mejor; como mañana hacemos esto...”, cuenta, expresando que no dejaron de darla ánimos y siempre creyeron en ella.
“Me costó muchísimo. Yo creía que no iba a volver a andar, pero ellos confiaban en mí. Ellos siempre han creído. Me decían: ‘que sí, Justa, que tú sí que vas a andar, y sin andador y sin nada’. Mi doctora tenía mucha fe y decía que sí”, explica.
Todo ello le dio fuerzas para seguir y luchar contra toda la adversidad. Pese a ir camino de un año ingresada, fueron ellos, quienes estaban junto a ella día a día en el hospital, los que le insuflaron el ánimo que necesitaba para seguir adelante: “Si llegaba un cumpleaños, me hacían una fiesta. En Navidades igual. El Día de San Valentín incluso. Me montaban una fiesta, me hacían reír. En los peores momentos en que estaba, que yo no tenía ganas ni de mirarme al espejo, ellos siempre estaban ahí para que me riera. No les voy a olvidar en la vida”, cuenta, explicando que se aferró a ello para resistir y salir del hospital.
“Yo me aferraba a lo que fuera por seguir adelante. También, veía esas caritas, veía a mi marido… Cuando yo estaba triste, yo a él se lo notaba. Disimulaba, pero lo notaba. Entonces dije: ‘están luchando para que yo salga hacia adelante, ¿cómo les voy a defraudar a esta gente? ¿cómo me voy a ir yo y dejarles con esta pena?”
Precisamente, en este camino fue también fundamental el apoyo de su marido, quien se hacía todos los días los “55-60 kilómetros” que separaban su trabajo en Lebrija del hospital.
“Cuando se encontraba un poco mejor para mí era una alegría enorme. Ella siempre ha tenido esperanza, siempre ha intentado tirar para adelante”, recuerda hoy, emocionado como su esposa.
Cuando por fin le dieron el alta, el pasado 11 de abril, reconoce que experimentó dos sensaciones diferentes: “La verdad es que es una alegría enorme, porque uno lo que quiere es venir a casa y que ella esté bien. Pero después de un año uno no deja allí a enfermeras, auxiliares o médicos. Deja a amigos. Entonces, por esa parte… se te queda como un nudo en la garganta. Cuando te dan el alta tienes la alegría de que te vienes y la pena de que dejas atrás lo que ha sido un año de tu vida”, cuenta, reflejando así el enorme trabajo que realizaron los sanitarios, quienes también en lo emocional tuvieron un impacto tan positivo como inestimable e inolvidable.
Ahora, tras salir del hospital y volver a caminar, valoran cada pequeño instante y cada detalle, por minúsculo que parezca. “Ahora lo valoras al cien por cien. Cada pequeña cosa que hagas parece un mundo. Hoy estamos aquí y mañana no sabemos, así que hay que disfrutar de las pequeñas cosas de la vida”, concluye Justa, hoy nominada al premio por la ‘Mejor Historia Optimista’.