Ellos no solo arrastran el cansancio de todo el año, sino el miedo a la guerra y el desarraigo tras abandonar a la fuerza su país, Ucrania. Pero los menores toman fuerza, tal y como se puede ver en un campamento de Cantabria, en el que 40 niños refugiados en España disfrutan este verano de la naturaleza y, de paso, aprenden nuestro idioma. Todo gracias a una iniciativa del Ayuntamiento de Torrejón de Ardoz, en la Comunidad de Madrid, municipio que acoge a los pequeños.
Bailar, cantar, dibujar o hacer manualidades se convierte en algo terapéutico en este campamento solidario donde no hay niño que no cargue un drama en su mochila. Familias rotas, hermanos repartidos por el mundo, padres en la guerra, o madres asesinadas. "Tenemos dos hermanos que se han quedado huérfanos, porque la madre ha tenido la suerte de sacar niños y ha vuelto recoger cosas y recoger amigos, y de vuelta la han disparado coche", señala al respecto Irina Osovska, fundadora de la Asociación Ucranianos del Corredor del Henares.
Revertir sus juegos de armas, sus dibujos de tanques o sus pensamientos negativos es el reto que se ha propuesto la organización de Osovska. "Es muy complicado, pero intentamos hacer felices a estos niños", agrega. Y lo consiguen con una apretadísima agenda de deportes, juegos, bailes, y excursiones. "Estoy muy contento", comenta uno de los pequeños. Un campamento especial donde la empatía y la comunicación con los chavales es prioritaria.
"Los cazadores hacían ruido y se preocupaban mucho", comenta Orest Antoshkiv, presidente de la ejecutiva nacional de la Asociación Ucranianos del Corredor del Henares, sobre algunos de los momentos que se han dado en la convivencia. Disipar sus miedos y permitirles desahogarse es la tarea más importante de unos monitores que piden ayuda para poder extender la iniciativa a otros niños.