Aunque la tartamudez afecta a 800 mil personas en España, todavía sigue siendo un problema desconocido que da pie a burlas y a un fuerte estigma. Para romper los prejuicios y la discriminación, la Fundación Española de la Tartamudez ha puesto en marcha la campaña #SoloTartamudeo, una iniciativa especialmente importante de cara al 22 de octubre, Día Internacional de la Tartamudez.
El objetivo de dicha campaña es que las personas con tartamudez dejen de ser cuestionadas y juzgadas por un trastorno que no eligieron padecer. “Las personas con tartamudez no pueden seguir viviendo con un estigma que, por su modo de hablar, pone en duda todas sus capacidades y aptitudes en ámbitos tan dispares como el laboral, el educativo, el ocio o la cultura”, señalaba la Fundación Española de Tartamudez.
A mayores, muchos jóvenes se han sumado a la reivindicación señalando la importancia de incluir este tipo de necesidades en lo que actualmente se conoce como ‘lenguaje inclusivo’. No solo es importante crear una comunicación libre de sexismo, sino también que sea apta para los diferentes tipos de capacidades que nos encontramos en nuestro día a día. Por ejemplo, aprender lenguaje de signos si hablamos con alguien con sordera, evitar el uso de metáforas cuando nuestro interlocutor padece autismo y no meter prisa a una persona con tartamudez que está intentando expresarse.
La tartamudez, disfemia o trastorno de la fluidez es una alteración de la comunicación que suele comenzar en la infancia. Concretamente entre el 80 y 90% de los casos se remontan a antes de los 6 años, tal y como refleja la Asociación Americana de Psiquiatría.
Su principal característica es una fuerte dificultad para hablar de forma fluida, pudiendo producirse:
Estas dificultades no son esporádicas como, por ejemplo, en una cita o en una exposición oral. Al contrario, se producen de forma habitual, en diferentes situaciones y persisten con el tiempo.
Para Edu, su infancia habría sido más sencilla de haber existido campañas como #SoloTartamudeo. Desgraciadamente, hace años la tartamudez estaba todavía más invisibilizada que ahora y quienes la padecían solían ser víctimas de bullying. “Con la edad he aprendido a aceptarme. He entendido que la tartamudez es parte de mí y que no debo avergonzarme de ella. También he conocido a muchas personas como yo en asociaciones y charlas, y prácticamente a todos nos han hecho bullying”, recuerda.
A sus 26 años reflexiona sobre la importancia de la inclusión en la infancia. “Cuando tienes tartamudez, una broma puede hacer mucho daño. Si encima te lo repiten prácticamente todos los días, se ríen cuando te toca hablar en público, te cortan cuando hablas o te ponen motes, acabas con la autoestima por los suelos”, añade. “Lo peor de todo es que cuando notaban que me molestaba, me vacilaban con más ganas”.
Aunque pediatras y logopedas valoraron la posibilidad de que la tartamudez desapareciese con la edad, a Edu le ha acompañado toda su vida. “Siempre he sido tímido y nervioso. Nunca hablaba en clase, tenía pocos amigos y tampoco intenté ligar hasta los 19 años. Al final he sido esclavo de la tartamudez durante toda mi vida. Me aísle tanto que ni siquiera quería ayuda, pero cuando acabó el instituto pensé que podía tener una vida nueva”.
“Mejoré cuando empecé a ir al psicólogo el primer año de universidad. Trabajé mucho mi ansiedad y las secuelas del bullying. Me volví más seguro de mi mismo y la tartamudez se redujo más de la mitad”, comparte. “Sigo tartamudeando, pero no le doy tanta importancia. El hecho de no magnificar la tartamudez hace que me afecte menos y que hable más fluido”.
Una de las principales complicaciones a la que se enfrentan las personas con tartamudez es la ansiedad.
Por miedo a que los demás se rían o los miren raro, dejan de hablar. Incluso en algunos casos los profesores, padres y amigos favorecen este comportamiento al evitar hacer preguntas a quienes padecen tartamudez. Normalmente lo hacen con buena intención para ahorrarle el mal trago, pero a largo plazo están empeorando el problema ya que el niño nunca se expondrá a su miedo a hablar.
A medida que las personas con tartamudez dejan de hablar, crece la ansiedad cuando tienen que comunicarse oralmente, sobre todo si hay muchas personas delante. "Una persona con tartamudez leve puede tartamudear mucho si tiene que pronunciar un discurso ante 500 personas. El aumento de la ansiedad tiende a disminuir la fluidez", compartía el doctor Dennis Drayna en una reciente entrevista a la revista médica del NIH (National Institute of Health).
Según Drayna, experto en la base genética de la tartamudez, la ansiedad no causa la tartamudez, pero puede empeorar los síntomas y cronificarla.
Sí, y con muy buenos resultados. Según los estudios analizados por la Asociación Americana de Psiquiatría, entre un 65 y 85% de los niños se recupera, sobre todo si el problema era leve y la familia tiene una actitud empática y colaboradora. Pero, ¿en qué consiste el tratamiento?
Normalmente es necesario el trabajo en equipo de logopedas y psicólogos especializados en problemas de comunicación y ansiedad. El objetivo es aprender a hablar de forma más pausada, controlando la respiración.
En algunos casos se recetan antidepresivos o ansiolíticos, pero tal y como señala el NIDCD (Instituto Nacional de Sordera y Otros Trastornos de la Comunicación de Estados Unidos), el tratamiento con fármacos no es útil para evitar o controlar la tartamudez.
También hay dispositivos eléctricos que producen retroalimentación auditiva demorada. La persona con tartamudez escucha su voz a través de unos auriculares que retrasan la audición de las palabras. En otras palabras, escuchas lo que dices con un desfase de segundos. Curiosamente, las personas sin tartamudez se traban al hablar al utilizar estos dispositivos, pero las personas con tartamudez corrigen su fluidez.
Independientemente de la técnica, hay muchos especialistas en tartamudez y ansiedad asociada al habla, y cuanto antes se pida ayuda, antes se verán los resultados.