La seguridad en uno mismo no es fácil de lograr. Incluso da la sensación de que no hay término medio, o te encuentras con personas con más ego que el propio Narciso, o conoces a alguien que vale su peso en oro pero que se infravalora constantemente. Pero, ¿por qué cuesta tanto valorarse?
Vivimos en una sociedad individualista en la que lo que importa es ‘ser el mejor’. Son muchos los padres que presionan a sus hijos para ser los mejores de la clase. Horas y horas de actividades escolares en las que si eres bueno te dan una palmadita en el hombro, pero si no se te da bien te machacan aunque te lo pases bien.
Cuando crecemos, este patrón se repite en diferentes ámbitos: necesitamos ser los más guapos del bar, los más divertidos del grupo de WhatsApp de amigos, los que más seguidores tienen en Instagram y los más exitosos de nuestra promoción del instituto. Y por esa exigencia, acabamos convirtiéndonos en los más inseguros.
La confianza en uno mismo implica sentirnos capaces de afrontar lo que pueda suceder. Es decir, confiar en nuestras habilidades y capacidades, sintiéndonos tranquilos ante lo que nos pueda deparar el destino. Psicólogos como Albert Bandura han denominado a esta capacidad ‘autoeficacia percibida’, y está muy influenciada por la experiencia en el pasado. Si has afrontado con éxito una situación complicada, te sentirás más preparado cuando vuelva a suceder algo parecido.
También es necesaria una buena autoestima para tener confianza en uno mismo. Todos queremos ser conscientes de nuestro valor, pero sin resulta arrogantes. En otras palabras, entender que tal vez no somos quien que más sabe, quien mejor nota saca o quien acapara todas las miradas en una fiesta, pero no importa porque estamos a gusto en nuestra piel.
Esta capacidad tiene mucho valor a la hora de comunicarnos asertivamente. Una persona segura será capaz de expresar su punto de vista de forma respetuosa, pero sin ceder ante las presiones de los demás.
La falta de confianza va de la mano de la ansiedad y el estrés. Si dudas constantemente de ti, es más probable que el exceso de preocupaciones se vuelva patológico.
Esto es lo que le sucedió a Julen, un joven de 23 años que está trabajando su seguridad en sí mismo. “Siempre he sido muy duro conmigo mismo, pero no sé de dónde me viene eso porque mis padres nunca me presionaron como a otros amigos”, relata. “Era de los que montaba un drama si sacaba un 8. Ahora lo pienso y me resulta repelente, pero recuerdo pasarlo muy mal en el instituto”.
Con el tiempo, la tendencia al perfeccionismo de Julen no solo no desapareció, sino que fue a más. “Para mí ser perfeccionista no era un problema, así que en la universidad hice pop como una palomita”, confiesa entre risas. “Empecé a tener una ansiedad tremenda que he arrastrado hasta ahora”.
“Creo que lo que más daño me ha hecho siempre ha sido compararme con otros”, añade. “Acabe la universidad y sentía que era el único que no conseguía trabajo. Distorsionaba un poco las cosas, porque todos mis amigos y compañeros de la universidad estaban igual de puteados”.
El punto de inflexión para Julen llegó al comenzar a preparar una oposición. “A veces me siento mal haga lo que haga. Si no puedo quedar con mis amigos porque tengo que estudiar, me siento mal amigo. Si quedo con mis amigos en vez de con mis padres, me siento mal higo. Y si salgo en vez de estudiar, me siento mal estudiante”.
Mejorar la seguridad en uno mismo no es un camino fácil y en ocasiones puede ser necesaria o de gran ayuda la terapia psicológica. Si te sientes desbordado y eres incapaz de gestionar la situación por tu cuenta, ponte en manos de un psicólogo.
A mayores, hay algunos tips que podemos implementar para ser más seguros de nosotros mismos: