Aunque el autismo fue descrito por primera vez en 1911, su naturaleza sigue siendo una incógnita para médicos y psicólogos. Se ha hablado de la influencia de las vacunas, de problemas hormonales e incluso de malos tratos por parte de los padres. Todas estas hipótesis, obviamente, fueron rechazadas. Sin embargo, algunas personas siguen creyendo con firmeza los mitos que rodean el autismo.
El autismo es un trastorno del desarrollo crónico de origen neurobiológico. Es decir, se encuentra presente desde antes de los 3 años y perdura durante toda la vida.
Sus principales síntomas son:
Aunque estos síntomas son lo que se conoce como la triada del autismo, debemos tener claro que cada persona es un mundo, como vimos con el caso de Dailos. No siempre se dan todos, y si se dan podemos encontrar diferentes grados de gravedad y deterioro. Por eso actualmente los expertos hablan de Trastorno del Espectro Autista (TEA).
Si bien la causa del autismo se encuentra en el cerebro, todavía no sabemos muy buen dónde exactamente. Se ha hipotetizado la influencia de varios genes, por eso es habitual que un niño con autismo tenga algún familiar con la misma condición.
Este desconocimiento ha dado pie a que muchas personas se aprovechen del miedo y la incertidumbre de personas con autismo y sus familiares. Muestra de ello es el estudio que lo relacionó con las vacunas.
En 1998, el médico Andrew Wakefield publicó una investigación en la que hipotetizaba que la vacuna MMR había provocado autismo en 12 niños. Esta vacuna se utiliza para evitar el sarampión, paperas y rubeola. Según el médico, la vacuna podía haber provocado una inflamación gastrointestinal que, a su vez, habría inflamado el cerebro provocando el autismo.
Los padres, asustados, dejaron de vacunar a sus hijos. La comunidad científica reaccionó replicando el mismo estudio y demostrando una y otra vez que Wakefield se equivocaba. Las vacunas eran seguras y el autismo seguía siendo un enigma.
Curiosamente, en 2004 se descubrió que Wakefield había intentado crear una vacuna para el sarampión justo antes de publicar su estudio, pero no le concedieron la patente. Por eso intentó boicotear a la competencia vertiendo la falsa hipótesis de que la vacuna MMR provocaba autismo.
La revista en la que se publicó el estudio se retractó y el Consejo General de Medicina de Reino Unido fue a juicio contra Wakefield, eliminando su licencia para ejercer y calificando su conducta de engañosa, poco ética e irresponsable.
Por desgracia, la cara oculta de esta historia no tuvo tanta fama como el engañoso estudio, y a día de hoy algunos padres siguen negándose a vacunar a sus hijos por miedo a que padezcan autismo.
El fraudulento estudio de las vacunas solo es la punta del iceberg. Durante décadas, el autismo ha sido el trastorno favorito de los psuedocientíficos. Al no haber origen conocido ni tratamiento, timadores de todo el mundo se han inventado sus propias terapias, poniendo en riesgo a niños y adultos que padecen autismo.
Uno de esos jóvenes es Javier, diagnosticado de TEA (Trastorno del Espectro Autista). “Desde pequeño algo no iba bien. Mis padres dicen que era mucho más tranquilo que el resto de niños. No quería jugar, no hablaba y era feliz en mi mundo. Tras muchas visitas médicas, me diagnosticaron autismo”, relata. “Me costó aprender a hablar, pero con el tiempo aprendí a adaptarme. Cuando tienes autismo aprendes que eres tú quien se tiene que adaptar a una sociedad neurotípica”.
Durante toda su infancia y adolescencia, Javier ha recibido terapia psicológica y, en ocasiones, psiquiátrica. “En el instituto tuve una temporada que me autolesionaba. Me rascaba hasta hacerme heridas. No era porque estuviese triste ni porque se metiesen conmigo. Me pasaba cuando me ponía nervioso y no lo sabía controlar. Tuve que tomar antipsicóticos para no hacerme daño”, recuerda.
Pese a recibir tratamiento profesional, fueron muchos los que intentaron aprovecharse de su situación. “Mi madre estaba metida en varias asociaciones y foros, y era increíble la cantidad de vendehumos que le prometían curarme. Le dijeron que dejase de darme comida con gluten, que no tenía que haberme vacunado de pequeño y que si me inyectaba secretina, una hormona, me curaría”.
“Lo más surrealista fue cuando le dijeron que la terapia con cannabis era la solución. Mi madre les decía que no, pero igual una persona menos informada aceptaría”, reflexiona. “Mismamente hace poco un amigo de la familia le recomendó darme lejía para curarme. ¿Qué será lo siguiente? ¿Veneno para ratas?”.
Tal y como relata Javier, el uso de lejía para tratar el autismo está popularizándose en algunos entornos poco informados. Los que lo promocionan afirman que el autismo es una infección y, por lo tanto, el clorito de sodio puede curarla. Esta sustancia es conocida como MMS (Miracle Mineral Solution) y lejos de ser cualquier ‘cura milagrosa’, es un compuesto químico utilizado para blanquear papel. Puede provocar quemaduras de garganta y esófago, y en algunos casos la muerte.
Si tienes autismo o conoces a alguien que lo padezca, fíate solo de información oficial. No te automediques y denuncia a quienes promocionan pseudoterapias. Es ilegal, es inmoral y puede matar.