Como cada año, el primer jueves de octubre se celebra el Día Europeo de la Depresión, un trastorno que afecta a 30 millones de personas en el continente y cuya cifra a nivel mundial asciende a 350 millones de casos.
Tan importante como visibilizar la depresión es aprender a distinguirla de otros trastornos psicológicos. Se trata de un problema de salud muy común, pero eso no significa que todo lo que vaya de la mano de tristeza sea depresión.
Esto que acabamos de describir se conoce como diagnóstico diferencial y consiste en detectar las diferencias entre un trastorno y otros problemas parecidos para proporcionar a la persona que lo padece el mejor tratamiento.
Para entender la importancia del diagnóstico diferencial, hemos hablado con Lara, una joven de 24 años que durante años creyó equivocadamente que padecía depresión.
“Mis padres siempre dicen que algo no iba bien conmigo, pero no sabían qué”, recuerda. “Podía estar tranquila jugando y de repente se me cruzaba un cable y me ponía a romperlo todo”. Para Lara, los gritos, las peleas y el descontrol eran más comunes que en otras familias.
“En esos momentos perdía el control, pero no sabía por qué. Cuando se me pasaba la rabieta volvía a estar como si nada”, añade. “Podía estar bien días o semanas, pero siempre volvía a tener esos arrebatos”.
Esto le sucedía con sus padres, con otros familiares, con amigos y al cumplir 9 años, con su hermano. “Cuando nació mi hermano mis padres me llevaron a un psiquiatra. Ahí empezó mi peregrinaje. Desde la primera consulta hasta que cumplí 16 años me diagnosticaron de todo”, relata. “Depresión, trastorno negativista desafiante, trastorno de conducta, indicios de un futuro trastorno de personalidad límite… Era como un diccionario psiquiátrico andante”.
“Tardaron años en entender qué me pasaba”, comparte. “Con 16 años me vio una psicóloga bastante joven que flipó al ver el historial. Me dijo que para ella era un claro trastorno explosivo intermitente”. Aunque en aquel momento los arrebatos de Lara habían disminuido, ponerle nombre a lo que le sucedía le ayudó a maximizar la mejoría.
Es muy común que en terapia, el primer diagnóstico emitido sea “episodio depresivo mayor”. Por un lado, es la principal causa de discapacidad a nivel mundial según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Por otro lado, hay muchos trastornos que suelen acompañarse de depresión. Por ejemplo, la ansiedad generalizada, la fobia social o el TOC. Sin embargo, no debemos confundirlos.
Para conocer mejor la depresión, también debemos conocer aquellos trastornos que en ocasiones pueden confundir a los profesionales y a los propios pacientes:
Las persona con trastorno explosivo intermitente sufren arrebatos recurrentes y difícilmente incontrolables de agresividad. Insultan, agreden o destrozan la propiedad de otras personas.
Estos actos no son motivados por un desencadenante, sino que surgen de forma desproporcionada. Tampoco son premeditados y no cumplen un objetivo. No agreden por venganza ni para intimidar o para molestar a los demás.
Tras los episodios de agresividad, su estado de ánimo es totalmente normal y suelen sentirse culpables por lo sucedido.
Se trata de un problema habitual en niños, ya que el primer diagnostico debe hacerse entre los 6 y los 18 años.
También se caracteriza por episodios de rabietas, gritos y agresividad muy frecuentes y desproporcionados. La diferencia con el trastorno explosivo intermitente es que cuando terminan estos episodios, el estado de ánimo es irascible e irritable.
¿Por qué es confundible con la depresión? Porque los niños y adolescentes que padecen depresión pueden no manifestar tristeza, sino irritabilidad. Se trata de algo muy común a tener en cuenta, y conocer el trastorno explosivo intermitente y el trastorno de disregulación disruptiva del estado de ánimo puede ayudarnos a entender mejor lo que le sucede a la persona.
El trastorno adaptativo afecta a entre el 5 y 20% de las personas que acuden al médico por problemas psicológicos. Por desgracia, lo más habitual es que se les diagnostique depresión erróneamente.
En ambos casos puede darse tristeza, pero la diferencia es que en el trastorno adaptativo hay un estresor identificable que provoca el malestar. Por ejemplo, haber perdido el trabajo, que tu pareja haya roto contigo, que tu padre haya fallecido, no integrarte en la universidad, etc.
¡Ojo! Un trastorno adaptativo no es un bajón anímico esporádico. Los síntomas pueden durar más de 6 meses.
El trastorno de estrés agudo puede asemejarse a la depresión, pero también al trastorno adaptativo que acabamos de describir.
Hay síntomas como falta de emociones positivas, problemas para dormir, falta de concentración e irritabilidad. Esto es habitual en la depresión. Sin embargo, quienes padecen un trastorno de estrés agudo pueden experimentar amnesia disociativa, pesadillas muy agobiantes, despersonalización, recuerdos involuntarios, etc.
Estos síntomas están provocados por una experiencia estresante muy seria normalmente relacionada con un accidente, lesiones graves o violencia sexual.
El trastorno límite de la personalidad afecta a hasta el 6% de la población. Se puede confundir con la depresión porque quienes lo padecen a veces tienen ideaciones suicidas, malestar muy intenso y sensación de vacío.
Sin embargo, el trastorno límite de la personalidad es un trastorno crónico con otros síntomas: miedo intenso al abandono, relaciones inestables en las que se alterna el amor y el odio, autoestima muy inestable, impulsividad dañina, posible abuso de sustancias, conducción temeraria, etc.
Aunque las personas con trastorno límite de la personalidad pueden padecer también episodios depresivos, debemos saber que son dos trastornos diferentes.
Si te has sentido identificado con alguno de estos trastornos, no te diagnostiques bajo ningún concepto. Acude a un psicólogo o psiquiatra. La salud mental no es un juego.