La depresión es un trastorno psicológico que afecta a más de 2 millones de españoles siendo, según la Organización Mundial de la Salud, la principal causa de discapacidad a nivel mundial. Todos conocemos a alguien que la padece o que la ha padecido, y pese a ser tan habitual, todavía está sujeta a mitos falsos y creencias dañinas.
Si de por sí la depresión es tabú, su tratamiento todavía más. Ir al psicólogo, según cree todavía mucha gente, no sirve de nada, y el tratamiento farmacológico es demonizado por un gran porcentaje de la sociedad. “Las pastillas te están dejando peor”, “tomas demasiada dosis” o “pareces un zombi” son frases que todos hemos escuchado o leído en redes sociales.
Este tipo de frases inducen miedo en las personas con depresión. No quieren fármacos, aunque su caso lo requiera. ¿La razón? Que su primo les ha contado que te dejan hecho polvo, que han leído en Google que son adictivas o que la novia de un amigo engordó diez kilos por los antidepresivos. Pero, ¿alguien se atrevería a renunciar a la quimioterapia porque provoca alopecia? ¿Recomendarían a un paciente diabético con insulina que no se medicase para evitar coger peso? La respuesta es no.
En primer lugar, porque la sociedad considera que las enfermedades físicas son más graves que los trastornos psicológicos. Por eso puedes medicarte aunque haya efectos secundarios. “Merece la pena”, se afirma. Sin embargo, los trastornos psicológicos como la depresión o la ansiedad se minimizan y quienes los padecen se enfrentan a un doble juicio: por el diagnóstico y por recibir tratamiento.
En segundo lugar, vivimos en una cultura gordófoba en la que adelgazar es sinónimo de éxito y engordar de fracaso. Y esto lo hemos visto recientemente con Karol G o a Adele, por ejemplo. Si pierdes 10 kilos –aunque sea a raíz de una dura enfermedad–, te darán la enhorabuena. En cambio, si engordas y te sientes más vital y feliz, te juzgarán y cuestionarán tu estado de salud.
Julia, una joven de 24 años diagnosticada con depresión mayor, experimentó este juicio social. “Engordé varios kilos cuando estaba en tratamiento por depresión y mi exnovio me dijo que me prefería deprimida a gorda”, recuerda. “Si de por sí estaba echa polvo, este tipo de comentarios me hacía sentirme peor conmigo misma. Dejé de tomar las pastillas”.
Tras meses sin tratamiento, Julia comenzó a tener ideaciones suicidas. “Adelgacé otra vez porque dejé de comer. No tenía fuerzas. Mi novio me decía que estaba genial y mis amigas me veían mejor que nunca. Yo quería morirme o matarme, no lo tenía claro”, confiesa. “En cuanto pensé en suicidarme me fui a casa de mis padres. Me llevaron al psiquiatra y también empecé a ir al psicólogo”.
Tras dejar a su pareja y comenzar el tratamiento, Julia cambió su relación con el peso. “Le dije al psiquiatra que no quería engordar, pero luego me dio igual. Mi salud mental era y es lo primero, y salir de la depresión era algo que no podía posponer”.
Esta pregunta se repite mucho en consulta, pero responderla no es sencillo.
Para empezar, hay diferentes tipos de antidepresivos:
En segundo lugar, tenemos que tener en cuenta el estado de una persona con depresión. En ocasiones puede no tener fuerzas ni para levantarse a comer, y cuando lo hace suele ser por obligación de sus padres o pareja. Tal vez da un par de bocados y no quiere más.
Si recibe tratamiento, ya sea psicológico o con antidepresivos, lo más probable es que vaya recuperando fuerzas y, por lo tanto, el apetito y las ganas de comer. Ganará peso, pero no es algo ni negativo ni preocupante, sino saludable.
En cambio, otras personas con depresión no solo no pierden el apetito, sino que sufren atracones de comida muy azucarada o grasa. En estos casos, los antidepresivos –sobre todo los ISRS de los que hablábamos antes– actúan tanto sobre el estado de ánimo como sobre la impulsividad y el descontrol con la comida pudiendo provocar una pérdida de peso.
Como vemos, entran en juego dos factores: la química cerebral y el contexto de cada persona. Si alguien con depresión gana peso, no podemos saber a ciencia cierta si el origen es el tratamiento farmacológico o los cambios de su conducta.
Sea como que sea, lo que de verdad importa no son los kilos de más, sino la mejoría psicológica. Engordar no es el problema, juzgar a quienes están recibiendo tratamiento psicofarmacológico por haber ganado peso sí.