La depresión es un trastorno psicológico tan común como estigmatizado. Decenas de mitos rodean este problema de salud mundial y esa desinformación provoca miedo. Aunque lo que más necesita alguien con depresión es apoyo social, hay personas que no saben lidiar con este trastorno, y desgraciadamente las rupturas pueden ser habituales.
Este es el caso de Saúl, un joven malagueño de 24 años que atravesó una ruptura a la par que superaba su trastorno depresivo. "Hace un año caí en un agujero negro muy grande. Era como si alguien me hubiese robado la capacidad de sentir cosas. No solo hablo de la felicidad, es que era incapaz hasta de enfadarme. Me sentía como una ameba", recuerda. "Al principio mi novia me dijo que me iba a apoyar, pero nunca había conocido a nadie con depresión y yo sabía que le resultaría duro. Intenté ponérselo fácil. Me esforzaba, pero con el tiempo fui perdiendo fuerzas".
Los meses pasaron y Saúl pidió ayuda profesional. "Fui al psiquiatra y al psicólogo, y cuando empecé a estar mejor mi novia cortó conmigo", confiesa. "Fue un palo durísimo. Todo lo que había avanzado comenzó a empeorar. Volví a estar triste y sin ganas de nada".
A la tristeza y la desesperanza características de la depresión, se suma el dolor emocional provocado por la ruptura. En ese clima de frustración, cuesta diferenciar si la apatía, las ganas de llorar y la preocupación son por la depresión o si se trata de una reacción normal provocada por el desamor.
Si nos paramos a analizar la sintomatología clínica de la depresión, nos daremos cuenta de que se parece mucho a lo que cualquier persona ha experimentado durante una ruptura:
Entender que en una ruptura el sufrimiento es inevitable y que no podemos enmascararlo es el primer paso para superarla, tal y como relata Saúl. "Al principio lo pasé tan mal que hasta pedí a mi psiquiatra que me subiese la dosis de las pastillas. No quería sentir dolor. Después me di cuenta de que antes me quejaba por no sentir, y ahora me quejaba por sentir demasiado", relata. "Mi psicólogo me explicó que una ruptura era dura de por sí, pero en mi situación todavía más. Aun así, no podía fingir que no había pasado nada. Para superarla, tenía que entender mi sufrimiento en vez de ocultarlo con pastillas".
En el caso de Saúl, su mascota fue su salvación. "Me apetecía estar en la cama, pero tenía que sacar a pasear a mi perro. Parece una tontería, pero esas horas al día eran como un oasis. Salía, hablaba con otras personas con perro y al volver a casa me sentía menos mal".
"Cuando estaba fatal por la ruptura no quería ver a nadie, pero con los días decidí hacer cosas con gente. Al principio solo comía con mis padres. Esa era la dosis de interacción social que tenía diariamente. Después empecé a quedar con mi mejor amigo para dar un paseo o para ver una peli en casa. Empecé a abrirme y a contar cómo me sentía. Eso me ayudó mucho", comparte Saúl.
"El momento en el que me di cuenta de que estaba bien fue cuando logré perdonar a mi ex. Sé que lo pasó muy mal. Estar con una persona que no quiere hablar durante días, que no quiere sexo, que no sonríe, que no te dice cosas bonitas… Pues a ver, fácil no es. Estoy seguro de que hizo todo lo que pudo para ayudarme, pero llegó un punto en el que tuvo que pensar en su propia salud mental, y no puedo guardarle rencor por eso", reflexiona Saúl.