Vas de compras, ves un pantalón vaquero que te encanta, escoges tu talla habitual y vas al probador para ver qué tal te queda. Metes una pierna, después la otra y cuando vas a subirlo te das cuenta de que le cuesta subir la cintura. Tras varios movimientos dignos de un contorsionista del Circo del Sol, consigues que suba. Coges aire, te pones el botón y cierras la cremallera. Sueltas aire y el pantalón te aprieta, pero un pensamiento fugaz te dice: “da igual, cómpratelo, te estará bien cuando adelgaces”.
Llegas a casa y colocas el pantalón en una balda del armario para que esté bien visible. Será un recordatorio diario de que tu cuerpo no te gusta, de que tienes que adelgazar, de que el éxito es perder unos cuantos kilos y ponerte una prenda de ropa sin que te deje marcas rojas de lo mucho que te aprieta. En otras palabras, será sufrir para adelgazar.
Como psicóloga veo a diario a personas descontentas con su cuerpo. Para algunas, ese es el motivo central de la terapia. Para otras, es una preocupación menor que surge de refilón cuando hago una pregunta concreta. En todos los casos, la autoimagen corporal condiciona muchas parcelas de sus vidas.
Hay personas que llevan años sin ir a una piscina o a la playa y otras que evitan hacerse fotos con sus parejas, amigos, padres, hijos o sobrinos. Algunas deciden filtrar las fotos distorsionando su cuerpo para que se parezca más a ese ideal de belleza que la sociedad nos ha metido en la cabeza. También es habitual no mirarse en el espejo, usar ropa oscura y ancha o apagar las luces a la hora de mantener relaciones sexuales. La lista de ejemplos de conductas dañinas para nuestra autoestima es eterna, y algo muy curioso es que la mayoría de personas tienen algo en común: el miedo a las tallas de ropa.
Aunque intentemos negarlo porque suena superficial, para la sociedad la talla de la ropa lo es todo. Una 38 es considerado la media, lo ideal, el cuerpo normativo al que cualquiera debe aspirar. Ese es el objetivo. A más se aleja uno de ese número, mayor es la sensación de fracaso.
Si tu cuerpo cambia y ya no te vale la talla de siempre, el golpe a la autoestima es brutal. Pero lo curioso es que esa sensación desagradable, ese pensamiento de “hay algo mal mí” también surge cuando los cambios de talla no dependen de uno mismo, sino de la tienda. Es bien sabido que cada marca tiene un tallaje ligeramente diferente, a veces más estrecho y a veces más holgado. ¿Nos afecta algo que no tiene nada que ver con nuestro cuerpo? Por supuesto, y es que si de normal usas una 38 y en otra tienda esa talla te queda estrecha, te sientes mal contigo mismo.
Por otro lado, es importante señalar que la talla 38 no es la más habitual. Se trata de una creencia que hemos asumido porque la mayoría de tiendas físicas de ropa se mueven entre la talla 32 y la talla 42, y el punto medio entre ambas es la 38. Sin embargo, existen muchísimos cuerpos que las tiendas “de toda la vida” no contemplan.
Que las tiendas de ropa físicas no tengan ropa más allá de la 42 o la XL (a veces, con suerte, una talla más) tiene dos graves consecuencias. En primer lugar, que las personas con tallas medianas y grandes que quieren comprar ropa moderna solo pueden hacerlo por Internet. Por otro lado, toda la población acaba asumiendo que los cuerpos delgados son “lo normal” y el resto son “la excepción”, cuando no es así.
Aunque cada vez surgen más campañas body positive, la sociedad de consumo gira en torno a los complejos: tienes que tener un cuerpo sin michelines, sin estrías, sin celulitis, con los pechos grandes –pero no demasiado porque si no están caídos– y con los glúteos firmes. Por supuesto, debes ser “natural”, pero sin vello corporal, sin ojeras, sin acné, y que no se note el maquillaje que utilizas. Es abrumador.
Criarnos en una cultura que se nutre de las inseguridades pasa factura, por eso hay que realizar un esfuerzo activo y frenar su influencia. ¿Cómo? Intentando que nuestra autoestima no dependa de un número. Por ejemplo, la talla, el peso en la báscula o la cantidad de calorías que ingerimos al día.
No nos confundamos, ninguna de estas cifras es un indicador de salud. Tampoco de atractivo. Lo que sí es saludable y bello, tanto para tu cuerpo como para tu mente, es ponerte una prenda de ropa con la que te sientas a gusto. Cómprate unos pantalones que no te aprieten, que no te dejen marcas rojas en la piel, que no te impidan respirar; da igual que sea una talla 42, una 44 o una 48. Si vas a invertir tu dinero y tu tiempo, hazlo en aquello que realmente nutre tu autoestima, no en lo que la destroza día a día.