¿Cuándo fue la primera vez que criticaron tu cuerpo? ¿Y cuándo fue la primera vez que tú mismo te autodevaluaste? Vivimos en una cultura que gira en torno al físico y si bien algunos sufren esta opresión más que otros, nadie se libra del juicio social y de la esclavitud de la belleza.
En una sociedad que constantemente nos examina en busca de cualquier “defecto”, es habitual sentir complejos. Sólo hay que salir a dar un paseo por la calle. En las marquesinas de los autobuses hay un cartel de un gimnasio que se anuncia bajo el siguiente eslogan: «¿Eres gordo y feo? Ven a nuestro gimnasio y serás solo feo». Bajo esa frase que a algunos les hará gracia se esconde una gordofobia inmensa, pero la cosa no queda ahí.
Sigues paseando y te dan un folleto de una clínica que ofrece depilación láser. Te miras los brazos y piensas "igual esto es poco atractivo", como si un poco de vello corporal determinase tu belleza.
Entras en el supermercado para comprar un gel de ducha y en la estantería de cosmética te encuentras decenas de cremas antiarrugas, antiacné, antiestrías, anticelulitis y, en definitiva, antifelicidad. Como si un producto de quince euros fuese capaz de eliminar esas estrías que llevan en tus muslos desde que cumpliste quince años y pegaste el estirón. No lo harán, pero tampoco es necesario.
Y sin ser conscientes de cómo ni cuándo, ese pequeño defecto que apenas nos preocupaba pasa a ser lo primero que ves en el espejo al mirarte por la mañana. Tu nariz, que antes era normal, ahora es demasiado grande. Tus brazos, que antes eran del tamaño perfecto, ahora no tienen suficientes músculos. Tus ojeras, que antes pasaban desapercibidas, ahora necesitan kilos de corrector para que te sientes a gusto en la calle.
Laura tiene 24 años y hay algo que le atormenta de su físico hasta el punto de necesitar ayuda psicológica. "Soy una chica muy delgada por constitución. Podría desayunar todos los días una caja de galletas, comer una pizza entera y cenar una hamburguesa, y seguiría estando delgada", relata. "Al principio no me preocupaba, me daba igual, pero con el tiempo los comentarios de la gente empezaron a hacer mella".
Te hace falta un buen cocido, con un poco más de curvas serías más sexy, tienes culo carpeta, estás plana, estás anoréxica… Estos son sólo cinco ejemplos de los cientos de comentarios que Laura ha tenido que soportar a lo largo de su vida.
"Cuando vienen de desconocidos escuece, pero te da igual, pero cuando es tu familia quién suelta esas cosas te destroza la autoestima", confiesa.
"Llego un punto en el que me veía en el espejo y me sentía como un esqueleto. Fui al psicólogo pensando que tenía anorexia y todo, cuando obviamente no era así porque comía y como de todo y mi problema es que me veo más delgada de lo que estoy. Me dijo que tenía dismorfia corporal y poco a poco acepté mi cuerpo".
Desde la psicología se estudia la dismorfia corporal como un trastorno psicológico que consiste en la creencia de que hay un defecto que en realidad es inexistente o mínimo, y la realización de conductas relacionadas con dicho defecto como mirarnos constantemente en el espejo o compararnos con los demás. Esto aisladamente nos sucede a todos, pero en las personas con dismorfia corporal es desproporcionado y provoca mucho malestar, interfiriendo con su trabajo o con su vida social.
El problema es que esta definición deja muchos matices en el tintero. El principal es la influencia de la sociedad y la importancia de explicar esto en consulta. Cuando entra un paciente con dismorfia corporal a tu despacho no puedes tratar esta patología como si fuese responsabilidad únicamente suya.
En primer lugar, hay que conocer su entorno. ¿Por qué cree que tiene esa imperfección? Los defectos no surgen de la nada. No te despiertas un día pensando "uy, mi nariz es enorme". Normalmente son fruto de comentarios despectivos del entorno o de las redes sociales.
Más allá del círculo cercano de la persona con dismorfia, también hay que explicarle que lo que la sociedad dicta como atractivo o bello es algo subjetivo. Unas medidas de 90-60-90 no son sinónimo de belleza, igual que no lo es una talla 34 e igual que el sobrepeso no implica necesariamente una mala salud. Lo mismo sucede con la alopecia masculina o con la sensación de no estar nunca tan musculado como 'Capitán América', 'Thor' o 'Deadpool'. Tampoco hace falta que un hombre mida metro noventa para ser sexy, y el hecho de que una mujer sea alta tampoco la hace menos atractiva. Todo esto son prejuicios que la sociedad nos mete a la fuerza en la cabeza.
Sí, la dismorfia existe y es un trastorno psicológico que figura en cualquier manual de psicología o psiquiatría, pero entenderla como un problema individual es un gran error. Al igual que la anorexia o la bulimia, hay una carga social enorme que debemos tener en cuenta, y negar la esclavitud de la belleza solo perpetuará estos problemas.
Celebremos todos los cuerpos, sean normativos o no. En la diversidad está la belleza.