Yo no fui al psicólogo porque quería trabajar mi autoestima. De hecho, cuando tomé la decisión de ir al psicólogo no sabía muy bien ni qué era la autoestima ni le daba ninguna importancia a mi relación conmigo misma. Yo llamé un día a mi madre llorando para confesarle que llevaba varios meses dándome atracones de comida casi a diario y necesitaba ayuda. Unas semanas después empecé a ir al psicólogo.
El primer paso era frenar esos atracones. Después, gestionar la ansiedad que se me disparaba cada vez que me resistía o no me resistía al impulso de comer por comer. Y pasadas las primeras semanas, empezamos a meternos, poco a poco, en harina.
Cuando estás gorda y has estado gorda durante toda tu adolescencia y en tu entorno no paraban de decirte, desde el odio o desde el cariño, que ser gorda era una cosa terrible y que tenías que dejar de ser gorda cuanto antes, lo que tú entiendes desde muy joven y se queda contigo para siempre es que tú eres horrible. Estás mal, no vales.
Asumir que tu cuerpo está mal puede provocar múltiples reacciones, por aquello de que cada persona es un mundo. Hay gente que desarrolla trastornos de la conducta alimentaria, como la bulimia, hay gente que siente que necesita compensar el estar gordo y se obsesiona con el éxito o con el perfeccionismo, gente que tiene unos complejos enormes que le impiden hacer vida normal y deja de salir de fiesta, de ir a la playa o de relacionarse con gente...
Mi caso es el segundo. Yo no tenía muchos complejos (algunos sí, como mi barriga o mis estrías) y siempre he hecho lo que quería (excepto dos veranos que pasé encerrada en mi habitación enganchada a Los Sims para no ir a la piscina con mis amigos), pero sí creía que valía menos. Igual que cuando vas al supermercado ves la fruta perfecta y buenísima expuesta en medio del pasillo, con bien de luz haciéndola brillar, y sus precios exactos, a veces caros, bien marcados, y luego te encuentras una caja al fondo con fruta con mal aspecto que está a mitad de precio. Pues yo me sentía un plátano ennegrecido. Bueno, plátano no, mejor sandía, por lo de ser redonda y pesar mucho.
Y por esta lógica que caracteriza a las personas con problemas de autoestima que no son conscientes de tenerlos, si yo valía menos, me merecía menos. En todos los aspectos. Incluidas, por supuesto, las relaciones. Y, más concretamente, en las relaciones amorosas y sexuales.
¿Quién va a querer a una gorda?, os preguntareís. Pues mucha gente, porque yo siempre me he sentido querida. Pero solo como amiga, claro. Aquí viene lo fuerte, el pensamiento más recurrente cuando te has autoconvencido de que tu cuerpo es horrible y, por lo tanto, vales menos: ¿quién iba a querer acostarse con una gorda? ¡Nadie! ¡A no ser que seas un arponero desorientado!
Durante muchos, muchos (demasiados) años, fui una persona, por resumir, reprimida. Yo quería hacer y probar cosas, pero me frenaba a mí misma. Me daba miedo ligar, estaba segura de que no le gustaba a nadie, y si al final conseguía (porque era todo un reto, o una suerte) una persona con la que compartir lecho (¿tengo 163 años?), me olvidaba por completo de mí misma y solo pensaba en satisfacerle a él y hacer todo lo que él me pidiera. Qué menos, si el pobre tenía que pasar por el mal trago de verme desnuda.
Por supuesto que el sexo me dejó de ir interesando poco a poco, hasta llegar, finalmente, a pasar unos dieciocho meses sin tocar pito. ¿Por qué? Porque darlo todo sin recibir nada a cambio no es mi idea de placer y porque cuantos más atracones me daba, más engordaba, así que peor me sentía conmigo misma. Yo no me gustaba, así que me negaba a gustarle a nadie. Además, usaba mi deseo sexual en mi contra, como un castigo. Me decía cosas como "hasta que no adelgaces cinco kilos no puedes seguirle el rollo a este tío que parece que está interesado en ti". Y, claro, nunca perdía cinco kilos. Poco después empecé la terapia.
Como yo siempre he sido muy espabilada, la verdad, que igual que os digo que sentía que mi cuerpo está mal siempre he valorado de más mi cabeza, yo solita me di cuenta de que en cuanto empezaron a salir ciertos temas en la consulta del psicólogo, temas no relacionados directamente con mi sexualidad, sino con mi autoestima, mis relaciones sexuales empezaron a cambiar.
Entender, porque cuando estás muy abajo te lo tienen que explicar, que eres una persona interesante, guapa, divertida, inteligente, atractiva, y que por supuesto que hay gente que querría estar conmigo no me costó demasiado. Lo que me costó fue enfrentarme a mi cuerpo desnudo. Porque eso era lo que yo creía que era mi peor parte. Parte que, por cierto, llevaba años sin mirar fijamente. Sí, yo era la que siempre se ponía atrás en las fotos o solo mandaba selfies con el truquillo bien pillado para que no saliera mucha papada. Y la que pasaba rápido por el espejo cuando salía de la ducha.
Gracias a mi autoexigencia y a mi increíble talento para empujarme a hacer cualquier cosa que me dé miedito, porque yo soy una mujer superfuerte y a mí no me puede dar miedo nada, un día se me ocurrió una genial idea: hacerme una sesión de fotos completamente desnuda. Mi cuerpo era lo que más miedo me daba mirar, así que... ¿por qué no exponerlo delante de un completo desconocido? Por supuesto, no consulté esta idea con mi psicólogo. Solo lo hice porque sentía que necesitaba hacerlo.
Ahora lo pienso y me digo... ¡menuda loca! ¿Y si hubiera salido mal? Porque salió bien. Me hice las fotos con una persona que, aunque no conocía, me daba mucha confianza, y ese fue el clic que yo necesitaba para que mi relación con mi cuerpo cambiase para siempre.
Fue durísimo ver esas fotos por primera vez. La imagen que yo tenía de mí misma, que era completamente ideal porque no sabía cómo era mi cuerpo, solo me lo imaginaba por lo que veía cuando miraba para abajo, era muy diferente de lo que me enseñaron esas fotos. Por supuesto que no me gustó NADA lo que vi. Pero, sorprendentemente, cuanto más las miraba, menos me impactaban. Estaba aceptando mi cuerpo a través de esas fotografías. Estaba entendiendo cómo era. Y, de tanto mirarlo, me acostumbré a "los defectos" y empecé a ver las partes bonitas.
Y mientras yo me reconciliaba con mis carnes morenas a través de las fotografías, un amigo se atrevía a darme el siguiente consejo: "si existe una categoría de porno sobre ello, entonces es que hay mucha gente que lo encuentra sexy". Estábamos hablando de gordas y sexo, claro.
Parece el peor consejo del mundo y el más frívolo del universo. Pero estoy escribiendo este texto desde la absoluta sinceridad, y tengo que reconocer que esto también me ayudó. Ver vídeos pornográficos de chicas gordas me hizo empezar a ver los cuerpos gordos como sexys. Y ahora que ya conocía mi cuerpo, que lo iba aceptando, y que había visto con mis propios ojos que se podía tener sexo y estar gorda, ¡quería hacerlo yo!
Tuvieron que pasar unos seis u ocho meses desde que empecé a ir al psicólogo, y esas dos cositas que os acabo de comentar (las fotos y los vídeos guarretes), para que yo me sintiera preparada para volver a estar a solas con un chico. A solas en una cama, quiero decir.
Aunque he hecho especial hincapié en esas dos partes como pasos gigantes hacia delante en mi proceso de aceptación, tengo que dejar claro que sin la base de la terapia y mi trabajo (duro, la terapia no es solo sentarse y hablar una hora a la semana) por cambiar pensamientos, hábitos y por recuperar la seguridad en mí misma, de poco habría servido todo lo demás.
Y por fin me sentía una mujer que merecía ser f*llada y que tenía derecho a disfrutar de una relación sexual satisfactoria, pero entonces apareció un miedo nuevo: la primera vez. La segunda primera vez. La primera vez que mi nueva yo tenía sexo.
Pues fue muchísimo mejor que la primera primera vez, claro. Cuando tu autoestima está trabajada, cuando eres una persona segura de sí misma, que se conoce, que sabe lo que le gusta, que se permite desear y dejarse llevar, el sexo se vuelve completamente diferente. No te quitas la camiseta pensando en que la otra persona solo se fijará en tu barriga, o no te paras a pensar si mientras estás en una determinada posturita te estará saliendo papada.
Eso no quiere decir que cuando eres una persona que se quiere y se valora TODAS tus relaciones sexuales vayan a ser perfectas. ¡Claro que ha habido algún rollete que no ha salido según lo esperado! Pero, al menos, no te culpas a ti misma y te pasas dos meses pensando que lo haces mal y que no deberías volver a tocar a un hombre porque menuda vergüenza. Solo piensas "pues otra vez será, y si no es, ¡pues no pasa nada!".
Quizás alguna persona piense que debe de ser tristísimo no haber disfrutado plenamente del sexo hasta los veintimuchos. Yo siento todo lo contrario: me alegro de haberme escuchado, de haberme ayudado, de haberme trabajado mis mierdas y de haberme permitido disfrutar de algo que está para eso: ¡para disfrutar! No para castigarse, para premiarse, para compensar otras cosas que sientes que no están bien o para valorarte en función de tus parejas sexuales. ¡Solo para disfrutar, a tope, de ti misma y de las personas con las que lo haces!