Las relaciones tóxicas tienen la habilidad de destrozarnos psicológicamente y hundir nuestra autoestima a diez metros bajo tierra. Sin embargo, una vez ponemos punto y final, es muy habitual volver a retomarlas como si de una droga se tratase.
Pasan los meses, te llega un WhatsApp con la frase “te echo de menos” y por una mezcla de curiosidad y culpabilidad, le sigues el rollo a tu ex. Parece una persona nueva. Es cariñoso, amable y se preocupa por cómo has estado durante todo este tiempo. No hay ni rastro de los celos, la posesividad y ese tira y afloja que te consumía poco a poco. Al final quedáis, y esa cita va seguida de otra más, y otra... hasta que vuelves a caer en la cuenta de que nada ha cambiado.
¿Por qué hacemos esto? No es que tú seas débil o que tu ex sea el mejor engatusador del mundo. En realidad, es muy habitual volver a caer en la tela de araña de una relación tóxica, y estos son los motivos:
Nuestra memoria es selectiva y a medida que pasa el tiempo, desecha mucha información.
Por ejemplo, al pensar en la época del colegio o del instituto, recordarás las risas con tus amigos, las excursiones o las mariposas con tu primer amor. No te acuerdas de los dramas cuando discutías con alguien, la angustia por aprobar, esa presión para ser el mejor o los desengaños amorosos.
Con las relaciones sucede algo parecido. A medida que pasa el tiempo, vamos olvidando todos los desplantes. En vez de entender la relación tóxica como un aprendizaje de lo que no estamos dispuestos a volver a tolerar, nos aferramos a los momentos bonitos porque no queremos admitir el tiempo que le dedicamos a alguien que nos hacía daño.
Las personas cambian, eso está claro. Lo hacen tanto si quieren como si no. Piénsalo, ¿acaso tú eres la misma persona que hace un año? Evolucionamos, aprendemos y crecemos, y eso es algo maravilloso.
Pero hay ciertas cosas que sin esfuerzo y sin ayuda, van a seguir siempre igual. Por ejemplo, las pautas tóxicas en una relación. Tu ex no ha cambiado porque:
Si se da cualquiera de estas tres situaciones, lamento decirte que nada ha cambiado.
Tras una relación tóxica se pueden dar dos respuestas: o bien nos sensibilizamos, o bien nos habituamos.
Cuando te sensibilizas, cualquier pequeña señal tóxica dispara todas tus alarmas. No estás dispuesto a tolerar otra vez lo que has vivido, así que estás alerta para detectarlo cuanto antes.
En cambio, cuando te habitúas, acabas acostumbrándote a las conductas tóxicas confundiéndolas con dinámicas románticas saludables.
En algunas relaciones conflictivas, es habitual acabar con la autoestima por los suelos. Esto se produce sobre todo cuando atacan nuestra autonomía y nos hacen sentir inútiles con frases como “sin mí no eres nada” o “¿qué harías tú si yo no estuviera?”.
Al romper, te das cuenta de que has interiorizado todo lo que tu ex te repetía. Cosas que antes eran sencillas, ahora te parecen un mundo. Por ejemplo, quedar con tus amigos, estudiar, salir de fiesta, ponerte cierto tipo de ropa, subir fotos a las redes sociales… Todo te avergüenza porque sientes que te van a juzgar, ya que era lo que él o ella hacía.
En algún momento de nuestra vida, todos hemos salido con alguien por miedo a quedarnos solos, ya fuesen grupos de amigos que no nos aportaban nada o parejas que en realidad nos hacían sentir todavía más vacíos.
Tras una ruptura, este miedo a la soledad se intensifica. Volvemos a tener mucho tiempo libre y en vez de dedicárnoslo a nosotros mismos, nos sentimos abrumados.
Lo ideal (al menos en la teoría) es invertir esos momentos en escucharnos, analizar lo que sentimos, dedicar tiempo a personas que sí nos valoran y aprender a estar solos, pero en la práctica lo que el cuerpo nos pide es volver a retomar viejos hábitos que si bien son dañinos, por lo menos son conocidos.