En el capítulo XXII de la primera parte de “El Quijote”, el caballero andante afirma que “de gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud”. Un valor, el de la gratitud, que también recoge nuestro refranero con la expresión “de bien nacidos es ser agradecidos”. Una emoción positiva que ha sido objeto de estudio por parte de distintas disciplinas con el objetivo de conocer de qué manera las personas que viven en el agradecimiento y el reconocimiento alcanzan mejor calidad de vida y bienestar.
Aunque no hay acuerdo absoluto por parte de los estudiosos, se considera que existen dos tipos de emociones: las primarias, aquellas que se consideran innatas y aparecen en los primeros momentos de la vida, como la sorpresa, el asco, el miedo, la alegría, la tristeza o la ira; y las secundarias, sociales, morales o autoconscientes, que aparecen a los dos o tres años con la socialización y el desarrollo cognitivo, y entre las que se encontrarían la culpa, la vergüenza, el orgullo, los celos, el azoramiento, la arrogancia, el bochorno, la elevación y… la gratitud.
José M. Arana, profesor Titular del Departamento de Psicología Básica, Psicobiología y Metodología de las Ciencia del Comportamiento en la Facultad de Psicología de la Universidad de Salamanca (USAL), considera la gratitud como “una emoción laudatoria o de elogio a los demás, ya que implica una valoración positiva del comportamiento ajeno, y surge ante una acción virtuosa de alguien (ya sea otra persona, Dios, el destino, o la suerte) hacia nosotros”. Se trataría de un reconocimiento consciente del valor que tiene lo que los demás hacen por nosotros, además de agradecer lo que nos pasa y tenemos, en contra de la tendencia a la queja.
Las emociones positivas ensanchan el repertorio pensamiento-acción y contrarrestan la influencia de las negativas por su capacidad para impulsarnos a crear vínculos sociales, practicar nuevas habilidades y realizar mejoras en nosotros mismos. Una emoción positiva lleva a otra emoción, también positiva. Una idea que se imbrica dentro de la psicología positiva, desarrollada por el psicólogo y escritor estadounidense Martin Seligman en la década de los 90, a través de tres pilares: emociones positivas, rasgos positivos e instituciones positivas. José M. Arana explica que “se trata de una rama de la psicología que busca comprender, a través de la investigación científica, los procesos que subyacen a las cualidades y emociones positivas del ser humano, durante tanto tiempo ignoradas por la psicología. El objeto de este interés es aportar nuevos conocimientos acerca de la psique humana no sólo para ayudar a resolver los problemas de salud mental de muchas personas, sino también para alcanzar mejor calidad de vida y bienestar, sin apartarse nunca de la más rigurosa metodología científica propia de toda ciencia de la salud. El desarrollo personal se logra gracias a que las emociones positivas como la gratitud llevan a otras emociones positivas”.
En palabras de Cicerón, “la gratitud no es solo la mayor de las virtudes, sino la madre de todas las demás”. Una premisa a la que se aproxima McCullough y cols, (2001, 2008) para quien la gratitud funciona como una especie de “barómetro moral” que alerta a las personas que se han beneficiado del comportamiento prosocial de otra persona a que actúen de forma recíproca de manera más prosocial hacia el benefactor e incluso hacia otras personas. Es más, apunta el profesor Titular del Departamento de Psicología Básica, Psicobiología y Metodología de las Ciencia del Comportamiento, “esta emoción representaría el lado más luminoso y esperanzador de las emociones morales al poner de manifiesto que somos sensibles a las buenas acciones de los demás. En este sentido podría decirse que la gratitud jugaría un papel central en el desarrollo personal, pudiendo mejorar la calidad de vida de las personas si está asociada al cambio de la forma de pensar. Este sería el poder de la gratitud como elemento transformador en la vida”.
En la gratitud, como ocurre en otras emociones, la respuesta depende no solo del estímulo sino también de los rasgos o factores de personalidad del individuo. José M. Arana sostiene que los datos empíricos existentes indican que la predisposición a sentirla está relacionada con factores de personalidad relacionados con la prosocialidad como son la alta afabilidad y el bajo narcisismo, pues “parece ser que quienes puntúan alto en afabilidad están predispuestos a sentir más agradecimiento al considerar este un instrumento útil para mantener relaciones positivas con los demás”. Sin embargo, las personas narcisistas (egoístas, vanidosas, arrogantes y con ansias de ser admirados), “tienen la idea de que todo les es debido, por lo que no sienten que deban nada a nadie quien les beneficia en algún sentido”, apunta este experto.
Un análisis psicológico de las emociones revela que los seres humanos tenemos cierta capacidad de elección sobre nuestras emociones y, por lo tanto, desde este punto de vista, tenemos cierta responsabilidad sobre lo que sentimos. Según Etxebarría (2020), esta capacidad de elección implica no solo que las emociones se pueden modificar, sino que en muchos casos se deberían modificar. Una hipótesis sobre la que José M. Arana sostiene que “si bien uno no elige lo que siente en un momento dado, a largo plazo, al menos hasta cierto punto, sí puede elegir sus emociones”. Una educación en las emociones que, en opinión de este profesor, “tiene un terreno propicio en la infancia y se haría a partir de técnicas como la reevaluación, la imaginación y la imitación”. Un aprendizaje que nos ayudaría a lo largo de nuestra existencia a vivenciar la gratitud, centrándonos en las cosas buenas de nuestras vidas, “sintiéndonos agradecidos por lo que tenemos, y siendo conscientes y valorando las cosas que solemos dar por sentadas, como tener un lugar donde vivir, comida, agua limpia o amigos”, agrega este profesor.
Pese a los beneficios que la gratitud ofrece para nuestra salud física y mental, es una emoción que practicamos escasamente. Miriam González Pablo, psicóloga sanitaria, considera que “hemos olvidado vivir en la gratitud con los demás y, sin embargo, sí exigimos a los demás que sean agradecidos con nosotros, que nos tengan en cuenta”. Asegura que estamos más imbuidos por una dinámica de obligación o de competición que de gratitud. Además, señala que “vivimos en un momento de exaltación del yo, un neoindividualismo exacerbado en el que la gratitud tiene que venir a mí y el que salga de mí hacia los demás está desvirtuado. Hay un pensamiento muy extendido actualmente: suelta lo que no te guste, déjalo ir. Pero hemos olvidado que también tenemos que saber sostener, (no agarrar o atrapar), aguantar, ayudar, colaborar y aquí estaría la gratitud. Esta parte no la ponemos en práctica con los demás; tampoco con nosotros mismos”.
Es necesario que nos entrenemos en la gratitud. Si se trabaja en incorporar esta emoción, según Miriam González Pablo, “esta actitud positiva tendrá una mayor repercusión en nosotros, en el entorno e incluso en nuestra salud, porque cuando tenemos niveles elevados de positividad en la vida, damos y recibimos ese flujo de ida y venida de cosas buenas”. No hacerlo de esta manera, sino vivir el día a día desde la queja, poniendo el énfasis en lo que no tenemos, “nos lleva a la tristeza, la angustia o la ansiedad que provocan en nuestro cuerpo un estado de hiperactividad, aunque no seamos conscientes de ello. La gratitud en personas que tienen un gran entrenamiento en la misma ofrece equilibrio también a nivel físico”, explica esta psicóloga sanitaria.
De hecho, en cuanto a los efectos que tiene la gratitud en nuestra salud, Javier López Martínez, catedrático de Psicología de la Universidad CEU San Pablo, comenta que, en un reciente estudio sobre el impacto del COVID en personas mayores, “la función de la familia, la resiliencia, la aceptación y la gratitud contribuyen no solo a afrontar mejor el impacto del coronavirus en cuanto que se sienten menos ansiosos y deprimidos sino que además experimentan un mayor sentido vital y un mayor crecimiento personal. Por lo tanto, la gratitud es una relevante fortaleza personal para afrontar mejor la trayectoria vital”. Una idea con comparte José M. Arana quien afirma que “diversos estudios han constatado que la tendencia a sentir gratitud va asociada a la satisfacción con la vida, felicidad, bienestar psicológico, menos síntomas depresivos, menores niveles de agresividad, mejor salud física y hasta mejor sueño”.