En España, entre 120.000 y 150.000 personas padecen la enfermedad de Parkinson (EP) y cada año se diagnostican cerca de 10.000 nuevos casos. Se trata de la segunda enfermedad neurodegenerativa crónica después del Alzhéimer.
Además, entre 110.000 y 120.000 personas sufren un ictus cada año en nuestro país, de los cuales un 50% quedan con secuelas que les incapacitan o fallecen. Actualmente, más de 330.000 españoles presentan alguna limitación en su capacidad funcional después de haber sufrido un ictus.
Son numerosas las investigaciones que centran sus estudios en el papel que desempeña la música en la neurorrehabilitación de pacientes que han padecido cualquiera de esas enfermedades, pero no solo en ellos. También existen trabajos sobre el poder de la neurorrehabilitación de la música en los procesos de envejecimiento que implican cambios en la musculatura esquelética y en pacientes que han desarrollado la enfermedad de Alzhéimer, demencia o deterioro cognitivo.
Entre los principales síntomas que sufren los pacientes que padecen la enfermedad de Parkinson están: temblores de reposo, rigidez, pérdida de habilidad o rapidez para realizar funciones motoras, trastornos posturales y/o trastorno de la marcha. Además de otras señales no motoras como la depresión, el estreñimiento, alteración del olfato o trastornos de conducta del sueño REM que pueden aparecer entre cinco y diez años antes de los problemas motores.
Aquellas personas que han sufrido un ictus, dependiendo del área del cerebro que se vea afectada, pueden tener alteración brusca en el lenguaje, con dificultades para hablar o entender, pérdida brusca de fuerza o sensibilidad en una parte del cuerpo, pérdida brusca de coordinación o equilibrio y dolor de cabeza muy intenso.
José Ángel Morales, neurobiólogo de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), explica que “la EP se produce cuando las neuronas dopaminérgicas, encargadas de la producción de la dopamina que sirve para transmitir información entre las zonas del cerebro encargadas de controlar los movimientos, mueren, suspendiéndose entonces la comunicación entre las regiones del cerebro que afectan al sistema motor”.
Si la persona ha sufrido un ictus, prosigue este experto, “depende de la región cerebral que haya sufrido el infarto. Si afecta a la corteza motora, o al tronco cerebral o al cerebelo (regiones encargadas del control de movimiento), los síntomas tras el ictus pueden afectar al equilibrio de los pacientes, a su capacidad para andar, para hablar y, en general, para moverse”.
La música es una herramienta beneficiosa para la neurorrehabilitación de los enfermos afectados por las patologías anteriormente citadas. En opinión de José Ángel Morales, “esto es así porque las regiones cerebrales cuya actividad está modulada por la música están también relacionadas con los circuitos cerebrales implicados en el control del movimiento, en la cognición o en la depresión, entre otros”.
En el caso de pacientes con alteraciones motoras por la enfermedad de Parkinson o derivadas de un ictus, continúa el experto de la UCM, “las terapias musicales sirven para iniciar y continuar conductas motoras.
Por ejemplo, los ritmos de una canción pueden ayudar a los pacientes a regular el tiempo y el ritmo al caminar. Este tipo de terapias musicales van asociadas a actividades en las que los pacientes bailan al escuchar música, lo que al final repercute en su actividad motora.
Esto se ha hecho mucho en Argentina, en pacientes de párkinson, con música de tango, o en Irlanda, utilizando bailes típicos irlandeses que se caracterizan por el movimiento sincronizado de pies y manos”. Esa utilización de la música en pacientes con alteraciones motoras se debe a que “los estímulos sonoros son mucho más rápidos y precisos que los de otros sistemas sensoriales como la visión o el tacto. A la hora de establecer patrones temporales que ayuden a los pacientes a mejorar su actividad motora, la interacción que se establece entre el sistema auditivo y el motor es inmediato y de mayor estabilidad, incluso en umbrales por debajo de la percepción consciente. El sistema auditivo está estrechamente ligado con el sistema motor”, explica el neurobiólogo de la UCM.
Por su parte, el doctor Manuel Arias, neurólogo y portavoz de la Sociedad Española de Neurología (SEN), apunta que el uso de la terapia musical en estas patologías se debe a que “el lenguaje musical implica a ambos hemisferios cerebrales y también al cerebelo: debido a que sus componentes (tono, timbre, ritmo, melodía) se relacionan con la función de diversas áreas encefálicas, la potenciación de las mismas, mediante técnicas de musicoterapia especializada, puede ayudar a suplir la disfunción generada por el Parkinson o el ictus”.
En el caso de la primera enfermedad, continúa este neurólogo, “la melodía cinética perdida puede mejorar con la música, en especial con aquella que incorpora determinados ritmos. La congelación de la marcha mejora si se escucha música con un ritmo adecuado. El baile/danza también lo facilitan”. En el caso de personas que han sufrido un ictus, “la musicoterapia puede actuar de distintas maneras, según el déficit del enfermo. Hay que señalar que algunos enfermos con disfasia motora y disartria (problemas para expresarse y articular el lenguaje) pueden cantar bastante bien”.
En ocasiones, cuando la persona sufre un ictus, el paciente puede ver comprometida alguna de sus funciones cognitivas como la atención, memoria o el lenguaje. En estos casos, David Toloza-Ramírez, profesor asistente Escuela de Fonoaudiología de la Facultad de Ciencias de la Rehabilitación de la Universidad Andrés Bello de Santiago de Chile, sostiene que el uso de la terapia musical en la práctica clínica “utiliza a este hemisferio derecho como un mediador que permite activar mecanismos de neuroplasticidad en compensación al hemisferio izquierdo dañado, favoreciendo la recuperación del lenguaje expresivo y su funcionalidad cognitiva.
Al ser el lenguaje una función cognitiva superior, su estimulación favorece en paralelo los mecanismos atencionales, la evocación de recuerdos y las funciones ejecutivas en este grupo de pacientes a través de terapia basada en la música. Por otra parte, genera estimulación de neurotransmisores como la dopamina, la cual promueve mejoras en el estado de ánimo y, consecuentemente, mayor participación y adherencia al proceso de neurorrehabilitación”.
La utilización de recursos musicales utilizados de manera complementaria a las terapias tradicionales ofrece beneficios múltiples y significativos sobre la cognición y el lenguaje. David Toloza-Ramírez explica que “a través de la música los pacientes logran evocar y acceder a aquellos recuerdos que son de difícil acceso por la neurodegeneración que experimenta su cerebro (en casos de demencia). Así, logran acceder a eventos familiares antiguos, generar asociaciones con eventos pasados en base a un tipo de música en particular e incluso disminuir los síntomas motores, como ocurre en pacientes con enfermedad de Parkinson.
Adicionalmente, otro efecto es la mejora significativa en la recuperación del lenguaje oral, ya que a través de la música (entonando diversas palabras) los pacientes con afasia logran mejorar la inteligibilidad de éstas y, consecuentemente, obtienen una mayor funcionalidad comunicativa en diversos contextos”.
Actualmente, las enfermedades neurodegenerativas no tienen cura, pero sí se dispone de tratamientos médicos encaminados a mejorar los síntomas de los pacientes y por tanto a aumentar su calidad de vida.
En ese sentido, continúa José Ángel Morales, “los estudios científicos que existen al respecto indican que la música modula la actividad cerebral de vías nerviosas relacionadas con el movimiento, puesto que estimulan la liberación de dopamina. Además, fomentan las actividades de coordinación de movimientos y estimulación de la actividad motora. Todo esto repercute en una mejora de la capacidad de movimiento de los pacientes.
Por supuesto se trata de una terapia complementaria a los tratamientos habituales que actualmente se usan en estas patologías”. Y en aquellos casos post ictus que han visto reducida su capacidad motora o el lenguaje, “este tipo de terapias favorece también la esfera emocional, la cual tiende a estar comprometida en estos pacientes pues la mayoría es consciente de sus déficits y limitaciones a consecuencia del evento, desarrollando cuadros depresivos de importancia que pueden limitar los avances terapéuticos”, agrega David Toloza-Ramírez.