Fernando Broncano, (Salamanca, 1954) es catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid. Su trabajo siempre ha estado orientado a tender puentes entre lo que llama “dos culturas” y la convergencia entre el mundo natural y el tecnológico. Con este enfoque, en Conocimiento Expropiado ( Akal, 456 págs) ha abordado uno de los problemas más recientes que arrastran nuestras sociedades: el conocimiento y la deliberación pública que tanta falta hacen en democracia.
Pregunta: Asegura en el libro que en la Asamblea ateniense, los elegidos para un cargo era quienes más sabían encargarse de resolver problemas colectivos, ¿esto sigue pasando?
Respuesta: Ahora vivimos en un mundo de expertos. Constituyen un poder que está detrás de los poderes políticos es elegidos. El problema que tenemos es que es un mundo bastante opaco. Nos ponemos en sus manos pero hay muy pocos medios de control el democrático de los sistemas de expertos. Pensamos que son grupos neutros y que su conocimiento está al margen de la política, pero no está tan claro. Son grupos que tienen un inmenso poder que no siempre está controlado y esto produce distorsiones.
P: ¿Se han burocratizado demasiado nuestras sociedades a fuerza de ser tan complejas?
R: Lo vemos en la UE. Es una inmensa burocracia que tiene multitud de expertos y no sabemos cuál es el grado de control que tienen los estados sobre ellos. Pero en todas las estructuras y en todos los niveles de nuestra existencia pasa esto. En Grecia, lo tenían mucho más claro. Los expertos no se elegían porque la gente fuera experta en los expertos. Sino que tenían la posibilidad de discutir y deliberar sobre qué experto era el más conveniente para cada momento. Eso los hizo muy fuertes y permitió que Atenas dominara el Mediterráneo durante 300 años.
P: Uno de los diagnósticos más habituales cuando se habla de fake news y postverdad es que se utilizan para exacerbar pasiones y evitar el razonamiento dialógico, sin embargo, usted sostiene que es esta excitación también es una forma de deliberación
R: El conocimiento es central en nuestras sociedades y no nos damos cuenta de cuán importantes es. Me parece muy positivo que haya una deliberación pública sobre la deliberación. A partir de 2016 nos damos cuenta de que las cosas han ido demasiado lejos. Ahora mismo es esperanzador que incluso algunas grandes redes puedan perder su poder precisamente por haber sido instrumentos de divulgación de todo este tipo de cosas que llamamos posverdad. Poco a poco va calando en la conciencia de que hay que deliberar sobre la deliberación y eso es un elemento central de las democracias porque sin esa deliberación no van a subsistir en un mundo tecnológico como como el contemporáneo.
P: El futuro de las democracias, ¿pasa por profundizar en la deliberación o por entregarse al big data?
R: La introducción de lo que llamamos algoritmos, que más bien son redes neuronales y otros nuevos sistemas que captan patrones que pasan desapercibidos para la inteligencia humana supone un reto para las democracias. Como expansiones del conocimiento que son hay que acogerlos y vamos a tener que hacernos a la idea de que nuestro mundo va a estar poblado en el futuro por herramientas y por máquinas y mecanismos sino también por inteligencias. Ahí empieza el problema. Debemos articular medios de control que estén establecidos por el escrutinio público. Da igual que sean algoritmos que usa una empresa o que usan los estados. El objetivo deberá ser limitar hasta dónde pueden funcionar. Si no lo regulamos, no solo habrá problemas de privacidad, sino que también tendremos amenazas de autoritarismos.
P: Asegura que la ciencia no hace mejores a los pueblos y que la tecnología es la que los hace peores, ¿Tenemos que abandonar la idea de progreso?
R: La tecnología lo que hace es amplificar nuestra alma y nuestras intenciones. Sin la tecnología no tendríamos muchos de los sistemas que tenemos ahora de solidaridad y de ayuda. Pero también sin ella no tendríamos la expansión de las formas de crueldad y de agresión que tenemos. La tecnología no es ni buena ni mala ni neutra. Es una expansión de todo lo que somos.
P: Habermas señala que una decisión que responde a un proceso deliberativo es justa, sin embargo, en las democracias hemos tomado decisiones injustas
R: Habermas y su escuela insistían en que la democracia no era solo el voto. Que no bastaba con la legitimidad del poder sino que además tenían que convencer a los ciudadanos. En eso se basa la democracia deliberativa. Ahora estamos viendo sus límites porque una deliberación está marcada también por las desigualdades, por formas sutiles de dominio de la publicidad y por toda una serie de factores nuevos que tienen mucho que ver con la distorsión del conocimiento. Esto ha llevado a varios autores a defender que la democracia es insuficiente y que hay que introducir sesgos o puertas de acceso sobre quién puede decidir. Se pretende restringir la democracia y ponerle límites. Frente a ellos, creo que hay que defender una idea muy vieja, que viene ya desde los griegos: los muchos se equivocan menos que los pocos. Hay que confiar en la diversidad. Cuantos más puntos de vista entre en la deliberación más posibilidades hay que se aprecie la complejidad de cada asunto.
P: ¿Estamos preparados para asumir una democracia así?
R: Esto requiere paciencia. En una democracia deliberativa es preciso cultivar la paciencia con los otros, la educación en las redes, hay que domesticar Twitter, Facebook... y rebajar la violencia de sus lenguajes. Pero es que la alternativa es una sociedad polarizada sin puntos de vista. Aquí tenemos el ejemplo de China, con el control tan radical que está haciendo el gobierno de las redes. O asumimos esa sociedad autoritaria y de control o asumimos redes más conflictivas que nos crispen los nervios.
P: Ya que cita el ejemplo de China. Al principio de la pandemia surgió una fascinación por su capacidad de afrontar la pandemia mucho más efectiva que las democracias occidentales
R: El ejemplo de China no es fascinante, lo fascinante es lo que ha copiado de las sociedades democráticas. Hay que mirar las cosas con perspectiva. Hay un momento en el crecimiento económico y científico que tiene mucho que ver con la irrupción del estado en la economía y en la ciencia. Y China lo que hizo fue copiar eso que ya hacían las democracias. China descubre el capitalismo y el mercado como una forma de hacer diversidad en la creación. Todo esto, en sus inicios supone un salto considerable. Lo que está por ver es la estabilidad en un sistema que no tiene diversidad ni libertad ni el control deliberativo de la diversidad. De eso China es consciente y ya empezamos a verlo. El mundo ahora es más peligroso que lo que era hace 10 o 15 años. Lo único es que China ha invertido en cuestiones centrales que tiene mucho que ver con asuntos militares. Sin embargo, China es efectiva no solo porque sea una sociedad más meritocrática que las nuestras, sino porque hay una gran convicción popular de que lo social es importante.
P: ¿Corremos el riesgo de sobreponderar en exceso la efectividad a costa de otras soluciones?
R: Claro. Esa es una de las grandes aportaciones de Habermas, que lo que llamamos efectivo no siempre es así y que hay que analizar toda la complejidad. Lo vemos con la innovación tecnológica, que no es unidireccional. Las soluciones tecnológicas están muy situadas. A veces, soluciones menos sofisticadas y de menor carga científica son más efectivas. Lo estamos viendo con el cambio climático, que muchas veces las soluciones no pasan por más aparatos, sino por reformar nuestras formas de vida. A veces ensanchar las aceras es más efectivo que introducir coches eléctricos para combatir la contaminación. No hay nada en la tecnología que sea determinista y que implique una única solución.