Manuel Cruz (Barcelona, 1951) es una de las voces más autorizadas para reflexionar sobre la calidad de nuestro sistema democrático. A sus trabajos académicos como catedrático de filosofía en la UAB añade su experiencia en la última década en política que recogió en su anterior trabajo Transeúnte de la política. Ahora con Democracia, la última utopia, se aleja de las vivencias personales para reflexionar sobre el estado de nuestra democracia, con las debilidades que le aquejan y las posibles recetas para mejorar nuestro sistema.
Pregunta: Dices que se había dado por sentado que democracia y estado del bienestar estaban yuxtapuestos y ahora hemos descubierto que no siempre es así.
Respuesta: En nuestra Constitución reza que somos un Estado social y democrático derecho. Nuestro modelo de estado incorpora esa dimensión social de bienestar. Puede ocurrir que a veces la democracia no suponga una mejora de las condiciones de vida. Pero en el contexto occidental y europeo, la idea de que la democracia tiene que satisfacer una serie de requisitos está asumida. Hay derechos que ya están reconocidos en nuestra constitución como el derecho a la vivienda que han vuelto al primer plano y otros que se lucha porque tengan ese reconocimiento constitucional.
P: Sobre ese derecho a la vivienda es cierto que ha vuelto a la agenda a través de plataformas de activismo y protesta como la PAH. Precisamente en el libro señalas que la protesta social ha cobrado un prestigio que antes no tenía.
R: Tiene un prestigio variable y cambiante. Depende del momento y de los sectores. La sociedad tiende a afinar más el valor del activismo en las protestas. No sé si estamos en una sociedad de la información de verdad. Lo que sí estoy seguro es que es una sociedad del ruido. En el espacio público, hay comportamientos que fácilmente logran un eco. Que sea positivo o negativo, está por ver. Ya no funciona la distinción entre quienes siempre protestan y quienes nunca lo hacen. Eso antes ocurría, pero ahora es mucho más confuso. Históricamente en Cataluña, el activismo era rechazado por parte de algunos sectores conservadores, ahora la ven bien e incluso la practican. Y con eso llegamos a la paradoja de que según la carga política el mismo contenedor con las mismas llamas puede estar bien o no. Eso es difícil que la ciudadanía lo acepte.
P: Señalas que el gran problema es que la política se ha reducido a un juego de dichos y desmentidos que ha dejado que sólo existan los tacticistas y los estrategas. ¿Es más problema la degradación del debate público que la pérdida de legitimidad de las instituciones?
R: Es que creo que van juntas. Hemos de pensar globalmente lo que podríamos llamar el espacio público. El deterioro es del espacio público en su conjunto. Eso incluye las instituciones, por supuesto. Creo que plantear que solo los representantes públicos son actores de la vida política es falso. Por ejemplo, Greta Thumberg es una actriz política de primera magnitud. Un medio de comunicación que destapa un escándalo que desencadena una gran crisis es un actor político. No tiene sentido seguir asumiendo que los profesionales de los medios de comunicación no son actores políticos. Son actores que intervienen directísimamente desde hace mucho tiempo y así hay que plantearlo. Por cada político crispador que interviene el miércoles en la sesión de control al gobierno en el Congreso de los Diputados, hay un telepredicador que amplifica el mensaje al día siguiente para que llegue a muchísima más gente de la que hubiera recibido el mensaje directamente. La degradación de la imagen de las instituciones y de los políticos, por tanto, tiene mucho que ver con una imagen que se han ganado a pulso, pero no son los únicos.
P: ¿Cómo hemos llegado hasta aquí entonces?
R: Hay algo que tiene que ver con un déficit de cultura política. Ya no existe eso que se llamaba la opinión pública tal y como la conocíamos antes. La irrupción de las redes sociales, la prensa digital han cambiado los hábitos de consumo de la información. Además, tenemos que sectores importantes de la población, importantes en número, emiten mensajes contradictorios. Si haces una encuesta y preguntas qué prefieren: ¿un partido político que tenga disensiones y que se exprese la pluralidad de opiniones o un partido monolítico que hable con una sola voz? Mi apuesta es que la gran mayoría se decantaría por el primero. Luego vienen las elecciones y los partidos que tienen peleas van para abajo y los que no las tienen, van para arriba.
P: La corrupción también ha ayudado a esa mala imagen de la clase política
R: Hay ciudadanos que cuando ven que se procesa a un político por corrupción, despotrican y creen que todos los políticos son iguales y que no se puede confiar en ninguno, pero sin embargo, no le duelen prendas en defender y aplaudir al futbolista de su equipo favorito cuando lo procesan por fraude fiscal. Así, algo no funciona. Ha terminado cuajando la imagen de que los políticos son el chivo expiatorio de todos nuestros males y además liberan y exculpan a todos los demás. Somos muy duros con los políticos corruptos pero luego elogiamos a los empresarios que los han corrompido. “Este es muy espabilado, se lo ha montado muy bien…” Incluso puede llegar a ser un modelo triunfador. No rebajo la responsabilidad del político, pero lo que no podemos es eximir al que corrompe y culpar solo al corrupto.
P: ¿Y por qué tiene esa mala imagen la clase política?
R: Siempre me decían que si me había sorprendido la cantidad de zancadillas que se hacen en política y yo decía que todas eran un juego de niños comparadas con las putadas que se hacen en un departamento universitario, con perdón. O las que se dan en los medios de comunicación. Pero funciona que la política sea el chivo expiatorio. Hay dos formas de pegar la hebra con tu vecino en el ascensor. O hablas del tiempo o hablas mal de los políticos. Ahí todo el mundo entra al trapo.
P: Una de las proclamas para regenerar la vida política en estos últimos años ha sido el intento de darle más protagonismo a la ciudadanía, lo que llama Sartori la tentación directivista. Pero después de varios años, seguimos igual. ¿No somos capaces de superarla o es que no se ha aplicado bien?
R: El problema es que esa no era la solución. Es cierto que en un momento determinado ese decisionismo era una reacción comprensible ante determinados problemas previos. Pero una cosa es que fuera una reacción y otra cosa es que fuera la solución. En el caso de los partidos es evidente que han incurrido en muchos errores, clientelismo, sectarismo, endogamia…Las estructuras complejas de los partidos se han pervertido y se han puesto al servicio de motivaciones espurias. Otra cosa es que esas estructuras mal utilizadas no tengan ningún sentido y que lo mejor que hay que hacerse a eliminarlas. Y no es así. Las estructuras de mediación precisamente sirven para conseguir controles y mecanismos de vigilancia. La solución de que ventilemos esas estructuras y dejar que hablen las bases es la puerta de entrada al cesarismo y a los líderes carismáticos. Si se han utilizado mal las mediaciones, usémoslas bien, pero no acabemos con ellas. La democracia no es directísimo, no es solo votar. Eso ya lo vio Tocqueville que hablaba de las dictaduras de las mayorías. La gracia de la democracia es que nos pueda proteger de nuestros propios errores. Por eso nuestra democracia es una democracia que además de tener mecanismos de control sin democracia se define como deliberativa. No puedes empezar decidiendo. Si lo primero que haces es tomar una decisión y no argumentas en la plaza pública, no tomarás la mejor opción. Y ganarán los que sean más aunque no tengan las mejores razones. Y lo deseable es que ganen los que tengan las mejores razones, y si no lo hacen, que esas razones que se toman puedan ser revertidas. La democracia no te garantiza el acierto, garantiza que puedes corregir el error.
P: En el libro dedicas una parte muy interesante del análisis a esa fragmentación de la plaza pública y la muerte de la opinión pública y señalas que los medios de comunicación y los periodistas somos grandes responsables de todo, ¿qué debemos hacer?
R: La responsabilidad fundamental es de los medios de comunicación. Es cierto que hay un intenso corporativismo en el sector. Hay una tendencia a que sí alguien desde fuera de los medios hace una reflexión, sea visto como una agresión porque en el pasado se utilizaron esos mismos argumentos para recortar libertades, pero ese ya no es el escenario. Del mismo modo, igual que existe ese corporativismo, los profesionales sois conscientes de los grandes problemas de credibilidad que arrastráis, por eso ha de salir de vosotros una reflexión profunda y autocrítica. No porque seáis benefactores, sino porque os estáis jugando el prestigio. En la práctica hay que asumir la condición de actores políticos para los medios de comunicación. No podemos seguir con la cantinela de que no se puede criticar al medio. Los medios y las empresas son actores políticos. Cuando los empresarios de grandes medios de comunicación acuerdan un manto de silencio sobre el comportamiento del anterior jefe del estado, eso no es ser el mensajero. Eso es tomar una decisión y las consecuencias las está pagando el actual jefe del estado. ¿Era necesario? ¿Era inevitable? Si las empresas de comunicación fueron capaces de pactar aquello o de publicar un editorial conjunto en Cataluña, ¿no son capaces de llegar a ese acuerdo?
P: En todo el libro está presente que uno de los grandes fallos de la democracia es su incapacidad creciente para lograr una satisfacción universalizada de la población. En la pandemia hemos visto que las democracias liberales no han sido tan efectivas protegiendo a su población como lo han hecho otros países asiáticos, que no siempre tiene el modelo democrático liberal de referencia. ¿El futuro que le queda a la democracia es evolucionar hacia una epistocracia?
R: El filósofo coreano Byung-Chul Han ha publicado un par de artículos sobre la pandemia. En ellos sostiene la tesis de que los países orientales en general y no solo China, como dictadura, han tenido un mayor sentido de la disciplina que no hemos tenido en Europa. No es tanto un debate de democracia sí o democracia no. Se puede hacer un mal uso de las instituciones democráticas, igual que se puede hacer un pésimo uso de las instituciones de control. En demasiadas ocasiones, se está muy pendiente de la batalla de la propaganda y no de las ideas. Tenemos que argumentar y convencer a la gente de que hay cuestiones que son positivas y necesarias, aunque no tengan un rendimiento electoral directo. Yo creo que el político que aparezca hablando así es posible que tenga un mayor rendimiento electoral que otros. Se diría que este PP y este PSOE no son capaces de llegar a acuerdos, pero ahí tenemos a Moreno Bonilla y Ximo Puig han sido capaces de llegar a acuerdos, todos podrían.