En España, entre 2,5% y 3% de los mayores de 18 años padecen un trastorno psicológico grave e incapacitante. La cifra asciende al 30% cuando hablamos de uno o varios síntomas aislados, siendo los problemas ganadores la ansiedad y la depresión. Estos datos proporcionados por la Confederación Salud Mental España dejan claro algo que se veía intuyendo mucho tiempo: los problemas psicológicos cada vez afectan a más personas.
Todos conocemos a alguien que va al psicólogo o, como mínimo, reconoce abiertamente que la terapia le vendría bien. Admitir en voz alta que cuidamos nuestra salud mental ya no es un oscuro secreto que debemos ocultar a toda costa. Ahora lo gritamos a viva voz, compartiendo en Instagram ilustraciones y mensajes en los que se reivindica la importancia de ir al psicólogo.
Sin embargo, todavía quedan atisbos del tabú que rodea a los trastornos psicológicos. Muestra de ello es que a menudo tardamos meses en pedir ayuda profesional, y cuando lo hacemos solemos llevarlo con más discreción que otros problemas de salud. Nos da miedo que nos juzguen, que se nos ataque en un momento vulnerable o incluso que cuestionen la veracidad de nuestros trastornos, invalidando lo que sentimos y etiquetándonos como “exagerados”, “débiles” o “locos”.
Para romper este estigma, debemos escuchar a todas las personas que han sido silenciadas durante años. Por eso hemos preguntado a varios jóvenes que padecen o han padecido un trastorno mental por las frases, comentarios inocentes y juicios de valor que más daño les han hecho.
“Cuando tuve depresión mi madre me contaba las miserias de otras personas por si eso me animaba”, recuerda Raquel, una joven de 26 años. “Yo sé que hay gente jodidísima con cáncer, que se muere de hambre o que sufre violencia de género por poner tres ejemplos, pero eso no quita que yo estuviese en la mierda más absoluta. Comentarios como el de mi madre me hacían sentir culpable y desagradecida”.
En terapia me gusta utilizar una frase tanto con los propios pacientes que se castigan por sentirse así, como con los familiares que minimizan el problema: sufre lo mismo quien se ahoga en una bañera, que quien se ahoga en el fondo del mar.
Que otras personas estén viviendo situaciones más aversivas, no significa que debas (o deban) invalidar tus emociones.
Albert, de 22 años, comenta con ironía que pedirle que esté bien o que se relaje, “es como decirle a alguien con cáncer que se cure”.
Los trastornos mentales no son algo voluntario que escojamos padecer. Tampoco existe un botón para sonreír, para dejar de preocuparte o para no llorar. Por eso es importante dejar de responsabilizar a las personas que sufren un problema psicológico, ya sea pasajero o algo más serio.
Algo que para nosotros es una trivialidad, para otra persona puede suponer un mundo. En otras palabras, que no entiendas las preocupaciones de los demás no te da derecho a quitarles importancia.
Elena, una joven de 25 años con ansiedad generalizada, detesta cuando le dicen que todo está en su cabeza. “Yo sé que muchas de mis preocupaciones son movidas mías y que le doy mil vueltas a las cosas. Ese es precisamente mi problema. Lo que no necesito es que me traten como una exagerada”, confiesa.
“Fui víctima de una violación y tuve trastorno de estrés postraumático”, comparte Érika, de 27 años. “Cuando tuve los juicios, empecé a tener ataques de pánico, pero lo peor de todo era la gente que me daba consejos de revista de adolescentes”. Desde hacer yoga, salir de fiesta o adoptar un perro, Érika tuvo que escuchar de todo.
Las personas toleramos muy mal las emociones negativas. Por eso nos cuesta escuchar a los demás contando sus problemas y no darles una solución milagrosa. Debemos aprender a tolerar y respetar las emociones de los demás, ofreciendo simplemente nuestro apoyo. Y si alguien llora, no es necesario que le digas que pare. Deja que se desahogue.
Otra cosa es que te pida abiertamente ayuda, en cuyo caso lo mejor es preguntar qué podemos hacer o si busca tu consejo.
Rafael, de 23 años, probó remedios naturales que no funcionaron antes de ir a un profesional. “Está mejor visto tomarte una infusión o algo de homeopatía antes que ir al psicólogo”, reflexiona.
Cada persona es un mundo, por eso no debes recomendar algo que te funcionó por mucho que quieras ayudar. Es un profesional el que diagnostica un problema y el que elabora el tratamiento correcto, ya sea psicológico o farmacológico.
“Cuando decía que tomaba paroxetina la gente me miraba como si hubiese dicho heroína”, bromea Patricia, una mujer de 24 años diagnosticada de depresión mayor. “Mi ex me dijo que las dejase porque me afectaban a las ganas de sexo. ¿Estamos tontos? Era eso o que volviesen las ganas de suicidarme, pero estaba claro que él prefería lo que prefería”.
Los psicofármacos, es decir, los medicamentos utilizados para los trastornos mentales, son muy controvertidos. Sin embargo, antes de opinar a la ligera hay que tener presente que hay un profesional que ha estudiado seis años de medicina y cuatro años de especialidad MIR en psiquiatría. Él sabe lo que hace.
Por otro lado, bastante miedo tiene ya alguien que se medica como para que encima aumentes su ansiedad. Apóyale y en todo caso, recomiéndale que hable con su médico si está experimentando efectos secundarios, pero que no deje el tratamiento por su cuenta.
“Parece que si vas a la universidad, tienes amigos y novia, y estás sano físicamente, ya no te puedes deprimir. Pues mira, no es así. Mi vida era perfecta pero estaba fatal mentalmente, y eso no me hace un desagradecido ni quita importancia a mis problemas”, afirma contundentemente Marcos, de 21 años.
Trastornos como la ansiedad o la depresión muchas veces guardan relación con situaciones desagradables como una relación con maltrato, no encontrar trabajo, un entorno familiar conflictivo o una enfermedad grave. Sin embargo, también pueden aparecer sin ningún desencadenante. ¿Son estos casos menos graves? ¡En absoluto!
“Si me dieran un euro por todas las veces que me han dicho lo que debería hacer o lo que harían otras personas, sería rica”, añade Alejandra, de 26 años.
La empatía no es pensar lo que sentirías tú si estuvieses en la situación de la otra persona, sino ponerte en su piel y reflexionar sobre cómo se siente ella teniendo en cuenta sus circunstancias. Por eso decir “yo haría…” no suele ser útil.
José Miguel, de 24 años, fue al psicólogo durante un año. “La gente me decía que la terapia no valía para nada porque estaba igual que antes, así que dejé de ir”, confiesa. “Dos semanas después estaba yendo de fiesta en fiesta, al borde del coma etílico y metiéndome de todo. Total, que pasé de la gente, volví a terapia y aunque me costó mucho, no he vuelto a drogarme”.
Al igual que los psicofármacos, la terapia puede dar lugar a miedo y frustración cuando no ves avances. Pero ojo, una cosa es que tú no te sientas cómodo con tu psicólogo y decidas cambiar, y otra que en tu entorno te presionen o te juzguen.
Ir al psicólogo es eficaz, está demostrado científicamente, así que no cedas ante las presiones de familiares, amigos o desconocidos. Si necesitas ayuda, ponte en manos de un profesional.
Javier, de 23 años, tiene claro que “no hace falta encontrarle un sentido a las cosas para que sean más llevaderas”. Al principio intentaba aferrarse a que todo sucedería por algo, pero pronto se dio cuenta de que eso no siempre era así. “A veces nos pasan cosas horribles porque sí, y aceptar eso es liberador”.
No necesitas buscarle el lado bueno a una desgracia para que la otra persona se sienta comprendida. Con escuchar, estar ahí o incluso darle un abrazo, basta.