Durante el verano no es raro que el calor nos haga tolerar mejor que nunca una ducha helada, pero las cosas cambian cuando llega el invierno. Sin embargo, lo cierto es que ducharse con agua fría es bueno durante todo el año y, en contra de lo que cabría pensar, puede ayudarnos a evitar más de un resfriado, a reforzar nuestras defensas... e incluso a que nuestra piel luzca más sana que nunca. ¿Cuáles son las ventajas de ducharse con agua fría? ¿Qué beneficios tiene para tu organismo y cómo puede ayudarte a prevenir enfermedades?
Nada sienta mejor que una ducha caliente después de un día frío... al menos aparentemente. Sin embargo, la realidad es otra. Con el agua fría suele ocurrirnos que el momento del primer contacto no resulta nada placentero pero, sin embargo, cuando salimos del agua nos sentimos tonificados, frescos y despiertos, con la energía por las nubes. Con el agua caliente ocurre justo lo contrario: no hay nada más agradable que ese primer contacto, pero nos cuesta muchísimo salir de la ducha y muchas veces sentimos frío excesivo al salir, debido al contraste con la temperatura ambiente.
Si tenemos que quedarnos con una de estas dos sensaciones, la más beneficiosa está muy clara: el agua fría será mucho mejor para tu organismo que el agua caliente, por múltiples y variados motivos. No es casualidad que la hidroterapia se utilice desde hace siglos y que los circuitos de spa incluyan el paso por sus piscinas de agua helada como parte del tratamiento (aunque más de uno lo evite a toda costa). El resultado de pasar un poco de frío de vez en cuando es sufrir menos enfermedades (en torno a un 30 por ciento menos) que quienes huyen de las duchas de agua fría, incluyendo resfriados y otras dolencias respiratorias.
El agua fría no solo consigue espabilarte y prepararte para afrontar el día: también te ayuda a controlar tu cuerpo (imprescindible para traspasar la barrera de los primeros segundos bajo el agua gélida), enseñándolo a adaptarse y tomando control de tus músculos y tu respiración. También mejorarás tu sistema inmunológico y tu sistema linfático, encargado de combatir las infecciones.
Por supuesto, tu circulación agradecerá las duchas gélidas, al aumentar tu frecuencia cardíaca y flexionar tus músculos, que se llenarán de sangre. Además, tu estado emocional general mejorará, debido a las sustancias químicas que generará tu cerebro como respuesta al frío. De hecho, las duchas heladas ayudan a disminuir el estrés, la ansiedad e incluso a mejorar los síntomas de la depresión, así como la calidad del sueño. Por último, también tu piel se verá más sana, al cerrar tus poros y mejorar su aspecto, y también quemarás muchas calorías en el proceso de tratar de mantener tu temperatura corporal en niveles adecuados.
Eso sí, dado que el contraste que se genera con el agua fría supone un verdadero shock para el organismo (aumenta el ritmo cardíaco, la circulación se dispara, se libera adrenalina...) es mejor evitar cambio bruscos si padeces hipertiroidismo. Del mismo modo, una ducha fría por la noche podría resultar contraproducente, al alterarte y dejar tu organismo sobreestimulado justo antes de conciliar el sueño.