El aislamiento por coronavirus se expande por todo el mundo: cada vez son más los gobiernos que se suman a la idea de que más vale prevenir que curar y, siguiendo el consejo italiano, deciden implantar medidas contundentes de paralización de la movilidad ciudadana para frenar de golpe el número de contagios. La lógica es que, si se consigue frenar el número de contagios, se logrará ‘ganar tiempo’ a la enfermedad de cara a posibles vacunas y tratamientos, se evitará el colapso de la sanidad pública y, en definitiva, se evitará la propagación de un virus que, hasta ahora, ha mostrado ser altamente contagioso y potencialmente peligroso para ciertos sectores de la población.
¿Es esta la primera vez que ocurre un caso de aislamiento por contagio? La realidad es que ha habido numerosos casos en la historia similares al aislamiento por coronavirus. Repasamos algunos.
El aislamiento frente a epidemias en forma de cuarentena se viene utilizando desde hace más de 3.000 años y aparece referenciado en la Biblia (Pentateuco). De hecho, el término ‘cuarentena’ tiene un origen religioso: numerosos episodios clave de la Biblia hacen referencia al número 40, como los días que Moisés permaneció en el Monte Sinaí antes de descender con los Diez Mandamientos, o los pasó que los hebreos fueron castigados a vagar por el desierto, o los días y noches que Jesucristo pasó de ayuno en el desierto.
Un ejemplo histórico de cuarentena lo encontramos en las leproserías: esta enfermedad contagiosa obligó a aislar a los afectados en zonas muy concretas, alejadas del contacto con el resto de la población. Esta práctica aparece documentada ya el año 706, cuando el califa omega Al-Walid construyó el primer hospital islámico en Damasco y creó en él secciones separadas para los pacientes de esta enfermedad. En total, llegaron a contarse 19.000 leproserías en toda Europa a lo largo de la Edad Media.
Además, el aislamiento por cuarentena fue ampliamente utilizado en el caso de la peste negra, verdadera pandemia que acabó con la vida de un tercio de la población de Europa alrededor del siglo XIV. Consistía, tal y como ocurre ahora, en el aislamiento preventivo de una persona, lugar o animal por razones sanitarias, sin que tenga que durar necesariamente 40 días, ya que las razones para ello no son médicas, sino, como hemos visto, religiosas. De hecho, fue en la Edad Media cuando se acuñó realmente este término como procedimiento de control de epidemias y pandemias. También en este caso se construyeron centros de aislamiento en toda Europa, donde se mantenía a la población infectada (por ejemplo, tripulantes de barcos). También a raíz de la peste negra se comenzó a dar importancia a la higiene como medio de prevención frente a posibles contagios.
El caso de la gripe española de 1918 fue otro ejemplo clásico de uso del aislamiento en forma de cuarentena, aunque ello no impidió que se produjeran numerosísimas muertes (entre 40 y 100 millones de personas en todo el mundo). En este caso, gracias a lo aprendido en experiencias pasadas, se promocionó especialmente la buena higiene personal, el aislamiento de infectados y el cierre de lugares públicos.
Durante el resto del siglo XX se produjeron importantes avances científicos en el campo de la vacunación y el desarrollo de antibióticos, pero ello no impidió que llegaran otras epidemias, como la neumonía asiática (SRAS) en 2003, o el ébola en 2014.
Este tipo de aislamiento, drástico pero potencialmente efectivo (cuando se utiliza adecuadamente) para frenar la expansión de enfermedades altamente infecciosas, puede no ser eficaz por sí solo si se desconoce información básica sobre la enfermedad a la que nos enfrentamos, como puede ser el periodo de incubación o la forma de transmisión de la enfermedad. De hecho, existen ejemplos históricos de fracaso de campañas de cuarentena motivados precisamente por la falta de datos en este sentido, como el brote de fiebre amarilla de Filadelfia en 1793. En aquel caso, se desconocía que el agente transmisor eran los mosquitos. También es importante tomar medidas a tiempo: cuanto más se haya propagado la enfermedad, más complicado será controlar su expansión.