A lo largo de nuestra historia han existido (y, desafortunadamente, siguen surgiendo) enfermedades capaces de trastocar nuestro desarrollo y de diezmar la población mundial. Y cuando ello ocurre, las prioridades cambian y el foco gira hacia una nueva necesidad primaria y urgente: evitar su propagación y proteger a la población.
Es en esos casos cuando podemos hablar de pandemias, que consisten, según las define la Organización Mundial de la Salud (OMS), en “la propagación mundial de una nueva enfermedad”. Una pandemia, por su calado y por su grado de expansión a escala global, supone un nivel superior de peligrosidad con respecto a las llamadas epidemias, que afectan a zonas más concretas.
Así, una enfermedad puede alcanzar el grado de epidemia y escalar hasta el de pandemia si no se toman las medidas adecuadas, o bien si su forma de contagio limita la eficacia de las barreras de contención que se diseñen.
Según la OMS, para que podamos hablar de pandemia deben cumplirse varios requisitos:
En un momento en el que el riesgo generado por el coronavirus se encuentra en boca de todos, la propia OMS ha querido alertar sobre el mal uso de este término por parte de muchos medios de comunicación: la directora del departamento de preparación mundial para los riesgos de infección de esta organización, Sylvie Briand, explica que el término de "pandemia" se aplica cuando una enfermedad se propaga a nivel mundial. Sin embargo, insistió que este no es el caso del nuevo coronavirus. Al contrario, nos encontraríamos en “una fase de epidemia con múltiples focos”.
La propia OMS asegura que, típicamente, las pandemias se han producido a intervalos de entre 10 y 50 años a lo largo de la historia. Por ejemplo, en el pasado siglo XX se contaron un total de tres grandes pandemias: la de 1918 (gripe española), que provocó unos 40 millones de muertes; la de 1957 (gripe asiática), en la que murieron más de dos millones de personas; y la de 1968 (gripe de Hong Kong), con cerca de un millón de víctimas. También al siglo pasado pertenece el VIH, que ha provocado más de 30 millones de muertes y cuyo ciclo aún no se encuentra cerrado.
Precisamente el VIH se encuentra en el listado de las pandemias más mortíferas de nuestra historia, que repasamos a continuación:
Se trata sin duda de la pandemia más mortífera a la que hemos asistido. Esta enfermedad infecciosa grave y altamente contagiosa tuvo como origen el virus Variola, y provocaba la aparición de pústulas por todo el cuerpo, así como fiebre, deshidratación y otras complicaciones, hasta causar -en un alto porcentaje de casos- la muerte. Se calcula que tan sólo el 30 por ciento de los afectados conseguía curarse, aunque existían ciertos tipos de viruela menos extendidos cuya tasa de mortandad era prácticamente del cien por cien.
Este virus, en su variante infecciosa, sólo afectó a seres humanos y se transmitía de forma similar al Ébola, es decir, a través de fluidos corporales y contacto directo. De ahí su enorme propagación. Se calcula que esta enfermedad se ha cobrado más de 300 millones de vidas desde su existencia, que se extiende desde el año 10.000 a.C hasta hace pocas décadas. Desde 1980 se considera erradicada. No así un ébola que repunta en el Congo de forma más que preocupante.
El sarampión es una enfermedad infecciosa caracterizada por provocar erupciones cutáneas rojizas en la piel, alta fiebre y malestar general, generando en algunos casos inflamación en los pulmones y el cerebro que pueden terminar con la vida del paciente. Tiene su origen en un virus de la familia paramyxoviridae, del género Morbilliviru, y se transmite por el aire, a través del sistema respiratorio, por la propagación de pequeñas gotitas de saliva, o por contacto directo.
Se ha documentado la existencia de este virus desde hace más de 3.000 años y se calcula que ha provocado más de 200 millones de muertes. Afortunadamente, hoy en día contamos con una vacuna contra esta enfermedad, y la mayor parte de los pacientes se recuperan sin complicaciones. Su tasa de mortandad es de uno por cada mil casos. No ocurre lo mismo en países con alto grados de malnutrición, donde la tasa de fallecimiento asciende a un 10 % aproximadamente. Pese a todo, se percibe ya un resurgimiento de los brotes de sarampión debido a la flexibilidad a la hora de vacunarse. Son los primeros efectos colaterales de los que apuestan por no vacunarse.
La gripe española o gran pandemia de gripe fue sin duda una de las grandes pandemias de nuestra historia, especialmente por el hecho de que, en contra de lo que ocurre con otras variedades de gripe, ésta afectó no sólo a niños y ancianos especialmente, sino que se cobró miles de vidas de jóvenes y adultos con buena salud. Si bien sarampión y viruela se han cobrado muchas más vidas a lo largo de la historia, la pandemia de gripe española condensó entre 50 y 100 millones de muertes en alrededor de dos años.
Se calcula que esta gripe se cobró la vida de entre el 3 y el 6 % de la población mundial y que contagió a un tercio de ésta. Su propagación fue especialmente rápida debido, entre otras cosas, a la Primera Guerra Mundial y al movimiento de tropas que ello provocó, además de a su elevadísima virulencia. Su nombre se debe a que la prensa en España -neutral durante la Primera Guerra Mundial- dio mayor protagonismo a esta pandemia que la prensa del resto de Europa, donde se censuró la información sobre la enfermedad.
La peste negra o bubónica da nombre a la pandemia de peste más dura de la historia de la humanidad. Se produjo durante la Edad Media (concretamente, en el siglo XIV), y se cobró la vida de nada menos que un tercio de la población europea. La causa de la enfermedad se encuentra en la bacteria Yersinia pestis, todavía activa en pequeñas poblaciones y zonas rurales. Se propaga a través de pequeños parásitos, como las pulgas, y en aquel momento tuvo como portadoras a las ratas, tan presentes en los buques comerciales de la época.
Si la enfermedad comenzó en Asia, se propagó rápidamente por Europa debido a las rutas de mercadeo existentes con este continente. Los cronistas de la época hablan de síntomas como fiebre alta, tos, sangrado, sed aguda, manchas en la piel aparición de bubones negros, gagrena… También de la rápida muerte provocada por la enfermedad, que podía desarrollarse en ocasiones en un solo día tras la aparición de lo primeros síntomas.
Una consecuencia negativa ‘extra’ de esta enfermedad fue el hecho de que algunos colectivos acusaran a los judíos de ser los causantes de la enfermedad. Se produjeron numerosos linchamientos multitudinarios en diferentes áreas de Europa contra esta población debido a esta falsa creencia, alimentada por el caos generalizado y la falta de una autoridad estable que lo evitara.
Es quizás el virus del que más referencias conocemos porque, a pesar de todos los avances científicos alcanzados para limitar sus efectos, sigue siendo foco de preocupación a día de hoy. Conocido como Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH), éste es causa de la infección por VIH que, con el tiempo, puede provocar el llamado Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida o SIDA. Este virus se considera la quinta pandemia mundial más importante, y fue identificado en 1983.
El VIH provoca que el sistema inmunológico funcione de manera deficiente, de forma que la persona afectada suele fallecer debido a su mayor vulnerabilidad ante cualquier amenaza externa, y no por el virus en sí. Se calcula que el VIH se ha cobrado la vida de más de 25 millones de personas y, de hecho, en los últimos años se ha experimentado un repunte en el número de afectados, en parte por la existencia de nuevos avances que frenan el desarrollo de la enfermedad (lo que rebaja la percepción de peligro en la población), en parte porque la alerta social que existía hace unos años ha perdido fuerza.
El VIH no es tan fácilmente contagioso como en el caso de otras pandemias: se transmite mediante contacto directo con sangre, semen, flujo vaginal, líquido preseminal y leche de lactancia. Además, se han alcanzado grandes avances en tratamientos que permiten retrasar la progresión del ciclo vital del virus, mejorando la calidad de vida de los afectados y alargando también su esperanza de vida. Además, existe la llamada profilaxis post exposición, un tratamiento antirretroviral que reduce la probabilidad de infección tras haber ido expuesto a un potencial contagio pero que nunca debe utilizarse como alternativa a los métodos de barrera contra el contagio.