Unas 120.000 personas sufren un ictus y alrededor de 25.000 fallecen cada año en España a causa de este accidente cerebrovascular. Esta condición médica grave ocurre cuando el flujo de sangre a una parte del cerebro se interrumpe o se reduce, privando al tejido cerebral de oxígeno y nutrientes esenciales. Trae consigo un gran sufrimiento y un impacto en todas las esferas de la vida. Es un problema mundial de salud pública, asociado a una elevada mortalidad. Son datos del Ministerio de Sanidad, desde donde alertan de que uno de cada seis ciudadanos en el mundo padecerá un ictus a lo largo de la vida.
Por ello, es la primera causa de discapacidad en Europa. Puede ocurrir a cualquier edad, en los últimos años se ha incrementado su incidencia en un 25% entre las personas de entre 20 y 64 años, si bien es más frecuente a partir de los 65. Carlos Alberto Villarón Casales, profesor de Fisioterapia y experto en ictus en la Universidad Europea de Valencia, explica que el aumento de estos accidentes cerebrovasculares en adultos jóvenes se atribuye a una combinación de factores.
Por un lado, se ha incrementado la diabetes, la hipertensión, que daña las arterias y facilita la formación de coágulos, y el colesterol alto, que antes era más común en personas mayores y contribuye a la acumulación de placas en las arterias, lo que puede bloquear el flujo sanguíneo al cerebro, según señala el experto. Estos factores de riesgo se asocian, a menudo, a estilos de vida insanos, a la inactividad física y a una mala alimentación.
La obesidad está también vinculada a un mayor riesgo de ictus. "El estilo de vida sedentario, el aumento del estrés crónico, el tabaquismo, el consumo de alcohol y las dietas poco saludables juegan un papel clave en esta tendencia", refiere el profesor. En edades tempranas apenas se realizan controles de estos factores, fácilmente modificables si se detectan pronto, pero que al final llegan a crear serias complicaciones si se mantienen en el tiempo. Los síntomas de un ictus pueden aparecer de forma súbita. Por ello, es crucial actuar rápidamente.
Villarón advierte de que el estrés crónico tiene un impacto significativo en la salud cardiovascular, ya que puede aumentar la presión arterial, los niveles de cortisol y provocar inflamación, lo que incrementa el riesgo de ictus. “Para manejar la tensión emocional es importante adoptar técnicas de relajación como la meditación, el yoga o la respiración profunda”, señala. Además, mantener un equilibrio entre la vida personal y profesional, dormir lo suficiente y realizar actividad física de forma regular son estrategias clave para reducir los niveles de estrés.
La falta de ejercicio afecta negativamente a la salud cardiovascular en general, mientras que una dieta rica en grasas saturadas, azúcares y sal contribuye al desarrollo de la arteriosclerosis. "Adoptar hábitos de vida más saludables, con una alimentación equilibrada y ejercicio regular, es fundamental para reducir los riesgos", señala el experto, tras insistir en que la prevención es clave para reducir el riesgo de ictus.
Los adultos jóvenes deben contar con una dieta equilibrada rica en frutas, verduras y grasas saludables, además de baja en azúcares y grasas saturadas. También es esencial mantener una rutina regular de ejercicio físico, controlar la presión arterial y el colesterol y evitar el consumo de tabaco y el exceso de alcohol. “Gestionar el estrés y mantener chequeos médicos periódicos ayuda a detectar a tiempo posibles factores de riesgo”, recuerda Villarón.
Si no consiguen localizarse y el ciudadano sufre un ictus, los síntomas que puede padecer son la debilidad repentina o el entumecimiento en la cara, el brazo o la pierna, especialmente en un lado del cuerpo; la dificultad para hablar o entender lo que se dice; los problemas para ver con uno o ambos ojos; la pérdida del equilibrio o la coordinación y el dolor de cabeza intenso sin causa aparente.
La recuperación requiere un enfoque multidisciplinar. “Es fundamental seguir un plan de rehabilitación personalizado que incluya fisioterapia para recuperar la movilidad y la fuerza, terapia ocupacional para afrontar las actividades diarias y, en algunos casos, logopedia”, aclara Villarón. El apoyo psicológico también puede ser necesario, ya que el ictus acarrea un impacto emocional significativo.
Resulta de vital importancia trabajar en la prevención de futuros ictus mediante el control riguroso de los factores de riesgo, la toma de la medicación prescrita, el seguimiento de una dieta saludable, la práctica de ejercicio de forma regular y el seguimiento de revisiones médicas periódicas.
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