En la Sociedad Española del Dolor aseguran que el sexismo y los prejuicios de género perpetúan las desigualdades en la investigación y la atención del mismo. Las mujeres y las hembras han sido excluidas durante mucho tiempo de los estudios de investigación, entre otras razones por la preocupación que suscita el impacto del ciclo menstrual. Se defendía que los hallazgos podían generalizarse a partir de muestras masculinas. Los prejuicios negativos relacionados con el género, como desestimar el dolor de las mujeres y esperar que los hombres sean estoicos, están relacionados con peores resultados en el tratamiento.
Ellas tienen que luchar más para que su testimonio sea legitimado en el contexto de los encuentros clínicos. Su dolor es más psicologizado, se desconfía de él y se invalida. "Históricamente, la población femenina se presenta como excesivamente emocional y sensible, lo que lleva a los profesionales sanitarios a atribuir su dolor a procesos psicológicos en lugar de a etiologías físicas”, aclaran tras insistir que la población femenina es derivada con mayor frecuencia a tratamientos antidepresivos. María Madariaga, presidenta de la entidad y anestesióloga, aborda esta inequidad en el Día Mundial contra el Dolor.
Pregunta: ¿Cuántas personas en España sufren dolor crónico?
Respuesta: Según la última encuesta del Observatorio del Dolor de la Universidad de Cádiz, un 26,5% de los residentes en nuestro país. Casi ocho millones de ciudadanos padecen un dolor continuo con impacto funcional durante más de tres meses seguidos.
P: ¿Cuáles son las patologías crónicas más frecuentes?
R: El dolor musculoesquelético es el más habitual, sobre todo, en la zona lumbar y la columna. También en las grandes articulaciones como la rodilla, la cadera y el hombro, sin olvidar las cefaleas y los cuadros de dolor crónico primario observados, por ejemplo, en la fibromialgia.
P: ¿Cuál es el perfil poblacional más frecuente que presenta dolor asociado a una patología crónica?
R: En España es una mujer de 51 años y medio, activa laboralmente, con cargas familiares y que asocia a su cuadro de dolor un fuerte impacto emocional en forma de ansiedad o depresión. El 30% de la población femenina presenta dolor crónico en nuestro país, frente al 20% de los varones.
P: ¿Tardan más las mujeres que los hombres en ser diagnosticadas?
R: Sí, a la mujer le cuesta más validar su dolor crónico y ser creída en la consulta. Por ello, la atención sanitaria para tratar su dolencia y su sintomatología también se retrasa. Por otra parte, la población femenina tiene mayor tendencia a aguantar, normalizar e interiorizar el dolor porque está más habituada a convivir con él, por ejemplo, en el parto o durante la menstruación. También presta una mayor atención a los asuntos relacionados con su salud y la de las personas que la rodean. Ellas pueden estar acostumbradas a que el sistema sanitario les atribuya la culpa de su dolor, por lo que existe una norma de "autoculpabilización" con respecto a la enfermedad.
P: ¿La tolerancia al dolor difiere por cuestiones biológicas?
R: Los receptores de esteroides sexuales están ampliamente distribuidos por todo el cuerpo y cada vez somos más conscientes de su influencia. Las hormonas pueden intervenir en el dolor de diversas maneras: Alterando su sensibilidad y los procesos biológicos asociados a él, como la inflamación, o provocando patologías hormonodependientes, por ejemplo, la endometriosis. Incluso, la cronificación del dolor varía porque las células implicadas en esta fase también son diferentes según el sexo.
P: ¿Difiere también la eficacia de los tratamientos?
R: En los estudios de sensibilización a fármacos el género femenino tiene una respuesta menos eficaz a los tratamientos. Incluso, las mujeres son más proclives que los hombres a padecer determinados efectos adversos de los analgésicos. En las investigaciones, los roedores macho de experimentación responden mejor a los calmantes que las hembras, presentan menor variabilidad.
P: ¿Hay sesgos en la investigación científica?
R: Hasta hace muy poco tiempo casi todos los estudios de fármacos se realizaban solo con animales machos porque daban mejores resultados. Actualmente, ya se exige una proporción simétrica, aunque esto implique obtener resultados más dispares, que probablemente hagan más compleja la investigación preclínica.
P: ¿Existen diferencias de género en la toma de medicación?
R: Las mujeres declaran utilizar más analgésicos que los hombres, pero no está claro si estas observaciones representan verdaderas diferencias en los patrones de uso o hay un sesgo en la notificación. Respecto a la eficacia analgésica sí se han demostrado diferencias de sexo relacionadas con la composición corporal, el metabolismo y los perfiles hormonales. Las mujeres experimentan más reacciones adversas a los fármacos aprobados que los hombres.
P: ¿Hay disparidad de género en la atención del dolor?
R: Sí, es un tema que ya lleva tiempo en el candelero. Existen diferencias tanto en el acceso como en la atención sanitaria recibida a causa de los roles de género: el estoicismo del varón o la invalidación del rol mujer por los profesionales de la salud y la evitación de los servicios sanitarios. Hay que centrarse en el dolor independientemente del género, pero los profesionales estamos sesgados y el propio paciente también lo está porque socialmente se esperan de él una serie de cosas. Se da por sentado que el varón demuestra fortaleza y que no llora ni expresa sus emociones. También se espera que priorice el trabajo remunerado sobre las tareas de cuidados. Por ello, se considera que los hombres tienen un descriptor del dolor más objetivo y, por tanto, más fiable. Entonces, se valida más su discurso cuando acude a la consulta. A las mujeres, a menudo, se las describe como más sensibles al dolor y más dispuestas a informar sobre él.
P: ¿Existen diferentes expectativas sobre el comportamiento masculino y el femenino ante el dolor crónico?
R: La enfermedad crónica supone una limitación de la capacidad física y mental de la persona. Por ello, irrumpe en el rol de un individuo. Varios estudios recientes han revelado que la salud y los comportamientos relacionados con ella son un medio por el que las chicas y los varones demuestran su feminidad y masculinidad. Las normas sociales de género influyen en las conductas relacionadas con el dolor. Hay una diferencia muy notable relacionada con los aspectos socioculturales que todavía influyen en el papel del hombre y de la mujer en la sociedad y que interfieren en su forma de responder ante la enfermedad. Los profesionales de la salud deben de tener en cuenta que ambos tratarán de sobreponerse al dolor de forma diferente.
P: ¿Qué desafíos afronta su sector para paliar esta desigualdad sanitaria?
R: La educación a pacientes en neurociencia del dolor debería considerar el efecto de los roles de género y otros factores biopsicosociales que también influyen. Por otra parte, ayudar a los profesionales sanitarios a reconocer los prejuicios inherentes es importante para abordar las barreras a la atención y las disparidades sanitarias. Se precisa realizar una práctica clínica reflexiva en la atención. También se necesita una mayor concienciación por parte de las personas que acuden a consulta para obtener un reporte más preciso del dolor. Es necesario un enfoque terapéutico holístico que incorpore el apoyo de la comunidad para abordar los aspectos psicológicos que influyen en la forma que las personas afrontan el dolor mientras luchan contra la pérdida del sentido de sus vidas o el aislamiento social.
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