Marimén y Enric son CODA: así es el día a día de los hijos oyentes de quienes no pueden oír

Entre su hogar y el exterior, el sonido marcaba la diferencia. En casa de Marimén Ayuso no se cantaban canciones a dúo ni se comentaban los programas de radio. Tampoco se veía la tele si ella no estaba presente y era la única que contestaba al teléfono. Para Marimén, "todos los niños eran oyentes y sus padres sordos". Para ella, aquello era lo normal; a su edad, no se cuestionaba si lo que vivía en su hogar era distinto a lo que ocurría en otras familias.

"Todo cambió cuando comencé el colegio y fui invitada a fiestas de cumpleaños", recuerda. "Fue ahí cuando descubrí que los padres de mis compañeros no se expresaban en lengua de signos como los míos". A partir de ese momento, Marimén empezó a percatarse de las diferencias. "En sus casas, cuando alguien tocaba el timbre, no se encendía una luz en cada habitación como en la mía; ellos escuchaban el sonido".

El verdadero punto de inflexión llegó cuando Marimén descubrió a los CODA (hijos oyentes de padres sordos, por sus siglas en inglés: Children of Deaf Adults). "Sentí una gran satisfacción al saber que había más personas como yo". Enric Lluch, igualmente hijo de padres sordos, también comparte esa identidad.

Vivir entre dos culturas

Para Enric, el descubrimiento fue más tardío. A diferencia de Marimén, que es hija única, él creció en una familia numerosa, sus hermanos también eran oyentes; por lo que el sonido sí reinaba. No fue hasta la adultez cuando comenzó a darse cuenta de que vivía entre dos culturas. De niño, había normalizado cosas que en las familias oyentes no ocurren. "Hacemos cosas que por edad no nos pertenecen. Como ir con diez años al médico con tus padres para traducirles al profesional lo que les pasaba".

"Yo era la voz de mis padres, sus oídos", dice Marimén. "Formaba parte de un mundo distinto, especial, sí, pero esa forma de convivir con personas sordas era una parte innegable de mi identidad". Esta experiencia la marcó tanto que decidió plasmarla en su primera novela, La palabra en la mano, donde visibiliza el mundo silencioso que para muchos oyentes resulta desconocido.

La figura de los intérpretes de signos

La experiencia de Enric también lo llevó a definir su vocación. "Recuerdo un día en que mi padre fue a pagar una multa en el ayuntamiento y, para su sorpresa, encontró a alguien que signaba. Cuando llegó a casa me dijo: 'Ojalá me pasara esto cuando voy al hospital'". Ese comentario lo marcó, y desde entonces supo que quería dedicarse a ser intérprete de lengua de signos.

Enric completó el ciclo formativo y mejoró su nivel de interpretación. "Un día que jamás olvidaré fue cuando conseguí interpretar simultáneamente por teléfono para mi madre. Hasta entonces, siempre lo hacía de manera consecutiva: ella me signaba y yo traducía al terminar. Pero aquel día lo hice al mismo tiempo. Cuando colgamos, mi madre, emocionada, me dijo: 'Es la primera vez que siento que hablo por teléfono'".

Enric es de los pocos intérpretes que hay en España, y es que "las malas condiciones laborales hacen que la gente tenga que ser pluriempleada y acabe dejando la interpretación". "La comunidad sorda se está quedando sin intérpretes. A pesar de lo esencial que es esta figura, está muy infravalorada", denuncia.

Ahora ayuda personas sordas en hospitales, como su padre soñaba, a que la información les llegue clara y precisa. "Es una pena que teniendo una discapacidad este servicio se lo tengan que pagar en muchos casos de su bolsillo", concluye.

Hoy, Enric cumple el sueño de su padre, ayudando a personas sordas en hospitales (y diversos contextos), asegurándose de que reciban la atención y la información que necesitan, con la misma claridad y precisión que cualquier otra.

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