Lo neuro está de moda, explica el neuropsicólogo Saúl Martínez-Horta entre otras cosas porque el estudio del cerebro y de todos sus procesos nos está permitiendo por fin saber dónde y qué tenemos que observar para poder entendernos. “Todos nos experimentamos a nosotros mismos: nuestra conciencia, nuestras emociones, el lenguaje, el sentir afecto; no hablo solo de la enfermedad, hablo de lo que es una mente humana funcionando… y claro, este constructo de mente, durante mucho tiempo ha sido muy difícil de estudiar porque no sabíamos hacia dónde observar y conforme hemos ido avanzando en neurociencias hemos tenido la capacidad cada vez mayor de comprender y de estudiar cómo un cerebro o ‘lo que hace un cerebro’ explica esto que somos”.
Aunque su trabajo como neuropsicólogo en el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau y en la Unidad de Neuropsicología del Centro de Diagnóstico e Intervención Nuerocognitiva de Barcelona está centrado en el estudio de las enfermedades neurodegenerativas, Martínez-Horta es uno de esos científicos tan comprometidos con la práctica clínica como con la divulgación de las neurociencias.
Prueba de ello su último libro, ¿Dónde están las llaves? (Geoplaneta, 2023) con el que busca acercar la neuropsicología a la vida cotidiana: algo fundamental para entender mejor cómo funcionamos, por qué funcionamos así y por tanto, a relacionarnos con el mundo externo y con nosotros mismos. “Sería fascinante que los chavales entendiesen el por qué de las emociones; ¿por qué puedo sentir ira?; ¿qué significa la tristeza?; ¿por qué puedo perder el control?; ¿por qué yo no lo pierdo, pero mi compañera sí?; ¿qué es la ansiedad?... Me refiero al conocimiento básico de cómo funciona una mente humana en su estado normal: la atención, el lenguaje etc. para entendernos, pero también para adaptarnos”.
En su experiencia clínica, Martínez-Horta ha visto a muchas personas que llegan a consulta con problemas que en realidad “son su propia reflexión en torno a por qué les está sucediendo algo que, en esencia, es normal… y cuando yo les puedo explicar por qué está sucediendo eso, el problema sencillamente se termina”.
Martínez-Horta entona con humildad el mea culpa por la escasa divulgación que -reconoce- ha hecho su gremio sobre lo realmente interesante e importante de la neurociencia para la vida cotidiana. Este déficit de información explica, por ejemplo, que muchas personas sientan pánico cuando a determinada edad empiezan a notar ciertos fallos en su memoria o que otras crean que el mejor ejercicio de estimulación cognitiva es hacer crucigramas y cálculo mental. Ahí hay un gran desconocimiento, explica Saúl Martínez-Horta porque el envejecimiento no es una enfermedad y la mejor manera de estimular un cerebro es utilizarlo atendiendo a aquello que lo ha construido tal cual es: la interacción con el mundo.
Pregunta: Igual que con los años nos salen canas, perdemos tono muscular etc., el cerebro también envejece y eso obviamente tiene efectos: efectos como fallos en la memoria que nos aterrorizan…¿por qué crees que nos asusta tanto esto?
Respuesta: Envejecer -que no es una enfermedad sino parte de nuestro ciclo vital- se asocia a un mayor riesgo a que se desarrollen ciertas enfermedades que afectan a la memoria y que llamamos enfermedades degenerativas. Lo que pasa es que, muchas veces, las personas, cuando detectan determinados fallos en la memoria y la atención, lo primero que les da miedo es que eso pueda ser la expresión o que empiece a mostrar la cara una de estas enfermedades.
P: Y no es así: de hecho, como explicas en tu libro, una persona joven puede tener fallos en la memoria sin que haya una enfermedad…
R: Yo siempre defiendo que por un lado no hay que banalizar ni normalizar el deterioro cognitivo en el envejecimiento porque el envejecimiento en sí mismo no explica que una persona se deteriore cognitivamente; explica que cambien cosas, claro, pero no explica un deterioro. Pero luego, también es necesario entender que la manera en que el cerebro despliega los procesos que nos permiten aprender, olvidar, prestar atención, puede explicar de forma sencilla por qué nos suceden en la vida cotidiana este tipo de olvidos cotidianos de no saber dónde he dejado algo, de no encontrar las llaves, etc…Hay una distancia muy importante entre el aspecto que adquiere [en el cerebro] el deterioro en la patología y el aspecto que tienen estos fallos cotidianos en la más absoluta normalidad. Y yo creo que ahí, a los neurocientíficos, nos toca hacer una buena narrativa de qué es previsible en un cerebro normal -incluido cuando nos da la sensación de que algo está fallando- y qué forma parte de la patología que podemos ver en el contexto de una enfermedad.
P: En tu libro, ¿Dónde están las llaves? Justo te refieres a estos fallos considerados normales a tenor de cómo funciona nuestro cerebro…
R: Cuando nosotros desplegamos cognición, cuando nosotros estamos utilizando la mente, la atención juega un papel crítico en cómo controlamos lo que está sucediendo. Por ejemplo, cuando llego a casa y dejo las llaves encima de la mesa, es probable que no haya desplegado atención a ese suceso porque es un suceso habitual. La atención es un prerrequisito para que la memoria suceda, para que el aprendizaje suceda. La gente cree que olvida, cuando lo que realmente ha pasado es que nunca ha aprendido y para aprender necesitamos atender. Pero resulta que la atención en el ser humano es muy limitada. No podemos prestar atención a 27 cosas a la vez; además de ser limitada es muy vulnerable. Hay muchas situaciones que pueden hacer que la atención falle momentáneamente o de manera más persistente, por ejemplo, no haber descansado bien, no haber dormido, estar rumiando otros temas porque estoy preocupado, porque tengo ansiedad, porque estoy fatigado en el trabajo...todo eso satura nuestros recursos atencionales. De modo que, atendiendo al papel que juega la atención en la construcción de los recuerdos, es absolutamente previsible y normal que en determinadas situaciones -simplemente porque a veces el sistema falla- tengamos olvidos. En condiciones -muy habituales- de malestar o ansiedad, es normal que sintamos que funcionamos mucho peor y eso ocurre precisamente por cómo estamos saturando involuntariamente un sistema -el de atención- que, como digo, es muy limitado y muy frágil.
P: Casi todo el mundo sabe -de manera intuitiva o porque nos han informado bien de ello- qué cosas podemos hacer para frenar el deterioro del sistema musculoesquelético: hacer ejercicio, cuidar la dieta etc…pero sobre el deterioro del cerebro hay poco conocimiento y, a veces, hay mucha confusión ¿qué podemos hacer para frenar este deterioro cognitivo?
R: En realidad son cosas que conocemos, pero no nos damos cuenta del potencial. Hay dos claves aquí. Una es el control de los factores de riesgo que son los mismos factores de riesgo cardiovascular que hemos ido incorporando como algo que es muy dañino para nuestro corazón…pero es que claro, el cerebro se nutre de oxígeno, el cerebro se nutre de sangre y toda la patología cardiovascular acarrea unas consecuencias en la salud del cerebro. De modo que el estilo de vida saludable con el que pretendemos cuidar nuestro corazón, en realidad es esencial para cuidar también nuestro cerebro. Si yo he cuidado mi cerebro desde esta perspectiva ¿puedo garantizar que no tendré una enfermedad por ejemplo degenerativa? No, pero puedo garantizar que, si la tengo, el aspecto que tendrá esta enfermedad y la evolución va a ser distinta, será más benigna.
P: A parte del control de estos factores de riesgo cardiovasculares, ¿Qué otras cosas podemos hacer para frenar el deterioro del cerebro?, ¿sudokus, cálculo mental y ejercicios de memoria?
R: Al margen de lo que es el estilo de vida saludable desde la perspectiva de la dieta, desde la perspectiva del control de los factores de riesgo cardiovasculares que implica el tabaco, las drogas, el alcohol, el ejercicio etc., ¿qué más puedo hacer? Pues lo que te decía: en realidad lo sabemos y la naturaleza nos lo ha explicado; nos lo ha explicado con nuestra propia evolución. El cerebro es una consecuencia de la estimulación, es una consecuencia del contacto social. Hacer sudokus o crucigramas es como ir al gimnasio y hacer pesas solo con una mano. Estás estimulando algo muy concreto, pero no estás haciendo nada más que eso. La mejor manera de estimular un cerebro es utilizándolo atendiendo a aquello que le ha construido tal cual es. ¿Y qué ha sido eso? La interacción con un mundo, resolver retos, aprender cosas nuevas, no dejar nunca de estar activo. Fíjate en una cosa: envejecemos y justamente dejamos de hacer todo esto. El mundo ha impuesto como normal que las personas mayores ahora tienen que estar tranquilas haciendo prácticamente nada. Es cierto que te apetece menos, es cierto que te apetece disfrutar de tu jubilación. Pero si queremos mantener un cerebro lo más sano posible, mantenerlo inmerso en retos, en aprendizajes y en contacto social es lo mejor que le podemos dar.
P: Si tuvieras que decirme cuál es el mejor ejercicio de estimulación cognitiva, ¿qué dirías?
R: Es que, de hecho, sabemos que el mejor ejercicio de estimulación cognitiva que existe son las relaciones sociales: interactuar con otras personas requiere el despliegue de prácticamente todos los procesos cognitivos solo por el hecho de estar interactuando. Eso es lo que nos puede garantizar una mayor estimulación cerebral. Pero insisto: ¿eso significa que no voy a tener una enfermedad? Lamentablemente, los condicionantes para tener una enfermedad del cerebro son muchos otros, pero aquí lo importante es que, atendiendo a que todos vamos a envejecer y a que algunos desarrollarán una enfermedad, ¿no puedo hacer nada? O, por el contrario, ¿puedo hacer algo para que, si eso llega, llegue de la mejor manera? Pues eso es lo que podemos hacer.
P: Vaya, esto que cuentas es muy interesante y novedoso. Estoy segura de que, si hiciéramos una encuesta, la mayoría pensaría que lo que más estimula cognitivamente es mantener la mente activa haciendo sudokus, calculo mental y ejercicios de memoria…
R: Es muy ingenuo eso. ¿Tú crees realmente que un sistema que se ha construido así mismo a lo largo de millones de años de evolución, en este y este y este otro contexto, un sistema que llega a ser lo que es en vida gracias a todo lo que hacemos desde que nacemos…tú crees que cuando una enfermedad lo empieza a destruir lo vas a arreglar haciendo sudokus?, ¿lo vas a arreglar haciendo ejercicios de memoria? O sea, es una idea tristemente infantil y absurda. A tu cerebro tienes que darle aquello que le ha hecho ser lo que es. Lo que teníamos que hacer es no dejar nunca de salir con los amigos y las amigas…¿que tienes 80 años? ¡pues aprende a bailar tango!.
P: Lo que sí he oído muchas veces es lo beneficioso que es para el cerebro no dejar de aprender cosas nuevas…
R: El cerebro es muy hábil construyendo hábitos. Cuando tú funcionas por hábitos, que es una maravilla de proceso porque tú vienes al trabajo conduciendo y no te enteras de cómo lo has hecho y eso es maravilloso…pero eso, obviamente, eso no le exige lo mismo al cerebro que una actividad de control y bajo supervisión porque la estoy aprendiendo.Hay un estudio que se hizo con mujeres mayores, en este caso eran mujeres porque era el concepto de ‘abuela’. Estudiaban el papel que tenía en el deterioro cognitivo hacer de abuela. Y hacer de abuela es ir a recoger a los nietos al cole y bla bla bla…Y luego había otro grupo de abuelas que las podríamos llamar ‘superabuelas’, que no solo hacían de abuelas, sino que además hacían cosas que nunca nos imaginaríamos que hace una abuela: salir con las amigas, ir a conciertos, etc. Este segundo grupo, el que hacía cosas que no son un hábito, que no son una rutina, sino que empezaron a aprender o simplemente a hacer cosas que no tocan, que no corresponden…estas, claramente tenían una evolución cognitiva más favorable que el otro grupo. Al final es el salir de la rutina. No es necesario aprender a tocar la batería ni es necesario estudiar una carrera o el doctorado para estimular al cerebro: es utilizarlo y no someterlo a la rutina y salir de ahí. Este es el juego crítico.
P: En tu libro detecto que, para ti, el debate sobre el deterioro cognitivo es mucho más profundo que lo meramente neurofisiológico
R: Siempre lo digo -y no quiero ser catastrofista- pero mi trabajo motiva reflexiones filosóficas muy profundas. Hay una realidad que nos afecta a todos y es que queramos o no, en la vida nos va a suceder algo que no es bueno. Nos va a suceder a todos y la probabilidad de que suceda de una forma que no nos guste va a ser muy alta…¡ojalá no fuese así! La cuestión es que posiblemente no vivimos la vida conforme a esta realidad… y es probable que, cuando nos recuerden algo -que en el fondo sabemos- nos entren muchas prisas por cambiar cosas “¡y si no hubiese hecho esto y si hubiese hecho lo otro!”. Es curioso que, para cambiar sus hábitos, su estilo de vida, su forma de hacer las cosas, el ser humano necesite que le recuerden, que le confirmen o que le digan que esto se va a acabar (cuando en realidad ya lo sabemos). Yo creo que también es importante hablar de esto y tomar conciencia de esto: si queremos hacer salud del cerebro y salud en general, es imprescindible que el ser humano entienda que no es infinito y que vamos a pasar todos por ahí y que queremos llegar de la mejor manera, de la manera más digna. Todo lo que es que el cerebro se estropee, lamentablemente impone una pérdida de la dignidad brutal. Hay un ejercicio de realidad con uno mismo que es imprescindible y que nosotros lo vemos a diario y que a mí me motiva mucha reflexión. Yo creo que esto es lo que la gente debería entender: no solo la idea feliz de “vamos a hacer cosas para estar bien, etc”…sino la de “vamos a hacerlas porque no van a estar bien”.
P: ¿Crees que tenemos una cultura edadista, que pone en valor sobre todo en las personas que o bien representan el futuro -como los niños- o que están en edad productiva?
R: Cuando insisto en no banalizar ni trivializar y normalizar el deterioro cognitivo en la gente mayor ni en los trastornos del estado de ánimo, eso de “el abuelo ha perdido la memoria y está triste…bueno, claro es normal, es mayor, se quedó viudo”….No. A ver, precisamente hacemos un esfuerzo titánico durante los primeros años de nuestra vida, como bien dices, centramos el esfuerzo en la fase intermedia en términos productivos -mamás, papás- ¿y resulta que nos olvidamos del final? Eso no tiene ningún sentido.
P: Efectivamente, pero la realidad es que están muy aceptadas en nuestra cultura frases como: “bueno, si ya está mayor, no hay mucho que podamos hacer por él”… incluso dichas por los propios familiares de algunas personas mayores.
R: Eso es terrible; hay que cambiar el foco ahí porque yo ya sé que no puedo cambiar muchas cosas que tienen que ver con la patología en la edad adulta o con el envejecimiento sano o patológico, me da igual. Pero es que no se trata de eso, se trata de que esa persona está viviendo y sintiendo. Entonces, tiene que haber un confort, un sentido de la realidad, de la identidad, son conceptos más existenciales que médicos, pero que son parte de la vida, es decir, estamos ahí, pues hay que hacer algo (…) Me da igual si esa persona ya no sabe ni siquiera quién es él o quién es la persona que está sentada a su lado, pero si algo le provoca emoción, le está provocando una sensación y yo lo que quiero es que la gente sienta cosas; de ahí el concepto ‘sentido’, de. Si no sientes, se ha acabado. Esas frases sobre nuestros mayores del tipo “es que ya no entiende”…¡me da igual, pues si le gustaba la música ponle música, baila con él! “Es que no se puede hablar con él”...¡me da igual! no pretendo que haga un discurso político, dialoga con él, ¡que es tu padre!…No sabes la pesadez que me genera en la consulta la cantidad de casos que yo veo de personas que llevan muchos años enfermando y nadie les ha hecho caso…es terrible. Hay un trabajo que hacer ahí.
Suscríbete a las newsletters de Informativos Telecinco y te contamos las noticias en tu mail.
Síguenos en nuestro canal de WhatsApp y conoce toda la actualidad al momento.