Hay días que José Luis no puede recordar qué edad tiene, pero es capaz de cantar Amapola “de pe a pa” sin titubear.
Hay días que Mari Carmen, Luis Miguel, Pilar o Emilia no recuerdan dónde nacieron, pero las estrofas de Cielito lindo fluyen por su memoria puras, como ríos de aguas cristalinas.
Dicen los expertos que la música puede tener efectos directos e inmediatos en los cerebros de las personas con deterioro cognitivo; que la música puede favorecer comportamientos positivos y mejorar el bienestar, la interacción y la comunicación de personas con demencia o Alzheimer en estado avanzado.
La literatura científica es extensa e increíblemente ilustrativa en este sentido…con todo, es nada al lado de lo que nos muestra la experiencia directa; lo que nos revela la observación in situ de lo que ocurre cuando un cerebro como el de José Luis es acariciado por las primeras notas de una vieja canción de juventud.
“Siento emoción, mucha emoción” explica José Luis Moneo, residente del centro de personas mayores Emera Juan Bravo de Madrid. “Estas canciones me traen muchos recuerdos de mi vida”.
Tuve el privilegio de presenciar esa experiencia que José Luis vivió junto a otros 10 compañeros de residencia hace unos días. Vayan por delante mis disculpas al lector por mi poca habilidad para encontrar palabras que expresen el ‘espíritu’ o ‘sentir’ de lo que allí se vivió. Definitivamente el lenguaje es a veces torpe, exiguo e insuficiente…
Vaya por delante también la inmensa gratitud a las dos creadoras de este proyecto: dos jovencísimas estudiantes de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, que se acordaron de que las personas mayores también existen y les devolvieron un trocito de su pasado en forma de boleros y zarzuelas.
“Yo creo que es que lo llevamos en la sangre y enseguida sale”, explica agradecida Emilia de la Vega, otra residente de Emera Juan Bravo... “Las canciones me gustan mucho porque me recuerdan a mi padre y a toda mi familia…no se te olvidan porque ahora que te estoy hablando de esto, estoy viendo todas las escenas, fíjate…se me vienen a los ojos ...fíjate…es el recuerdo de los padres, de los hijos, de los hermanos…¡digo yo que será todo eso!”
Beatriz Jiménez Mascuñán y Carmen Gragera Salas, querían demostrar que, para el arte, la edad es solo un número y que la música no es solo un entretenimiento, sino que además puede mejorar la salud y el estado de ánimo de las personas.
Arte sin números es el proyecto que crearon como parte de su formación en el máster de Interpretación de la Escuela Superior de Música Reina Sofía. “Teníamos claro desde el principio que queríamos hacer un proyecto social con personas mayores, cuentan las estudiantes. “Pero como el proyecto tenía que tener una parte de innovación, decidimos juntar a personas mayores, un colectivo que está olvidado y que en muchos casos se considera inútil porque no aporta a la sociedad, con otro colectivo, el del voluntariado de trabajadores en activo que son personas que, en teoría aportan mucho a la sociedad y de manera muy visible porque producen”, apuntan.
Beatriz y Carmen diseñaron una intervención de cuatro sesiones de música para juntar a un grupo de personas mayores con Alzheimer, demencia y/o deterioro cognitivo de la residencia Emera Juan Bravo de Madrid y un grupo de voluntarios de la empresa Merlin Properties.
El voluntariado corporativo es una iniciativa muy extendida en los últimos años en muchas empresas, que busca implicar a los empleados en acciones de voluntariado en las que el trabajador ofrece unas horas de su jornada laboral, además de su talento y experiencia, con el objetivo de colaborar con una causa o iniciativa sin ánimo de lucro.“Queríamos demostrar que estos dos colectivos se pueden juntar a través de la música y que esa interacción puede beneficiar a ambas partes”, explica Beatriz.
Varios músicos de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, fueron los encargados de poner en escena las cuatro sesiones del programa Arte sin números diseñado por Beatriz y Carmen; cada una con su metodología y sus objetivos específicos. “Nosotras quisimos ir más lejos y nos involucramos en sus vidas para conocerlos mejor y saber sus gustos, sus aficiones, y así poder ofrecerles una experiencia más personalizada”, añade Carmen.
El impacto del programa en los voluntarios de la empresa Merlin Properties ha sido muy grande, explican las creadoras de la iniciativa. “Hicimos una encuesta antes y después del programa y la conclusión a la que llegaron los voluntarios es que mejoraron las conexiones entre ellos, mejoró el ambiente de trabajo y el programa tuvo un gran impacto personal en ellos”, señalan.
“A nivel profesional, la verdad es que por un lado me hace valorar positivamente a mi empresa por lanzarse a este programa”, explica Consuelo Plaza, voluntaria en el proyecto. “Creo que estas iniciativas hacen que la relación que tienes con la empresa vaya más allá de lo profesional. Y si algo tiene este proyecto es que te hace empatizar mucho y esto es algo de lo que nos olvidamos habitualmente en el trabajo. En lo personal, para mí ha sido un regalazo total”.
Para Darío Garrido, otro voluntario, “haber participado en este programa como voluntario, a nivel profesional hace que seamos más humildes, que seamos más compañeros con las personas que nos rodean en el trabajo y que seamos mejores personas que, aunque suene a tópico, es así. A nivel personal solo puedo decir que ha sido un chute de energía brutal ver cómo a través de la música estas personas de la residencia han disfrutado tanto”.
Marina Arribas, psicóloga de la residencia Emera Juan Bravo y Fátima Aguilar, terapeuta ocupacional, fueron las encargadas de dar al proyecto de Beatriz y Carmen entidad de estudio experimental. Para ello registraron algunas variables psicofisiológicas de los residentes (frecuencia cardiaca, la temperatura corporal y el nivel de saturación de oxígeno), crearon un registro observacional ad hoc con respuestas conductuales (gestos y verbalizaciones de placer/displacer, numero de interacciones, nivel de motivación, atención, grado de relajación y disminución de conductas estereotipadas) y tomaron fotografías de la expresión facial de los participantes. Todo ello antes y después de cada sesión.
“Lo que vimos es que inmediatamente después de las sesiones, los residentes que participaron en el programa hablaban de forma más espontánea, se relacionaban mejor con los demás, se mostraban más atentos a su entorno, más activos, más relajados y contentos”, explica la psicóloga Marina Arribas. “Esto ocurre porque a nivel cerebral las emociones y la música están conectadas por un mismo sistema”, añade.
Los resultados más interesantes a nivel cognitivo llegaron tras la cuarta sesión, cuando fue muy evidente que algunos residentes, incluso los que no son capaces de acordarse de los nombres de sus hijos, recordaban a algunos de los participantes en sesiones anteriores, como los voluntarios y los músicos. También en esta última sesión, en la que participaron algunos familiares de los residentes y trabajadores del centro, pudo observarse una mejora de la conexión emocional y mayor interacción entre los residentes y sus familiares presentes.
Además, los efectos de Bésame mucho o Toda una vida siguieron presentes en la residencia incluso algunos días después del concierto. “Nosotros sí que consideramos que hay un impacto a largo plazo dentro de a lo mejor un mes. Tenemos residentes que entre sesión y sesión sí recordaban, por ejemplo, qué canciones se habían tocado o con qué instrumentos. Había días en los que tarareaban las canciones o melodías mientras comían y otros compañeros aplaudían. Pero a nivel emocional es lo que más hemos notado”, apunta Fátima Aguilar, terapeuta ocupacional.
La música no solo tiene el efecto de generar satisfacción y bienestar. La música, como dijo Leonard Bernstein, no solo tiene la capacidad de “dar nombre a lo innombrable y comunicar lo desconocido” sino que además tiene un impacto directo en las personas con deterioro cognitivo.
Aquel día en esta residencia de personas mayores algunos tuvimos la inmensa suerte de presenciar cómo la música tiene la capacidad de ponernos la memoria del revés y traer al presente aquello que permanecía oculto en algún rincón oscuro y observar cómo unas simples canciones, como O sole mío o Dos gardenias para ti, tienen el poder de integrar el pasado con el presente de una persona con demencia o Alzheimer, fortaleciendo su identidad, iluminando el sentido de su existencia y devolviendo la sensación de continuidad a su vida.
A pesar de que todas las sesiones tuvieron efecto positivo en las variables medidas, lamentablemente los efectos tienden a desvanecerse con el paso del tiempo. “Para conseguir resultados más estables sería necesario conseguir una regularidad en las sesiones con el fin de obtener beneficio continuo”, explica Marina Arribas. “Han sido solo cuatro sesiones y para tener un impacto en las conductas, en el bienestar y en las emociones tendría que ser más a largo plazo; un mínimo de 8 sesiones”.
Precisamente esta conclusión a la que llega la psicóloga, es lo que hizo reflexionar a Beatriz y a Carmen sobre la posibilidad de continuar su proyecto y crear un modelo de intervención más extenso que se pueda replicar en muchas más residencias.
“Es que la música es una muy buena herramienta de canalizar emociones, de sentir emociones que están ahí guardadas, de expresar y de generar bienestar porque, a pesar de la enfermedad, uno puede tener un día a día feliz y puede experimentar cosas positivas”, explica Marina Arribas.
La posibilidad de materializar un proyecto como el de Beatriz y Carmen no sería posible sin un contexto adecuado, sin un modelo asistencial como el que marca el rumbo de esta residencia de personas mayores Emera Juan Bravo: el de la Atención Centrada en la Persona (ACP).
Este enfoque, cada vez más extendido en Europa, América del Norte y Australia, promueve principios y valores tan básico como el reconocimiento de cada persona como ser singular y valioso, el conocimiento de sus biografías y la apuesta por favorecer la autonomía de las personas mayores, su interdependencia con su entorno social y la importancia de los apoyos.
Mostrar la existencia de estos modelos de atención centrados en la persona, deben invitarnos a reflexionar acerca de la manera en que queremos relacionarnos con nuestros mayores en una sociedad que, en palabras del gerontólogo Javier Yanguas, autor del libro Pasos hacia una nueva vejez “sigue viendo la vejez como un tiempo de desecho”.
Lo que vimos hace unos días es que en la residencia de personas mayores Emera Juan Bravo no existe este tiempo de desecho…”Aquí hay mucha, vida, mucha”, recuerda la psicóloga Marina Arribas: ”Aquí hay vida, hay alegría y hay bienestar. Muchas veces la imagen que se tiene de las residencias es más negativa y para nada es así...aquí se vive todavía”.