El 30 de noviembre se celebra el Día Internacional de la Lucha contra los Trastornos Alimenticios TCA, desórdenes relacionados con la autopercepción y la distorsión de la imagen corporal que comienzan a aparecer en la adolescencia. Así fue en el caso de Lucía, una joven almeriense que lleva desde los 12 años luchando por tener una vida normal: “Nunca llegó el día en el que me sentí a gusto con mi cuerpo, se tornó en un infierno”.
Entre los trastornos alimenticios más frecuentes se encuentra la anorexia nerviosa, la bulimia nerviosa, el trastorno por atracón y otros trastornos de la alimentación no especificados.
El 90% de los casos se registran antes de los 20 años, durante un periodo de mayor vulnerabilidad que presentamos las personas en esta etapa de la vida, en la que se está formando nuestra identidad y se producen cambios corporales importantes. La incidencia es mayor en mujeres.
En Europa, la prevalencia estimada de la anorexia nerviosa en mujeres es de un 1-4%, la de la bulimia es del 1-2% y la del trastorno por atracón del 1-4%. Entre los varones, la prevalencia de los TCA es del 0,3-0,7%.
Los Trastornos de la Conducta Alimentaria pueden conducir a múltiples complicaciones físicas y psiquiátricas, además de tener un fuerte impacto en la calidad de vida e incluso en la mortalidad y de provocar un gran sufrimiento en el entorno familiar.
A sus 26 años, Lucía lleva más de media vida luchando con un trastorno alimenticio que le llevó a pesar apenas 46 kilos.
“Empecé alrededor de los 12 años, en el paso de segundo de la ESO, para mí empezó como un juego y como a mí no me gustaba mi cuerpo empecé a provocarme el vómito y a practicar ciertas técnicas purgativas por mi cuenta. Obviamente no era ningún juego”
La joven reconoce que la ayuda de su familia ha sido fundamental para poder haber salido adelante, “era un esqueleto andante y tuve la gran suerte de sentirme muy cómoda a la hora de hablar del tema”
“A mi madre le dijeron que tenía que convertirse en el ogro de la casa y así fue porque yo he llegado a sentir odio hacia mi madre porque era la que me daba la comida, la que me obligaba a reposar todo lo que había comido. Me dio la vida hace 26 años y fue la que me la salvó años después”
Tras cuatro años diagnosticada con anorexia nerviosa, pasó tres años más con bulimia nerviosa, “a partir de esos siete años, me recuperé básicamente”, pero reconoce que a nivel psicológico todo “ha sido una montaña rusa”
Lucía cree que los recursos de la seguridad social para ayudar a la gente con trastornos no son suficientes y denuncia no haber recibido “un tratamiento psicológico especializado como para yo poder trabajar este trastorno, herramientas para poder sobrellevarlo”.
Aliviada explica que fue a través de una psicóloga privada que le ayudó y la entendió como nadie, pero “el gasto de tiempo (ya que se encontraba en otra provincia), el gasto económico, el gasto emocional que tuvimos ahí mi familia y yo fue bastante grande”
En diciembre de 2021 tuvo una recaída que le llevó a un proceso “de mucha medicación que te anula un poco los sentimientos, las emociones”
Lucía reconoce que ahora mismo y después de una lucha constante se encuentra “bastante bien”, pero sabe que esto le acompañará durante toda su vida. “Después de tanto tiempo todo lo que me puede decir a nivel psicológico, ya me lo conozco. Al fin y al cabo, yo soy mi propia psicóloga, mi mejor amiga y mi peor enemiga en todos los sentidos”
“Nunca se va del todo porque ni la comida, mi la imagen y el miedo a no tener la figura que a mí me gustaría, es el pan de cada día. Entonces, eso, aprender a vivir con ellos, aprender a saber que forma parte de tu día a día, pero no por eso es más importante que cualquier otro problema que pueda tener otra persona”
Lucía pone el foco a los cambios emocionales que se puedan producir en la persona que padece el trastorno, “a esos estados constantemente irascible o vulnerable”
En cuanto las situaciones que nos indiquen que algo está pasando, la almeriense reconoce que “al final siempre hay alguna señal que marca, la señal de alerta”
“Siempre hay cosas que se notan, por ejemplo, tirar el desayuno en el instituto o ponerte siempre el despertador para ir a desayunar antes que tu familia, pero que en realidad lo que haces es manchar un recipiente de leche”
“Es muy importante pedir ayuda”, el entorno y la familia son esenciales para la persona que sufre el TCA, aunque Lucía reconoce que “da miedo y da mucho vértigo porque te somete a cosas que no quieres, pero es la única forma de delegar esa responsabilidad en otras personas que tienen la suficiente objetividad para tratar el tema”
“Sobre todo, la valentía de pedir ayuda y dejarte en manos de quien sabe”, afirma.
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