Mario Salvador, psicólogo experto en trauma: “Curarnos pasa por integrar lo que un día ocultamos para sobrevivir”
Entrevista al psicólogo Mario Salvador sobre su libro ‘¿Quién soy?’ en el que explica en qué consiste el fenómeno de la disociación
La disociación es un recurso que tenemos los humanos para desconectarnos de nosotros mismos en un momento de trauma o mucho sufrimiento
Hablamos con este psicólogo sobre el trauma que, a pesar de que está debajo de la mayoría de los problemas psicológicos y enfermedades, “existe un gran desconocimiento de ello incluso dentro de la propia profesión de la psicología”
“¡Pero vamos a ver!…¿Para qué creéis que tenemos un cerebro sobre los hombros?” Recuerdo perfectamente aquella pregunta que de tanto en cuanto nos hacía una profesora en mis primeros años de la EGB.
“Para pensaaaaaar” respondía la clase a coro.
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Pues va a ser que no. Va a ser que lo de pensar es un ‘extra’ en toda regla y que tenemos un cerebro sobre los hombros básicamente para sobrevivir. No dejan de sorprenderme los recursos que tiene disponibles nuestro sistema nervioso para facilitarnos la supervivencia. Uno de ellos es la disociación. Fíjense qué prodigio de la naturaleza esta capacidad que nos permite, en un momento de mucho sufrimiento, de sufrimiento insostenible, “entrar en un estado de adormecimiento y letargo, acompañado de la secreción de endorfinas que funcionan como anestésicos naturales para no percibir el dolor extremo e intolerable para la persona”. Así explica el psicólogo Mario Salvador este fenómeno de la disociación que, en un momento dado puede tener una función salvador, pero que sostenido en el tiempo puede ser letal. Letal porque implica una separación de aspectos de nuestra experiencia que normalmente han de estar integrados. La disociación extrema nos permite guardar ese recuerdo traumático en algún rincón oscuro de nuestra memoria y seguir viviendo ‘como si eso no hubiera ocurrido’. Pero la realidad es que ese suceso traumático ocurrió y ese dolor nunca desapareció; solo quedó almacenado en el cuerpo, esperando el momento de salir a la luz…porque “para sanar una herida hay que tocarla”, como dice Salvador.
Tal vez para mí lo más interesante de mi conversación con Mario Salvador fue explorar con él esta idea que plasma en su libro ¿Quién soy? (Serendipity 2022) de que, aunque no seamos conscientes de ello, el trauma emocional está presente en la mayoría de las disfunciones de la vida humana. Me inquieta esta idea de que hay trauma por todos lados: también en el aparentemente sencillo hecho de sentir que no somos aceptados por el grupo cuando somos niños o niñas. Lo que ocurre es que, como consecuencia de esta capacidad de disociación que tenemos, lo más probable es que ese trauma haya quedado escondido en algún rincón oscuro de nuestra memoria esperando el momento de hacerse oír.
Tenemos mucha investigación hoy en día que señala la correlación entre el trauma y la disfunción psicológica, pero también en la enfermedad en general (Mario Salvador, psicólogo)
Pregunta: ¿Podrías explicar de manera sencilla en qué consiste la disociación y por qué es un recurso que tenemos los seres humanos?
Respuesta: La disociación es, efectivamente, un recurso que nos ha permitido sobrevivir escondiendo aspectos de nosotros que son dañados por el entorno y desarrollando otros que son requeridos. El problema es que luego se ha convertido en un mecanismo de mantenimiento de manejo de nuestras emociones y un hábito. Y cuando somos mayores, adultos, seguimos funcionando de la misma manera porque nos hemos olvidado de volver a buscar aquel aspecto de nosotros o aquel dolor que hemos tenido que dejar atrás. El camino de curarnos pasará por volver a integrar, a recoger eso que algún día, para sobrevivir, tuvimos que ocultar y a veces olvidar.
P: Entonces, la disociación es un recurso porque nos permite enterrar situaciones traumáticas y seguir adelante. ¿El trauma está presente en casi todas las disfunciones de la vida humana?
R: Yo te diría que en todas, sí. El trauma está en la base de todas las disfunciones, pero hay un gran desconocimiento de este fenómeno incluso dentro de la propia profesión de la psicología, y por extensión de la psiquiatría, y por extensión a la medicina, y por extensión de la sociedad en general (…) Tenemos mucha investigación hoy en día que señala la correlación entre el trauma y la disfunción psicológica, pero también en la enfermedad en general.
P: ¿Por qué existe esta correlación?
R: Porque el trauma es como el cuerpo responde a la amenaza. La manera en que sobrevivimos es igual en todas las especies de mamíferos. Primero tratamos de huir, si esto no funciona luchamos, y si esto no funciona nos paralizamos, nos congelamos, nos quedamos como invisibles, como muertos. Es algo que hemos aprendido a lo largo de miles de años de evolución filogenética, es la inteligencia de este cerebro subcortical para ayudarnos a sobrevivir a circunstancias de amenaza…
P: ¿Qué es exactamente para los humanos una amenaza o una situación potencialmente traumática?
R: Cuando hablamos de los traumas ‘T’ grande, evidentemente pensamos en eventos muy duros, como abusos sexuales, maltratos, secuestros, ataques, palizas o catástrofes naturales. Pero las ‘t’ pequeñas hablan de estos traumas sutiles y a veces no tan sutiles que están en la vida cotidiana de todos, que tienen que ver con la calidad de los cuidados que hemos recibido…
Si nuestras necesidades naturales son castigadas, desaprobadas, rechazadas y juzgadas, tenderemos a desarrollar aquellos aspectos que sí son más aceptados o requeridos en nuestra cultura familiar (Mario Salvador, psicólogo)
P: ¿Sentirnos rechazados, aunque sea sutilmente, por nuestros progenitores es traumático?
R: Los mamíferos sabemos que si estamos lejos de nuestra manada estamos en peligro de muerte y esto es especialmente para el humano, porque el humano es el mamífero que nace menos equipado. Cuando nace, necesita de la mamá como cuidador principal para recuperar su homeostasis, su bienestar. Estar lejos de nuestro cuidador primario o no ser aceptado o ser negligido, es una amenaza para nuestra supervivencia.
P: Claro, como dices en tu libro, nuestra necesidad de sobrevivir en el grupo nos lleva muchas veces a sacrificar nuestra necesidad de autoafirmación y a disociarnos con tal de ser aceptados…
R: Exactamente. Cuando somos pequeños, la necesidad de ser aceptados, de pertenecer a nuestro clan, a nuestra familia, es para la supervivencia más efectivo que la autenticidad. Claro, esto va a cambiar cuando somos adultos. Cuando somos adultos va a empujar la necesidad de ser quienes somos y las trabas que se han puesto a nuestra forma de ser van a entrar en pelea y el adulto que se cura de su trauma -si es necesario- tiene que llegar a decir “no puedo relacionarme con mi clan si este clan ha sido muy tóxico y muy inhibidor para poder ser yo”. Pero esto solo se puede hacer en la vida adulta. El niño no lo puede hacer (…) Si nuestras necesidades naturales son castigadas, desaprobadas, rechazadas y juzgadas, tenderemos a desarrollar aquellos aspectos que sí son más aceptados o requeridos en nuestra cultura familiar.
P: ¿Podrías poner un ejemplo?
R: Si tenemos la circunstancia de haber nacido en una familia donde el éxito social y académico es muy valorado pero las emociones o la fragilidad son despreciadas, encontramos por aquí una manera de entrar en conexión –que en realidad es una pseudoconexión- porque si solo se conecta con la familia mi parte intelectual pero mi parte emocional no tiene cabida, pues es una pseudoconexión porque nunca me voy a sentir amado por mi ‘Yo’. Entonces desarrollo un músculo que me permite tener la sensación de que soy valorado en mi familia, pero al precio de sacrificar otros aspectos que conectan con mi naturalidad.
P: Tapar esos aspectos naturales en mí ¿es ya una disociación?
R: Ahí empieza esa desconexión, esa disociación que, en algunos casos puede ser muy grave y extrema. Pensemos en casos donde el niño o la niña ha nacido en una familia muy tóxica. Que puede ser adicta, por ejemplo, y que no cuida, no atiende, que reacciona con violencia cuando el niño o niña llora o pide…pues ¿qué va a hacer ese niño o niña? Pues suprimir su llamada, su llanto, sus necesidades, porque si las enseña, va a recibir un castigo. Y cuando esto empieza tan temprano en la vida, pues estamos pensando en estas disociaciones tan extremas que luego van a crear disfuncionalidades muy grandes donde la persona puede llegar a vivir, como decía Santa Teresa: “vivo sin vivir en mí”, como un robot.
Nuestro cuerpo lo recuerda todo y durante toda la vida…y siempre va a buscar cómo salir a la luz (Mario Salvador, psicólogo)
P: Lo que me resulta inquietante es que este mecanismo que puede producir tanta disfunción en nosotros como adultos sea en el fondo un mecanismo de defensa…¿no es un poco contradictorio?
R: Es un mecanismo de nuestro cerebro que yo comparo con la anestesia. Si nos vamos a hacer una operación quirúrgica, el cuerpo va a doler, va a tener dolor, así que nos ponemos esta anestesia para ‘engañar’ a nuestro cerebro. Aunque nuestro cuerpo sufre, nuestro cerebro no se entera. Pero claro, estas anestesias todas tienen un efecto temporal. Aunque el cerebro no se entera, el cuerpo está sufriendo y cuando la anestesia se diluye, el dolor del cuerpo vuelve. Esto mismo pasa con el dolor emocional: no desaparece, no hay nada que desaparezca mientras estamos vivos. Podemos encapsular nuestro dolor en cuevas, castillos, lugares ocultos, cápsulas… y podemos ‘funcionar’ con el “no me acuerdo, no me acuerdo de mi infancia, no recuerdo nada, no siento nada” pero esto no deja de ser un mecanismo de supervivencia extremo, porque los sentimientos, las emociones, el dolor, están en algún lugar dentro de nosotros…
P: Y en algún momento ese dolor va a buscar salir…
R: Va a buscar su manera de salir a la superficie. A veces, hay víctimas de abusos sexuales en la infancia que no recuerdan nada, pero algún día, a lo mejor están viendo una película donde hay una escena pasada de tono o violenta con la sexualidad y ‘pum’, algo se dispara y esa cápsula explota. Y puede explotar de manera que trae recuerdos vívidos de imágenes, de olores o simplemente como una respuesta fóbica de salir corriendo de la película y no querer ver. Esas cápsulas del dolor enterrado, del grito silenciado -como me gusta llamar al trauma- no deja de existir. Nuestro cuerpo lo recuerda todo y durante toda la vida…y siempre va a buscar cómo salir a la luz.
P: Entiendo que parte de la solución a tanto trauma acumulado y silenciado en nosotros pasa por dejar salir ese dolor…
R: ¿Por qué el trauma no se cura? Porque lo negamos. Vamos al caso de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) o de cualquier tipo de adicción, ¿de qué trata cualquier adicción? De tapar, de calmar un dolor terrible que no tenemos la experiencia de que pueda ser calmado con un vinculo humano reparador, compasivo, confortante. Hemos desarrollado mecanismos de huida de ese dolor a través de sustancias o a través de negar la realidad de nuestro cuerpo, como puede ser un TCA, que pone toda su esperanza de gustar en tener un cuerpo hiperdelgado. Pero en el fondo de esto hay un dolor mucho más antiguo, mucho más invisibilizado.
Cuando no curamos el dolor, el dolor salpica, se transmite a los siguientes o a los de al lado porque busca salir, busca su forma de expresarse y de salir a la luz porque quiere contar una historia (Mario Salvador, psicólogo)
P: Nuestra cultura es más de tapar el dolor que de darle visibilidad…
R: Nuestra cultura está traumatizada, vivimos en una cultura enferma, traumatizada. Si miramos la historia de Europa en los últimos 500 años -y quizás este dato no es del todo riguroso- pero creo que hubo unas 7.000 guerras. Las guerras generan una cantidad de sufrimiento terrible, y del peor sufrimiento porque es el trauma de que la especie humana depreda, mata y traiciona a la propia especie humana. Durante todos estos años y muchas generaciones, el legado de estas guerras no se ha reparado. Las culturas se han limitado a reconstruir los medios físicos, las infraestructuras, los medios de obtención de alimentos y las heridas físicas, claro. Pero no se ha dedicado tiempo ninguno a la reparación del dolor emocional. Y ese dolor emocional ha afectado a nuestros ancestros. Todo trauma es un asunto interpersonal, pero a la vez es un asunto transgeneracional. Los padres, abuelos, que han tratado mal a sus descendientes, lo han hecho porque están traumatizados. Esta es otra condición del trauma, que cuando no curamos el dolor, el dolor salpica, se transmite a los siguientes o a los de al lado porque busca salir, busca su forma de expresarse y de salir a la luz porque quiere contar una historia y quiere completarse. Entonces, todo esto ha generado una cultura porque ¿cómo sobrevivimos a dolores tan terribles? Pues tratando de olvidar que eso pasó nunca, tratando de negar.
P: Por tanto, la sanación del trauma pasa por dejar salir nuestro dolor escondido, pero también en un nivel colectivo. Esta solución ¿no es totalmente contracultural?
R: Hemos creado una cultura tan enferma que nos hemos olvidado de esto. Las culturas tradicionales y tribales todas tenían rituales para apoyar el dolor y la expresión del dolor, por ejemplo con la muerte de un ser querido. Todo esto nos lo hemos ido quitando del mapa. En las culturas urbanas de hoy si se puede enterrar al muerto en seis horas, mejor que en 12 o en 24…a ver si nos lo quitamos pronto de encima y volvemos al trabajo. Esto ha creado esta cultura cada vez más desconectada del dolor.
P: No queremos hablar de ello y tampoco sabemos cómo hacerlo…
R: Si alguien me cuenta sus problemas miras para otro lado, le dices “crece, mira para adelante”. Todas estas cosas que decimos, no ayudan nada porque lo único que hacemos es cerrarle la puerta a un ámbito de experiencia que está ahí, que existe (…) De nuestro sufrimiento vendrá y emergerá una dimensión más profunda, que es lo que nos hace verdaderamente humanos. Hablo de cualidades que nos definen y que nos alejan de nuestro aspecto más biológico, como la solidaridad, el amor, la compasión, el altruismo…todo esto es lo que va a emerger cuando abrazamos nuestro dolor.
Nos hemos hecho fóbicos del dolor y el sufrimiento, pero para sanarlo tenemos que hacer el camino de vuelta: tenemos que volver a tocar la herida (Mario Salvador, psicólogo)
P: Para empezar, haría falta mucha pedagogía sobre el significado real del dolor…
R: hemos hecho una definición del dolor equivocada porque el dolor tiene una naturaleza informativa, no es un problema. Si tú te rompes una pierna y no te duele, pues la vas a apoyar y no la vas a curar. El dolor te está diciendo: ten cuidado, no la apoyes porque está rota. En el ámbito emocional es lo mismo. Hemos creado esta cultura de huir del dolor porque duele (…) Nos hemos hecho fóbicos del dolor y el sufrimiento, pero para sanarlo tenemos que hacer el camino de vuelta: tenemos que volver a tocar la herida, ese dolor nos está diciendo que algo, alguna vez en nuestras vidas, nos hizo daño…
P: Y como decías antes, por mucho que huyamos, tarde o temprano va a salir…
R: Tarde o temprano -aunque sea en el lecho de muerte- va a venir porque ese dolor nuestro, es como la sombra. Si uno dice “no quiero tener sombra, así que no mirando para atrás no la tengo”. Bueno, pues eso es una ilusión porque cada vez que mires para atrás ahí va a estar la sombra. El dolor nos informa de algo que hemos vivido. Está esperando a contarnos una historia que no pudo contarnos nunca, ni a nosotros mismos ni a otros seres humanos que quisieran abrazarlo y escucharlo con una mirada empática, compasiva y presente. Así que nos sigue y nos persigue y si no puede encontrarnos presentes para él, ya encontrará maneras de expresarse en enfermedades físicas o psicológicas o disfunciones…pero inevitablemente se va a expresar.
P: Por eso decías al principio de esta entrevista que el trauma está debajo de todas las disfunciones de la vida humana. Una última pregunta, aún a riesgo de que no nos guste la respuesta... ¿Cómo podemos saber dónde está enterrado nuestro trauma?
R: Yo digo que el primer libro que tenemos que leer en nuestras vidas es el libro de nuestras relaciones. Cómo hoy me relaciono de manera personal e íntima, por ejemplo con mi pareja o con mis hijos, es una expresión de lo que me ha pasado a mí. Y si me empiezo a mirar y preguntar ¿qué me pasa?, ¿por qué mi pareja me dice que me echa de menos, que no ve mis emociones, que no sabe lo que siento? Tenemos que empezar a hacer este ejercicio de volvernos más reflexivos y menos reactivos. Tenemos que crear espacios para volver la mirada a nuestra experiencia, para escucharla… porque ese sufrimiento, ese dolor, nos está esperando, está esperando contarnos algo que no pudo expresar nunca (…) Así que tenemos que volver a mirar con amabilidad y con curiosidad lo que ese sufrimiento o ese pánico necesita decir. Tenemos que desarrollar una actitud donde podamos estar presentes para el dolor de otros y para nuestro propio dolor.