Cuando el frío arrecia, nuestro cuerpo no solo lo nota, sino que reacciona para protegerse. Esa es la razón de que lloren los ojos en invierno con más asiduidad que en el resto de estaciones. Pero ¿por qué sucede este fenómeno? ¿Hay que preocuparse si las lágrimas tienden a aparecer sin motivo aparente? En principio, no hay motivos para preocuparse, ya que se trata de una reacción común.
Los ojos están expuestos a todo tipo de agentes externos. Por esa razón, segregamos lágrimas que ayudan a protegerlos de la polución, el polvo, la sequedad… Esas lágrimas los lubrican y permiten que sigan realizando su inestimable labor sin que sufran por las impurezas que llegan hasta su superficie.
En invierno, se une un factor más que afecta a la salud ocular. Y es que el aire frío y seco tiende a secar los ojos. Para evitarlo, nuestro organismo segrega un mayor número de lágrimas que ayudan a mantener la superficie hidratada.
Por lo tanto, cuando notamos los ojos más llorosos de lo habitual al salir a la calle en invierno, no tenemos razón alguna para preocuparnos, ya que se trata de un mecanismo fisiológico de tipo protector –aunque pueda resultar incómodo en ocasiones–.
Cuando las temperaturas asciendan o el aire esté menos seco, las lágrimas no serán tan habituales y el ojo volverá a su “normalidad”. Claro que si se da el caso de que el lagrimeo perdura, puede existir alguna patología que deberá ser diagnosticada por un médico.
La más habitual es la epífora, que consiste en una obstrucción de los canales lagrimales como consecuencia de una enfermedad o producto de una inflamación. Esto provoca abundantes lágrimas sin importar si la temperatura es más o menos baja. La recomendación en este caso es acudir al centro de salud para evitar otros problemas como la conjuntivitis, la cual se puede crear por una limpieza constante de las lágrimas con pañuelos o con las mismas manos.
Para prevenir los ojos llorosos en invierno y mantenerlos en las mejores condiciones posibles, hay algunas recomendaciones para su cuidado.