Cuando el calor acecha y nos impide descansar y pensar con claridad, es normal que lo primero que se nos pase por la cabeza sea meternos en una nevera o bajo un chorro de agua helada que nos devuelva a un estado físico medianamente cómodo y habitable. Sin embargo, hay que tener mucho cuidado con estos impulsos: refrescarse es importante y está bien. Tampoco es bueno helar las jarras de cerveza.
De hecho, es necesario para bajar la temperatura de nuestro cuerpo y evitar, entre otras cosas, los temidos golpes de calor, que también pueden afectar a nuestras mascotas. Pero este proceso debe llevarse a cabo poco a poco y, como consecuencia, las duchas frías deben manejarse con precaución para evitar sustos.
Bañarse en agua helada es todo un placer cuando las altas temperaturas nos impiden hacer vida normal y, además, si usamos esta herramienta a nuestro favor, estaremos cuidando y protegiendo nuestro organismo: sumergirnos en agua fría pone en marcha nuestra circulación, nos desinflama, pone a tono nuestros músculos tras un entrenamiento, calma el picor en la piel, aumenta los niveles de endorfinas, ayuda a nuestro sistema inmunológico y nos despierta, entre otras muchas cosas.
Sin embargo, hay que tener mucho cuidado cuando hace mucho calor y nos sometemos a un contraste muy fuerte entre nuestra temperatura corporal y la del agua. Si no hacemos un cambio progresivo, es posible que aparezcan problemas como el famoso corte de digestión, que ocurre poco, pero que puede resultar muy incómodo.
La lógica consiste en que, si nos introducimos en agua fría de golpe y sin periodo de adaptación a la nueva temperatura, nuestro cuerpo demandará más sangre en determinadas zonas para poder compensar esa pérdida de temperatura corporal. Por eso, en ocasiones, algunos procesos -como la digestión- pueden pararse de forma brusca cuando otras partes demandan con urgencia la llegada de sangre.
En el caso concreto del corte de digestión, los más comunes son malestar y vómitos, así como piel pálida, mareos, descenso de la tensión arterial, escalofríos, zumbidos en los oídos, piel de gallina... En ocasiones, la bajada de tensión puede provocar pérdida de consciencia y solo muy rara vez, en casos muy extremos, puede llegar a producirse una parada cardiorrespiratoria.
Es la llamada hidrocución, un estado de síncope o postración de las funciones vitales (pulso y respiración), producido por un cambio brusco de temperatura que experimenta el cuerpo a causa de una inmersión súbita en el agua, y que termina en parada cardiorrespiratoria.
Por eso, si notas alguno de estos síntomas, sal del agua cuanto antes y túmbate con las piernas ligeramente elevadas para evitar una lipotimia. Abrígate, date calor y rehidrátate en caso de haber vomitado o pasado por un episodio de diarrea. Si se diera el caso extremo de parada cardiorrespiratoria, habrá que iniciar las maniobras de reanimación y llamar urgentemente a una ambulancia.
Ten en cuenta que una inmersión brusca en agua fría puede provocar una congestión súbita de los órganos internos, especialmente de los pulmones y del corazón. Por eso las personas con problemas cardíacos deben ser especialmente cuidadosas, ya que existe riesgo de síncope cardíaco y, rara vez, también peligro de muerte repentina. En definitiva, es mucho mejor evitar sustos a tu organismo y aportarle los beneficios de un baño helado de forma gradual.