Andaban los versos sobrevolando Fuengirola a la búsqueda de músicas sobre las que posarse, como los personajes de Pirandello en busca de su autor, como la mirada de Mario Benedetti: "…veo acá mis nubes y allí mi Cruz del Sur". La lírica en las tierras cálidas.
A la temprana edad de 5 años, Pablo López (Fuengirola, Málaga 1984) supo que iba a ser músico cuando un día una profesora de párvulos le dejó posar sus manos sobre un piano que había en su colegio que hipnotizaba su mirada: “Me enamoré de esa sensación -comienza a contarme- maravillosa de acariciar el paisaje blanco y negro del teclado. Además, en mi familia se escuchaba música permanentemente: rockeros, flamencos, cantautores… y la música se convirtió en un divertimento. Yo era muy pequeñito y no podía imaginar que en el futuro me esperaba la oportunidad de poder vivir de ella”.
“Eso sí, he de contarte, que a eso de los 7 años, yo ya era un poquito rarito, un friki, porque no andaba en la calle jugando al balón sino que me pasaba el día pegado a una guitarra que me había regalado mi madre, y ahí empecé a soñar”.
El periodista y escritor malagueño Manuel Alcántara decía que “el niño nunca sabe dónde empieza el día de mañana de cada día”.
Emprendió fugaces aventuras musicales por la Costa del Sol y tocando en el Metro de Londres y en el año 2008 participó en Operación Triunfo. Sus actuaciones a veces firmes, a veces temblorosas, fueron dejando huellas que el tiempo no borró y que le sirvieron para seguir caminando por el propósito de alcanzar su objetivo: “Fue una hermosa aventura, una montaña rusa, un entrar de lleno en un parque de atracciones que yo había soñado como una experiencia vital. Ahora recuerdo aquel espacio, toda la presión de estar ante tanta audiencia. Allí miraba con asombro todo el despliegue técnico y no acababa de creerme que aquello me estuviera sucediendo a mí. Gané en madurez. Fue un bonito aprendizaje y sobre todo una magnífica oportunidad de crecer. Una lección vital”.
Y después aprendió a cantar sin competir. Por placer.
Llamo a Narcís Rebollo, presidente de Universal Music para España y Portugal, descubridor y constructor de muchas carreras musicales de grandes artistas de este país. Narcís ha sido figura clave en el devenir artístico de Pablo y le pido que me ayude a perfilar a mi invitado de hoy: “Conocí a Pablo hace unos 20 años, entonces él estaba en un grupo, de nombre premonitorio para el artista que nos ocupa, que se llamaba Niño Raro y yo trabajaba en Vale Music, aunque no fue hasta unos años más tarde, después de varios proyectos y de pasar sin encontrar su camino por el talent 'OT', cuando empezamos a trabajar juntos en el 2012 desde Universal y cuando descubrí su gran talento y personalidad.
Pablo es un “rara avis” en el mundo artístico, todavía por despegar y enseñar su complejo mundo interno. Con una sensibilidad innata y un corazón que no puedes dejar de querer y admirar. Su pasión por el piano y su generosidad artística y personal se intuyen en el estudio y en el escenario pero se dejan abrazar en la intimidad, en su casa rodeado siempre de buenos amigos. En el mundo del vino, donde él no sólo se siente integrado, sino que forma equipo para sus mejores momentos creativos y sociales, me recuerda a un buen vino tinto del Priorat, de aroma muy intenso, alto grado de alcohol, sabor denso, rico, carnoso y rotundo. Se ha convertido no sólo en un artista imprescindible y único de nuestro panorama musical, sino también en un amigo leal y sincero, siempre dispuesto y entregado cuando lo necesitas. Nunca decepciona. 100 puntos Parker para Pablo”.
El cineasta Abbás Kiarostami decía que “soñar es lo más necesario que existe”.
Silvio Rodríguez blasfemaba notas, secaba sus notas, iba de planeta en planeta buscando agua potable mientras Joan Manuel Serrat vertía pueblos en su Mediterráneo de Algeciras a Estambul. Sus canciones iban habitando el tiempo y el alma de Pablo, perfilando su inspiración y guiando sus pasos a la composición. ¿Cuánto? Lo responde él: “Tuve suerte de que hubiera tantos afluentes en mi casa. Si estaba mi madre se escuchaba a Serrat, si se iba sonaba Rocío Jurado, si venía mi tío Pepe ponía a The Beatles y a Silvio Rodríguez, mi tía Liria a Pink Floyd o Supertramp. Me empapaba de todas esas músicas. Y luego estaba mi abuelo paterno que me dejó en herencia las 9 sinfonías de Beethoven, en la batuta de Von Karajan. Y acabé enamorándome de John Williams. Con tal afluencia de músicas fui moldeándome y entendiendo a Silvio, Serrat, Sabina y más tarde a Drexler, Alejandro Sanz, Pablo Alborán… formas más canallas, poéticas, atrevidas, abstractas…
Pero te diría que quien me asusta cuando escribo letras es Silvio y cuando compongo músicas es McCartney”.
Sus canciones son miradas con la voz, reflejos que abren el mundo, hablan de él pero también de la magia del momento. “Parecen dibujos pero dentro de las letras están las voces”, escribió Mía Couto en su 'Trilogía de Mozambique'. Pablo nos envuelve como el cantar de las alondras en primavera, como el sol cálido del alba que anuncia el día. Ordena sus emociones y las plasma en sus letras: “No soy más que un niño con los pies descalzos (“El Patio”). “Olvidaron que el hombre no es más que un hombre/Que tus manos son mi bandera y que tengo por frontera una canción” (“Tu enemigo”). “Y si mañana nos encuentran enredados que nos dejen descansar del mundo así” (“El Mundo”, la canción de la serie de Telecinco El Príncipe). Sus letras son los ruidos de la vida, ese transitar por las calles en busca del latido humano, de lo que pasa ante sus ojos.
“Creo que la génesis, la chispa que hace que yo tenga la honestidad de escribir una canción -me explica- está en mis experiencias personales, esas canciones que has citado o cualesquiera otra que puedas conocer tienen una génesis en un bodegón personal, un lienzo que voy llenando con mis propias vivencias, con el latir cotidiano. Hay canciones que te persiguen, que crees haberlas encontrado en el susurro del aire, son como esas brisas que en la playa remueven la arena. Y luego como factor añadido están la fantasía y la manipulación de los recuerdos porque a veces la vida no es como sucedió sino como la recordamos y como moldeamos con el tiempo la memoria. En ese mismo cesto van tanto mis canciones como las que compongo para otros autores”.
Sus historias son complicidad, ternura, complejidad interior, y pasión transmitida. Decía Ana María Matute que “pocas cosas existen tan cargadas de magia como las palabras”, o como escribió Guy de Maupassant, que “las palabras tienen alma”.
Aquel chico malagueño que iba buscando los ecos de la vida para llevarlos a un texto y hacerlos volar en una melodía, un día vio sus discos al lado de aquellos que había admirado, se subió al escenario y cantó con su querido Alejandro Sanz. Llevo la conversación a ese sendero y le pregunto cómo se perciben esos destellos de éxito: “Como una luz cegadora, un disparo de nieve (Silvio dixit, y se ríe). He tenido también la gran suerte de que Alejandro y su inmensa generosidad me dejara participar de manera muy especial en su último disco en la composición y en la producción de un par de canciones. Impagable. Para mí ha sido un sueño, un honor, alcanzar esa meta, la posibilidad de estar, de compartir escenario, de poder cantar con aquellos a los que tanto quiero y respeto”.
Sus discos son como casas encantadas de música y desde el primero de ellos se traducen en éxitos de ventas, se tiñen de oro y platino. Le pregunto cómo se dirige esa manera tan sucesiva del éxito: “He de reconocer que el éxito no deja de ser una forma de funambulismo, un delicado equilibrio, algo escurridizo que hoy lo tienes y mañana puedes no tenerlo. Hay sin embargo algunas reglas que conviene siempre tener presentes: la confianza en uno mismo, el tener la osadía de romper algunas normas y no tener miedo a fallar porque el miedo te atenaza y condiciona las decisiones que debas tomar. Ese miedo al fracaso no debe paralizarte porque si no nunca te exigirás nada. Y tener siempre presente que no hay ninguna forma de triunfar que no sea con el esfuerzo”.
La música exige vivir en la carretera, perderse ratos perdidos, encontrarte con los abrazos de los que deseas y los que te esperan, con la incertidumbre de ese mañana que nadie ha visto, de, como dice Pablo, ese remolino de miedos y servidumbres. Pasa de ser una ceremonia singularmente secreta que acaba convirtiéndose en un compartir colectivo: los conciertos. De eso hablamos, de cuánto de realización tiene para un músico la comunión con sus seguidores, la química del escenario: “Las canciones cuando las escribes y las cantas las llevas hasta esa puerta que está esperando abrirse para que puedan salir, viajar contigo y para que puedas entregarlas a tus seguidores. Hay ese momento del concierto en el que miras a la gente y te das cuenta de que esas canciones ya no te pertenecen, son de ellos que las cantan, las viven, las participan contigo. Empezar una gira es culminar un proceso, darle sentido, cerrar el círculo de la creación, es compartir. Y hay otro momento muy mágico: se apagan las luces, suenan los primeros compases y arrancas el concierto. Y ya está, es el comienzo de la comunión, el momento de la mayor entrega”.
Llamo a uno de sus colegas, con el que ha enseñado la más profunda de las complicidades, Antonio Orozco, le pillo enredado en un proyecto sobre Lorca pero hace un breve alto para atenderme, para hablarme de su amigo: “Hace tiempo que entendí que Pablo López es lo más parecido al agua que jamás conocí, más de pedir perdón que de pedir permiso, es capaz de convertir en música cualquiera de sus pensamientos y de la misma forma capaz de convertir un piano en una dulce morada, del piano una vida, del piano un hogar”.
El escritor Georges Perec sostenía que los verdaderos personajes de una novela son el autor y su lector y la novela aquello que sucede entre ellos. Cabe aplicarse esta máxima a la música, a Pablo porque hace sus conciertos sencillos y porque se le ve muy a gusto con su público atento, dispuesto para la escucha. Ese ir y venir por la geografía española más el ejercicio de composición y grabación exigen que el orden y la disciplina estén de su parte. Nuestra conversación toma ese derrotero. Pablo prolonga un silencio momentáneo y se arranca: “Creo que no me va a gustar mi respuesta (se ríe). La disciplina es muy necesaria, es una palabra que cada vez me gusta más, la veo más curva, menos recta. Cuantos más días contabilizo en mi DNI más consciente soy de que la creatividad requiere un orden, también para alcanzar a esas canciones que van por delante de ti, a la inspiración que a veces te sobrevuela y se resiste a aterrizar y hay que echarle muchas horas para poder bajarla. En definitiva, la disciplina y el orden son indispensables en cualquier proceso creativo”.
Estos dos años de crisis sanitaria han obligado a muchos creadores a vivir dos procesos, el de la introspección del encierro inicial, que, como a todos, les ha llevado a estar más tiempo a solas consigo mismos. Esa obligación de parar en seco. Y por otro la forzada desconexión con las giras, de los conciertos, con el contacto del público que, como Pablo ha señalado, son la meta de la creación musical: “Fue un shock, un impacto inesperado, como bien dices un frenazo en seco. Y luego esa manera tan cruel de que la enfermedad nos fuera robando el tiempo y la vida de muchos. Una tragedia”. “A mí me pilló en un momento de mucha aceleración, de demasiada velocidad y sin que se malinterprete te diría que me vino bien parar, detenerme, pensar y tener tiempo para prestar atención a muchas cosas que me interesaban y tenía muy dejadas. Y me permitió enredarme en la composición de un disco que se publicó a finales del 2020. Y por otro lado me angustiaba porque teníamos pendiente una gira fuera de España y así que cuando terminó el confinamiento, a las dos semanas estaba tocando en Miami. Y también estuvo ese poder ver la solidaridad, el compromiso de la gente, de unos ayudándonos a otros y los sanitarios dejándose la piel, como los transportistas, los empleados de supermercados, los de los servicios de limpieza, en fin tantos… Será un momento inolvidable en nuestras vidas que un día habrá que contárselo a nuestros hijos”.
El torero Jose María Manzanares es desde hace años otro de los buenos amigos de Pablo. Está en su finca extremeña preparando la temporada taurina venidera, hace un alto para atenderme, para ayudarme a conformar este retrato: “Antes de conocerlo ya le apreciaba como artista, me gustaban mucho sus canciones, me llevaban. Un día hace como 5 ó 6 años toreaba yo en México ciudad y él andaba por allí, coincidimos en el vuelo de regreso a España, se acercó el comandante y me dijo que allí estaban Pablo y su hermano Luis y me tiré las 10 horas de vuelo diciéndome: “Voy y le saludo, no voy…”. Soy bastante tímido y me daba un poco de corte, total que no me atreví y pensé que ya habría otra ocasión. Así fue, año y medio después en Sevilla, en un restaurante volvimos a coincidir, primero conocí a Luis porque Pablo estaba hablando por teléfono con Pablo Alborán (se tiraron como una hora, dice riéndose) y yo mientras con Luis, que es un tipo adorable. Luego se unió Pablo, nos conocimos y a partir de ahí emprendimos una amistad que dura hasta hoy. Es una de las personas más extraordinarias que he conocido en mi vida, de él valoro que siempre se preocupa de que la gente que le rodea esté bien, sea feliz. Es muy fiel a sí mismo, un tipo puro de alma, con gran inteligencia emocional, con un talento espectacular y estar a su lado da paz”.
La conversación transcurre en un estudio de grabación en el que Pablo López está ultimando composiciones para Raphael, para que sus historias y sus canciones no queden solo en él, sino que haya otras voces, otros artistas que las puedan contar. Me fascina esa comunión intergeneracional entre un chico de 37 años y un ídolo consagrado de 78.
“Sé tú, Pablo -me cuenta que le dice a menudo el cantante jienense-, nunca dejes de ser tú”. Pablo admira su energía y me dice sentirse muy feliz cerca de él: “La manera de encontrarme con Raphael ha sido muy Raphael. Es una caja de Pandora, siempre te sorprende y es un pozo insondable de vivencias. Me fascina cuando te cuenta a qué olía Luxemburgo en el 66, como era el Teatro Nacional de México… Le pongo vídeos de Youtube y se divierte mucho. Le divierten también mis libretas pintarrajeadas. Nos escribimos mucho por whatsapp para contarnos de todo. Me lo hace pasar muy bien y me estimula mucho. Persigue la utopía. Estar con él es una enseñanza impagable”.
Pablo me cuenta que al día siguiente de nuestra charla se marcha a Estados Unidos y me despierta una cierta curiosidad y le pregunto si me puede contar el motivo: “Para salir un rato de mi zona de confort, para estar con otras personas, escuchar música, hablar en otro idioma, escribir alguna canción…”.
Ha elegido un vino de Madrid, que desde hace tiempo ocupa nuestras copas y cuya etiqueta y nombre distraen mi atención, 'La Reina de los Deseos'. “Llámame romántico -me señala- pero me enamoré de este vino de Madrid que conocí hace un año y medio. Me parece un vino que tiene lo que busco últimamente, que me recuerda a los vinos borgoñones, es muy mineral y me encanta tomármelo con un queso, con una pasta y hasta con un postre. Y además hasta se me antoja un pequeño homenaje a Madrid que tan bien me ha acogido”.
La 'Reina de los Deseos' es un vino de parcela que nace de la colaboración de Comando G con Vila Viniteca bajo la marca Uvas Felices. A través de la amabilidad de Eugenia Vidal, adjunta a la dirección de Vila Viniteca, localizo a Ramón Esteva, el enólogo, y le pido que nos cuente: “Nace de una pequeña viña en propiedad de menos de una hectárea situada en Cadalso de los Vidrios (Sierra de Gredos) con orientación este. La parcela está plantada con garnacha desde 1959 y está situada a 950 metros de altitud entre encinas y castaños, sobre suelos pobres graníticos meteorizados de textura arenosa, mucha profundidad de suelo y poca materia orgánica. Se vinifica el racimo entero con raspón y fermenta en tinos de madera con unas maceraciones largas y muy respetuosas, casi como una infusión.
"Suele tener una crianza de 14 meses en barricas de roble francés y 6 meses en botella. Su perfume es nítido, con recuerdos de naranja sanguina, notas terrosas, de sotobosque y frutas rojas maduras. La boca es voluminosa y está armada por un tanino de grano más grueso y de tacto terroso, que se va depositando capa sobre capa sobre la lengua. Maravillosos recuerdos finales balsámicos, pimienta negra y remolacha fresca. De producción muy limitada, de unas 1600 botellas, dependiendo de la añada”. Todo dicho. Gracias, Ramón.
Vuelve Pablo a encerrarse en su estudio a perseguir lo misterioso, lo inalcanzable. Llevo conmigo “Ocnos” de Luis Cernuda y para despedirme, y porque sé que le gusta, le leo un fragmento: “En ocasiones, raramente, solía encenderse el salón al atardecer, y el sonido del piano llenaba la casa, acogiéndome cuando yo llegaba al pie de la escalera de mármol hueca y resonante, mientras el resplandor vago de la luz que se deslizaba allá arriba en la galería, me aparecía como un cuerpo impalpable, cálido y dorado, cuya alma fuese la música”.
Palabra de Vino.