Es Galicia el país de las dualidades: de subir y bajar simultáneamente, responder preguntando, de bandera azul y blanca, paisajes de interior y de costa, de nortes y sures, de dos mares, del Celta o del Depor, de blancos y tintos, donde un sí puede ser un no te digo que no, donde lo urgente es esperar, o donde te pueden responder: si le digo la verdad le mentiría. Fernando Ónega es también ciudadano de dos patrias: Galicia y el periodismo, con más de medio siglo en esa doble nacionalidad: “Siempre digo que soy gallego y periodista -comienza contándome- aunque no sé en qué orden pero me traiciono a mí mismo porque llevo siempre por delante lo de gallego”. Resuelto el tópico de la escalera.
Nació en Mosteiro, Pol (Lugo), y tardó bastante en saber que iba a ser periodista porque aunque empezó a escribir en los periódicos a la edad de 13 años, cuando se examinó por primera vez para entrar en la Escuela Oficial de Periodismo le suspendieron. “Así que solo lo supe un año más tarde -me dice-, a los 19 años, que fue cuando conseguí aprobar”.
Fernando me dijo un día, cuando compartíamos travesía profesional en Telecinco, que no eras nadie hasta que no lograbas publicar en el periódico de tu pueblo. Se aplicó el cuento, porque a los 15 años empezó a escribir en el El Progreso de Lugo. “Hay que ver qué buena gente es la de nuestros pueblos -continúa- pues no había artista que pasara por la ciudad, por el Gran Teatro, que aquel chico con una gabardina vieja y los zapatos rotos no entrevistara; por ejemplo a Antonio Machín. Por eso le guardo tanta gratitud a ese periódico que me publicaba a pesar de que presentaba mis trabajos escritos a mano y para aquella gente que veía a aquel chaval y se lo creía”.
Tener maestros significa haber tenido cerca a alguien en quien fijarse, es construirse con la experiencia de otros que con generosidad te la han transmitido. Fernando Ónega es maestro de periodistas que un día aprendió de otro, de otros. Le pregunto de quiénes: “Empecé a tener envidia de periodistas al ver a los de El Progreso, era una envidia física, es decir: me parecían todos guapos y elegantes, maravillosos, buenos hijos de familia y muchas veces me paraba a verlos porque me parecían admirables, eran los Robert Redford y Paul Newman de la época.
Después el maestro que tuve fue Pedro Rodríguez, un paisano al que tuve el honor de sustituir dos veces: la primera fue en el diario Pueblo, donde hacía una columna histórica que yo heredé, y luego le sustituí en el periódico Arriba cuando se murió. Ese fue mi gran maestro.
Manuel Alcántara escribía en la mesa de al lado donde yo corregía teletipos. Él entraba siempre tan elegantemente vestido, se pedía un whisky y escribía su maravillosa columna que yo al día siguiente leía y me decía: ¿cómo puede haber escrito esto este hombre en la media hora que estuvo aquí? Y lo hacía. Era maravilloso. Para mí han sido maestros del periodismo. También de muchos otros he ido aprendiendo y aprendo muchas cosas día a día”.
“Enséñame y lo recordaré. Involúcrame y lo aprenderé”, decía Benjamin Franklin.
En su dilatada trayectoria profesional Fernando recorrió y sigue recorriendo todos los caminos posibles. Es un tipo multimedia y muy laborioso: como ya ha contado, transitó por periódicos locales y nacionales; fue directivo y conductor de programas de radio; en televisión dirigió y presentó espacios informativos y ha colaborado y colabora en espacios de opinión. Su voz sigue iluminando las mañanas en su acompañamiento a Carlos Alsina, en donde cuando habla parece tener la cualidad de escuchar. En La Voz de Galicia y la Vanguardia echa a rodar sus palabras con la facilidad del pedaleo de un ciclista en ruta, escribe con la facilidad del tecleo de la lluvia. Acude puntual a su cita matinal en TVE.
Nos conocimos hace casi 30 años durante su etapa informativa en Telecinco. Con cierta coña le recuerdo una cita del inigualable Manuel Vázquez Montalbán: “Los dioses se han marchado, nos queda la televisión”, que me da pie para preguntarle si viniendo de la prensa y la radio se sintió cómodo en su tránsito televisivo: “La verdad, yo me he sentido y me siento cómodo en todos los medios, donde me siento más incómodo últimamente es en las tertulias, y hago un paréntesis para decirte que fui el introductor de las tertulias en la radio, quien las puso en práctica por primera vez: fue en la SER, con el programa 'La Trastienda', surgió cuando se fue José María García y había que inventarse algo para después de 'Hora 25' y modestamente propuse esa idea para hablar de política, que luego degeneró en un combate ideológico y tardó en triunfar menos de una semana, fue un éxito a los 3 días. Luego este formato se incorporó a la televisión e incluso ahora a internet.
En la radio me siento muy confortable porque me da una gran agilidad. Yo soy fundamentalmente un periodista de opinión, y casi siempre me tocó opinar de primero: cada mañana a las 7,15 en “Más de uno” de Onda Cero soy el primero en hacerlo.
También me encuentro muy cómodo en la prensa porque me permite repasar lo que pienso, pese a la dictadura de los caracteres, que a veces me hace perder más tiempo en ajustar la medida que en el contenido.
He disfrutado mucho en la tele, esa que según Montalbán nos queda en ausencia de los dioses (se ríe), en los tiempos informativos de Telecinco y Antena 3. Ahora estoy en una tertulia de TVE y agradezco que me llamen a mi edad”.
Fernando madruga mucho cada día, lo hace con esa voluntad del periodista de guardia, que lo es a todas horas. Se necesita mucha disciplina y mucho método para tanta laboriosidad y para esos horarios casi intempestivos. Le pregunto si no se cansa y me responde con la elegancia de un adjetivo: “Si me hubiera cansado lo hubiera dejado ya, pero me puede esta profesión. Lo más sacrificado de tener que levantarse a las 4,00 de la madrugada es acostarse temprano, porque eso te obliga a limitar tu vida social, a no asistir a ninguna cena, te obliga a una vida casi monacal perjudicando a tu familia, que tiene también que adaptarse, eso al final te duele y gracias a Dios encuentro una gran comprensión. ¿El madrugón? El cuerpo se acostumbra. Es maravilloso escuchar los trinos de los pájaros a eso de las 5 de la mañana, es insuperable ver nacer el día. A mí me gusta que ese tiempo desde que termino de desayunar a las 4,15 hasta las 6,00 que irrumpe la voz de Alsina, en medio de la lectura de la prensa, sacar cinco o diez minutos para escuchar el silencio que solo interrumpen los pájaros”.
José Jiménez Lozano era el poeta de los pájaros, capaz de expresar en palabras la esencia de estos animales a los que él también esperaba en su silencio castellano: “Y en esta espera, un instante de silencio, la que retrasa el fin del mundo. Contemplad si no, a la alondra en el sembrado… y el mundo se sostiene”.
Llega un punto en que la vida puede ser un cruce de varios caminos: el dictado de un oficio, una geografía humana de Lugo adentro, una curiosidad infatigable, la genética de la estirpe… Y un buen día encuentras que tus hijos, en este caso tus hijas, siguen tus pasos, sienten la misma llamada que tú probablemente porque han respirado de tu mismo aire, bebido en tu misma fuente, escuchado tus mismas voces y se encaminan sobre tus pasos.
Eso les sucedió a Cristina y Sonsoles Ónega, hijas de su padre y periodistas acreditadas en la profesión. Le pregunto a Fernando si es consciente lo que pesan su apellido y su prestigio: “Sí, soy consciente del peso que llevan mis hijas y más en este oficio, para bien y para mal. Lo han sufrido. Mira, cuando estaban en la universidad y hacían un trabajo, si el trabajo les salía bien, que era casi siempre, había una tendencia a decirles que yo les había ayudado y te prometo que jamás me inmiscuí en ello. Son periodistas porque se han criado en una casa en la que se respiraba periodismo, eso probablemente les condujo vocacionalmente. Intenté persuadirles en alguna ocasión de que estudiaran otra cosa y un buen día me llamaron del colegio de mi hija Cristina para aconsejarme que desistiera de mi intención de desviarla de su camino porque le estaba perjudicando emocionalmente. Sus profesores me dijeron: “Le vemos con esa aptitud y le rogamos que se lo permita”. Me allané ante el ruego. Hoy me siento muy orgulloso de su trayectoria profesional y pese a algunos comentarios maledicentes ellas ya han demostrado lo buenas que son”.
Lo tenía previsto sin que Fernando lo supiera, dar voz a sus hijas en esta conversación. Llamo a Cristina y le pido que me cuente cómo nació su vocación: “Empieza el informativo”. Con esta frase, mi padre nos mandaba callar cada mediodía. Confieso que he hecho lo mismo con mis hijos, que ahora cuando se sientan a la mesa lo primero que preguntan es si ponen el telediario. Cada noticia se vivía con tal intensidad que era imposible no enterarse de por dónde iba el país. Las noticias formaban parte de nuestras vidas. Y entonces, cuando te levantas y acuestas con el sonido de una máquina de escribir, cuando siempre suena la radio y tu banda sonora es la sintonía del informativo es imposible que tu vocación sea la ingeniería o la medicina. Porque las vocaciones nacen, pero también se construyen y se alimentan. Quisieron que estudiara Derecho pero yo quería hablar por la radio. Elegí el oficio más bonito del mundo. Los días duros me acuerdo de los versos de Miguel Hernández que me enseñó él: “No podrán atarme, no (…) ¿Quién encierra una sonrisa?, ¿Quién amuralla una voz?”. La libertad, la palabra, la honestidad. “Tú no tienes que hacer otra cosa que ser honesta. Honrada contigo misma. Esa es la ética. Esa es la libertad”. Me inculcó una forma de vida, un oficio y una pasión y quizá lo más importante: amar la libertad”.
Es el turno de Sonsoles, le asalto en la redacción de 'Ya es Mediodía': “Supongo que no tiene ningún mérito ser periodista cuando has nacido en una casa donde siempre había una radio encendida, periódicos amontonados en cualquier esquina y era obligado ver los informativos de la televisión cada día. ¡Lo extraordinario habría sido ser veterinaria!
A la edad a la que elegí estudiar Periodismo ni se me pasaba por la cabeza pensar que me pudieran comparar con él ¡Para mí era mi padre, un padre extraordinario, que no admitía comparación con ningún otro! Con el tiempo fui consciente de que además había sido maestro de muchos periodistas. Y no hay nada que me guste más que escuchar lo que otros me cuentan de él, sobre todo mis compañeros de Telecinco, donde fue tan feliz presentando sus informativos. Por los pasillos todos los recuerdan… desde Raúl, el señor que saca lustre a los platós, hasta Maribel, la sastra, o Miguel, el regidor de Ana Rosa y 'Ya es Mediodía'. Ellos también me han enseñado quién es mi padre. Me hubiera gustado tenerlo de jefe. Pero lo tengo de primer consejero y brújula en las tormentas”.
Somos hijos del tiempo que nos enseña de la fugacidad del todo, que nos descubre que lo que ignoramos es más que lo que sabemos, donde aprendemos que quizá a los recuerdos les debemos algo porque, a veces, lo actual son sucesiones del pasado.
La madurez es un tiempo que permite seguir soñando, es el momento de apreciar un atardecer quizá a la manera de Borges. “Qué rápido se pasa la vida y en ocasiones qué difícil es pasar una tarde”, o cuando se detectan mejor los errores y se saben aminorar las impaciencias como lo cuenta Luís Landero en 'El huerto de Emerson' (Tusquets, 2021). No sé si por esta misma consciencia del tiempo y la edad nació 65 y más, un proyecto en el que también participa Fernando, y le pregunto a este propósito: “Es una aventura de un grupo empresarial que se llama Comunicas, que en un momento dado me invitaron a comer y me preguntaron si me gustaría participar. En principio les dije que no, pero llegué a casa, lo pensé y me dije: es bonito pero no tengo tiempo, y alcancé un acuerdo de colaboración y en este momento creo que es el único medio acreditado como tal especialista en las personas mayores con toda la información que les pueda ser útil, que lleva ese nombre porque empezamos pensando en los jubilados y resulta que la mayoría de sus lectores son más jóvenes: empiezan en 50 años, hay un grupo de 55 y el más amplio es el de 55 a 65. Tiene buena aceptación y tenemos proyectos muy bonitos para poner en práctica en breve. Me gusta estar en ese proyecto”.
El largo tiempo de la vida, dice el filósofo Pascal Bruckner, mantiene que es fundamental estar habitado por apetitos abundantes y decía Platón que el tiempo es hijo de la pobreza y de la abundancia, es la maduración indispensable. Por aquí encaminamos la charla y Fernando dice: “Yo soy muy vago a pesar de todo lo que hago y escribo, tremendamente inapetente. Y es verdad que la juventud se mantiene como un valor en sí mismo aunque no acredite nada. Sobre el tema jóvenes/viejos tengo sentimientos encontrados, el sentimiento de la máxima solidaridad y aprecio a la juventud periodística que es una generación mucho mejor formada que la mía, ha visto más mundo, habla más idiomas, en fin, nos dan mil vueltas y al mismo tiempo me parece que las empresas periodísticas tienen una extraña veneración hacia el joven y le valoran por ser joven y no por otra razón. Y luego está esa cierta marginación de los mayores, esa dificultad de empleo que se tiene en cualquier oficio, en este es más grave y evidente que en ningún otro y de ahí vienen mis sentimientos encontrados. Por un lado hay que abrirle más puertas a los jóvenes porque son mejores que nosotros, pero no se puede castigar a los mayores con jubilaciones anticipadas, con una desaparición laboral temprana cuando tienen gran experiencia acumulada, saben, tienen una gran capacidad de interpretación de lo que ocurre, unas fuentes de información rigurosas, importantes y numerosas”.
Hablando de madurez y experiencia decido llamar a una de las figuras más grandes de la historia de la radio española, Luis del Olmo, que me atiende con suma amabilidad, le pido que me hable de Fernando: “Todo lo que pueda decir de Ónega es positivo, mi compañero del alma en la COPE y en Onda Cero, donde llegó a director general sin abandonar su labor diaria en Protagonistas.
Fernando es un gallego de casta como el albariño o la muñeira y eso lo transmite en su forma de ser, de escribir. Su estilo es el de la equidistancia, observa y analiza la realidad con más precisión que nadie. Él tiene las tres virtudes que nos enseñaba el profesor de perspectiva: hay que ser claros, serenos y objetivos. Además de ser el autor de la frase más famosa de la Transición, aquella que le escribió a Adolfo Suárez -“Puedo prometer y prometo”-, es de una versatilidad inigualable: escribe crónicas radiofónicas, artículos de opinión y acude a tertulias televisivas, y uno se pregunta: ¿de dónde saca el tiempo este tío? Tiene esa envidiable capacidad de no repetirse y no contradecirse.
Paco Umbral dijo que detrás de la Transición estaba la pluma de Fernando Ónega. Redactó discursos, aportó templanza en situaciones tensas, tendió puentes entre enemigos históricos y muchos estudiosos reconocen que su tono contribuyó de forma notable a la convivencia. Ahora lo tenemos a sus 70 y pocos años echando más horas que nadie y enfadado por el trato que nuestra sociedad da a los mayores, negándose a tirar la toalla y escribiendo con la ilusión del primer día.
Cuando calla no es porque no tenga nada que decir sino porque una de sus grandes virtudes es la de saber escuchar: lo ha probado todo y lo ha hecho con éxito. A trabajador no le gana nadie y aun así tiene tiempo de cuidar de los afectos con detalle de orfebre y cariño de poeta”.
Para redondear el retrato decido también incorporar a la escritora y periodista Natalia Figueroa, sé de su buena relación con mi invitado. Le llamo y me atiende haciendo gala de una amabilidad exquisita: “Admiro profundamente a Fernando.
"Le considero maestro de periodistas. Cada vez me gusta más la palabra SERIEDAD. Fernando la tiene como bandera. Emplea siempre un castellano perfecto y rico, cosa muy de valorar actualmente. Es la lucidez amable, la crítica respetuosa, el elogio sano. Es una voz a la que jamás invade la ira ni la envidia. Aplaudo y comparto sus palabras: “Uno de los problemas de la sociedad actual es el desprecio al mayor”. “Hay que paliar la soledad de los mayores”. La credibilidad de Fernando es enorme. Ojalá hubiese muchas personas como es él ¡Qué suerte tenemos conociéndole!"
“No le quites años a la vida, pónselos que será mejor”, dice el cantautor guatemalteco Ricardo Arjona.
La escritura de Fernando y su palabra son de una sobriedad envidiable, maneja con autoridad todos los registros: apuntes, artículos, resúmenes de prensa, cartas… pero su poso es la opinión, el compromiso reflexivo. Necesariamente habla y escribe mucho de política y le pregunto si llegado este punto de su vida no está ya aburrido de hablar de ella: “Sí, la verdad es que me aburre y me cabrea y además llega un momento en que no entiendes nada porque te faltan claves y no te las quieren dar. He vivido momento difíciles pero ilusionantes como fue la Transición, ahí sabías adónde ibas, había un horizonte, te podías apuntar a él y empujar el carro o no pero la mayoría acabamos empujándolo. El problema de este momento es que no sabes cuál es el proyecto de país que tenemos. Yo no sé si vamos a un estado federal o a un estado más solitario que el que había, si llegaremos a ver desaparecer las autonomías o vamos a tener 17 estados y no solo 17 administraciones autonómicas. Eso me crea confusión. Sucede que escribo 5 crónicas diarias o 6, algún día salen hasta 7, es terrible el tedio de escribir lo mismo, sobre lo mismo, pero sin decir lo mismo, y llega un momento en que te acaba por aburrir el tema. Felizmente consigo desmarcarme en la radio, en 'La Brújula', que hago una carta a persona, animal o cosa y entonces el día que no hay política me relajo, disfruto. Son oportunidades que agradezco mucho”.
Decía Cunqueiro que la obligación de un escritor era contar para la totalidad humana y que tenía la obligación de alimentar con nuevas miradas. Ese pensar en escribir en función del destinatario me ha parecido siempre una clara expresión del sentido común y sobre esto le requiero a Fernando: “El sentido común es lo que piensa la mayoría de la gente, lo comunitario, de la gente, de todo el mundo. Con sentido común se arregla todo, sin él vienen todas las crisis. Empiezo a acariciar la idea de que estamos en la crisis de los 40, se cumplieron 40 años de la culminación de la Transición, 40 años de la Constitución, del reinado de Juan Carlos I y no sé si está produciendo en la vida colectiva la crisis de los 40. A veces me da la impresión de que tenemos un cierto aburrimiento de la democracia y buscamos cosas más emocionantes y luego está la servidumbre de los que opinan sobre los que opinamos. Si quieres tener el éxito asegurado da palos, con razón o sin ella y entonces captarás una enorme atención del público, la templanza no paga. Ahora un adjetivo “descalificativo” es llamar a alguien equidistante. Y la verdad es que hay muy pocas cosas de las que puedas ser equidistante, el terrorismo y poco más. Es mi criterio”.
Cambiamos de rumbo en la conversación porque siempre ha habido algo que me ha llamado poderosamente la atención y es la capacidad de mi invitado de hoy para ir ganándose el corazón de distintos lugares de España. Es hijo adoptivo de diferentes localidades. Todos quieren a Fernando.
“Mi primera adopción fue en Lalín y me hizo mucha ilusión porque yo con los de Lalín me trato como si fuésemos hermanos. Me hizo muchísima ilusión que me hicieran hijo adoptivo de la provincia de León, yo no tengo ningún vínculo con esa tierra más allá de apreciarla, pero al parecer la causa fue que 'La Brújula', el programa de radio, se ha hecho muchas veces desde León y como sabes yo escribo una carta a diario en ese informativo, y por ello me he dado cuenta que le he escrito más a esa provincia que a ninguna novia y eso provocó que me distinguieran, cosa que agradezco infinitamente. Estos detalles son grandes satisfacciones para el ego pero también por lo que supone de cariño de la gente, me hacen muy feliz”. Fernando es también hijo adoptivo de Jerez. El fruto del brillo de las palabras bien escritas.
“Porque vivir es, sobre todo, convivir” (Joaquín Araujo).
Fernando no tuvo dudas para elegir el vino: “Beberemos el que hace un amigo, José María Fonseca, de la Bodega Terras Gauda, allí donde el Miño construye una fascinante frontera de agua con Portugal. Es un vino que me resulta muy curioso, un caíño blanco que se llama La Mar”. Le interrumpo para llamar a José María, un afecto compartido, y que sea él quien nos lo cuente todo sobre este vino. Sé de su amor por la tierra, de su pasión contagiosa por lo que hace, de su bonhomía y generosidad sin límite. Sé que su palabra sabia es una música que sostiene al viñedo:”¡Xa está cumplido”. Esta es la frase con la que los viticultores gallegos, durante cientos de años, conscientes de esa media verdad, se autotrataban, psicológicamente, la necesidad de vendimiar cuanto antes “por si acaso”. Podía coincidir calor y humedad si llovía (sinónimo de plagas), podía simplemente la lluvia impedir la vendimia, podía caer “pedra” (granizo)… En fin… La uva dentro de la bodega era sinónimo de éxito en el, siempre difícil, año agrícola. El que viniera baja de grado y con excesiva acidez, por lo tanto, menor calidad, pasaba a un segundo plano.
En este contexto puede el lector imaginarse la paulatina desaparición del Caiño Blanco, que es una casta de maduración muy tardía irrepetible y única y prácticamente exclusiva del Valle de O Rosal, aun sabiendo, como siempre, los viticultores de su calidad.
Le dedicaban frases como “O Caiño é o rei do viño” ou “O Caiño e o príncipe dos viños” refiriéndose a ella.
La salvación y recuperación de esta variedad única, que desde siempre forma parte de nuestro ADN, supone para nosotros por un lado el contribuir con toda dignidad a la recuperación del excelso patrimonio vitícola gallego y español y por otro el no parar en esa búsqueda de sacar de la tierra lo mejor y más genuino, en este caso, traducido en la singularidad de La Mar que, criado sobre lías, trae ese potencial de la tierra en forma de aromas únicos; balsámicos, frutales y minerales. En la boca, se recrean después en un perfecto equilibrio, que redondea a un vino glicérico, untuoso, amante y largo, largo, que siempre regresa…. Pidiendo más. Mas vino, ¡claro!
Sorprende, además, su capacidad de envejecimiento”.
Con este vino se agotan los adjetivos: untuoso, sedoso, fresco, sedoso, bien estructurado. Su sensación final en la boca aparece no terminar. Enamora.
Me despido de Fernando con el abrazo aplazado, con la sensación de haber compartido conversación con un maestro “sereno y múltiple”, como decía Ortega. Le digo que el próximo encuentro bien podría ser en sus queridas tierras de Lugo, glorificadas en los versos de uno de sus poetas, Darío Xohán Cabana: “Entrando en tierra de sueños, iban los sueños cantando”.
Palabra de Vino