Sonsoles Ónega (Madrid, 1977) ha desarrollado su carrera profesional en distintos canales de televisión. En CNN+ y Cuatro hizo crónica de tribunales y desde 2008 hasta 2018 fue la corresponsal parlamentaria de Informativos Tele5. Desde junio de 2018 presenta el programa Ya es mediodía en Telecinco. Es autora de seis novelas. Después del amor recibió el Premio de novela Fernando Lara 2017.
Su última obra es Mil besos prohibidos Mil besos prohibidos(Planeta), una novela donde se constata la fuerza imparable del amor entre dos antiguos novios que vuelven a encontrarse después de muchos años por casualidad.
Pregunta: “Y la casualidad nunca es un desenlace”, piensa ella tras el encuentro.
Respuesta: Todo sucede por algo. Yo siempre lo he creído, casi como filosofía de vida. Hay algo que se llama destino frente al que no se puede apelar. Tan solo se podrá reconducir o suavizar las consecuencias de ese destino, o comprender las razones que le han llevado a él. Pero yo creo en el destino.
P: Lo difícil es saber cuál es tu destino.
R: Te va llevando la propia vida. Fabular con el destino me gusta porque me inquieta, porque por mucho que tú hagas hay una parte de predestinación. No me preguntes porqué, quizá esta reflexión es muy poco intelectual.
P: Y muy determinista.
R: Absolutamente. ¿Por qué me ha pasado esto, he hecho algo que me ha dirigido a este camino? Son personajes que no piensan que se volverán a encontrar, pero en su memoria se tienen presentes de manera obsesiva. Nos pasa a todos: engrandecemos el primer amor, lo idealizamos, sobre todo cuando ya conocemos las consecuencias de amarse en convivencia. Estos son personajes a los que la vida da una segunda oportunidad.
P: Frente a ello él se revela. Tanto que se mete en un seminario. Y tiene un solo mandamiento: no recordar.
R: Él se impone no recordar porque todo su recuerdo es torturante. Para él es una forma de apartarse de mundo conocido para pagar su penitencia. Y no piensa que todos los años del seminario saltarán por los aires.
P: Y con muy poco, solo con ese encuentro fortuito.
R: A él le remueve todo eso. Y se enfrenta a una cosa que es la pasión humana, contra la que no se puede luchar.
P: “No hay angustia más injusta que la que no se puede controlar”.
R: Él no tiene herramientas para apaciguar esa angustia. La novela es un constante ir y venir entre su pasión por ella y su vocación sacerdotal.
P: “La vida da muchas vueltas y, a veces, retorna al mismo lugar donde uno la dejó en suspenso”.
R: La vida siempre se impone. La novela es un grito de esperanza para el lector: “vive, lo que tenga que ser, vívelo”. Hay lectores que me dicen que les ha pasado lo mismo. Hombres que se miran al espejo y dicen: no era esto, sino aquello que no puedo controlar, la pasión, el cuerpo las emociones, los sentimientos. ¿Qué hacemos frente a eso? Vivir.
P: “La vida solo es eso. Asumir que pagarás un precio por vivir la vida”.
R: ¿Cuántos cobardes hay en el amor? Es difícil. Vivir tiene consecuencias. Arriesgas la familia, los hijos. Romper con todo tiene un riesgo, pero sin duda merece la pena vivir. Son personajes muy valientes. Sobre todo él. Es la primera vez que escarbo en el sentimiento de culpa de un hombre. Es tremendo lo que siente por traicionarse.
P: ¿La tan mentada culpa católica?
R: Toda esta tradición judeocristiana, que forma parte de nuestra educación, nos lleva a cometer infidelidades, en vez de arriesgar. Estos personajes deciden pagar las consecuencias de romper con todo. Cuántas veces decimos no romper porque nos da miedo salir de ese nido de tranquilidad y el equilibrio. Yo creo que en la vida y en el amor hay que arriesgarse, aunque lo pierdas todo.
P: Suena extraño en esta época. Hay cierto descreimiento del amor.
R: Yo no hablo de amor eterno. No. En absoluto. Yo reivindico el amor mientras dure.
P: ¿No hay ahora cierta cobardía con el compromiso?
R: Yo creo que no. Las nuevas generaciones se han liberado de algo que es la obligación (que no la necesidad), de comprometernos con alguien y formar una familia, Eso sigue en el ideario de las mujeres de 40 años. Probablemente es un lastre. Hemos formado una familia convencional, nos hemos casado de manera convencional en parte arrastrados por nuestras madres. En cambio nuestras hijas observan el amor de manera más saludable, sin tanta necesidad de compromisos para toda la vida.
P: ¿Entonces?
R: Yo digo: te quiero para toda la vida…, de momento; quiero envejecer a tu lado…, de momento. Eso no nos aleja de los compromisos, pero hemos aprendido de matrimonios tóxicos, maltratos, divorcios continuos en nuestro entorno. Probablemente hay que reinventar la convivencia para hacer más duradero lo que une a los seres humanos. Ahora bien, según maduramos somos más conscientes de que hay que cuidar el amor.
P: La vida, “una ruleta rusa”, dice la narradora. Parece incompatible con el destino.
R: Cuando escribes no te puedes abstraer de lo que has vivido. Esta novela se construye en un momento personal complicado, de destrucción de todo lo construido. Te das cuenta de que aquello por lo que has apostado, la familia, los hijos, salta por los aires. Probablemente también sea destino. Estos personajes lo apostaron todo y les salió mal. Pero la vida les dio una segunda oportunidad.
P: Hablando de escribir, otra sentencia del libro: “La vida no es como la hemos vivido, sino como la hemos archivado, y la memoria la agita a su conveniencia”.
R: Lo estamos viendo con Rocío Carrasco. La vida es como ella la ha archivado, y es su verdad. Y todos recordamos las historias como las hemos querido archivar. La memoria es muy selectiva. Es un mecanismo para seguir vivos.
P: ¿Qué es la escritura para ti?
R: Es una forma de vivir la vida que no vivo, la que me gustaría vivir. Es inventar una vida que me habría gustado vivir, con personajes que dicen lo que a mí me gustaría decir en la vida real. Es verdad que el papel lo aguanta todo; luego la vida es más prosaica.
P: ¿Hay que estar insatisfecho para escribir?
R: Según escribes vas profesionalizando el oficio y necesitas menos gasolina del estado de ánimo para ponerte delante del folio. Lo conviertes en un trabajo más. Tienes más herramientas y mecanismos para escribir. Pero sí; tiene que haber un motor de denuncia o de construcción de mundos perfectos o imaginarios que te sale de dentro. No hay que estar sumido en una depresión profunda. Lo que sí es importante es que los personajes sean verosímiles.
P: ¿De donde sale esa pulsión por escribir?
R: No tengo ni idea de donde brota, pero está ahí. En mi caso la siento desde hace mucho tiempo. Si no escribo estoy de mal humor. Durante el proceso creativo me siento más en el mundo, quizá porque la literatura es un refugio, porque me gusta estar en las historias que escribo y en ese mundo que te gustaría vivir y que no vives.
P: ¿Aspiras a que sea tu única actividad en unos años?
R: No lo sé. El periodismo (y ahora en concreto la televisión) también me hace muy feliz y un campo alimenta al otro. A los periodistas se nos critica por escribir, pero yo creo que todo periodista puede ser escritor y en cambio no todo escritor puede ser periodista. En mi caso, ser periodista me ha ayudado en la construcción de las novelas: el saber preguntar lo concreto es periodismo. Ahora echo de menos escuchar más la calle, que antes me alimentaba mucho.
P: De hecho, la protagonista es abogada y tú fuiste periodista de tribunales.
R: Ella se rebela contra el poder pero a la vez cuestiona que la calle se tome la justicia por su mano. Esta novela reivindica las instituciones aunque critique a las personas. Me apetecía hacer una novela contemporánea, sobre todo lo que hemos vivido, que ha dejado un poso de rabia a nuestra generación, sin referentes en una clase política de la que nos podamos sentir orgullosos al margen de la ideología. Somos una generación huérfana de referentes públicos. No existen. Los que parecían que podían ser están liquidados diez años después.
P: En la novela hablas de los indignados. Ya no están. Del 15M al 4M.
R: La indignación ya no existe en las plazas, pero sí en las redes sociales, donde hay una indignación un poco cobarde, anónima, que no construye, una barra de bar donde la gente dice lo que le da la gana y no hay derecho de admisión, entra todo el mundo.
P: También mentas al poder…
R: Es un círculo pequeño que maneja los hilos de todo lo demás. Los poderosos se han movido de manera impune durante muchos años. De lo poco que han conseguido los indignados es evitar los abusos permanentes, el derroche constante, la ostentación con dinero público, coches, escoltas. Todo eso se ha acabado. Y a lo público hay que pedir contención porque es de todos y no es de nadie.
P: …a la Iglesia…
R: Es una crítica de nuestra generación: por qué la Iglesia no se ha adaptado a los tiempos, por qué no entiende las nuevas formas de amarse, los nuevos modelos de familia. Quizá porque es un club cuyas normas de admisión son esas y pretenden quedarse ahí. Y está bien. Es una opción. Pero yo, que tengo una formación católica, a veces he sentido incomprensión por las parejas homosexuales, por las mujeres, que no pueden oficiar. La crisis de vocaciones es una realidad. ¿Debe la Iglesia adaptarse a los tiempos? No sé si es una pregunta que alguien se está haciendo.
P: … y a la prensa. Citas a Heinrich Böll y la violencia de los titulares. Cada vez pasa más. ¿Es una enfermedad de la prensa?
R: Es una enfermedad de los periodistas, no echemos la culpa a la prensa. Es como cargar contra las instituciones: no, la culpa es de los que están dentro. Los periodistas quizá tengamos que entonar el mea culpa con algunas cosas: titular de manera agresiva, forzar mucho los titulares para conseguir más clics, no contrastar las informaciones. Todo eso nos lo tenemos que mirar. Ocurre por las prisas, porque se ha proletarizado la profesión, por la crisis económica del sector. Nosotros tenemos parte de responsabilidad, sobre todo si no queremos ser sustituidos por ciudadanos en las redes sociales. Tenemos que ponernos más en valor, y reivindicar el oficio. Y el ciudadano además tiene que entender que la información es un bien que tiene un valor.