Javier Bertucci es un pastor evangélico venezolano de 50 años y sonrisa de presentador de televisión. Un poco de eso también tiene, de hombre de la farándula, porque sus fieles están acostumbrados a escucharle en el púlpito, pero también en programas televisivos que compraba en canales comerciales y en los que aparecía a altas horas de la madrugada predicando la fe: "Voy a cambiar la política por los valores cristianos", solía recitar entre salmo y versículos predilectos.
Javier Bertucci apareció en la escena política de manera sorpresiva en las elecciones presidenciales de mayo de 2018, cuando se presentó como una alternativa a Nicolás Maduro y centró su campaña en la religión. Durante su gobierno, prometió "lograr un país de devotos"; con el evangelio como papel fundamental en el desarrollo de la sociedad venezolana. Además, prometió que, en caso de llegar a ser presidente de Venezuela, sería obligatorio emitir "la palabra" (del evangelio) todos los domingos, por radio y televisión.
Bertucci también hizo de la apertura de un canal humanitario para introducir alimentos y medicinas en Venezuela su leitmotiv de la campaña electoral, y prometió que la ayuda sería "cristiana" (y privada) y que provendría de iglesias de Corea del Sur y Suiza. También reconoció en su momento diálogos con Estados Unidos, cuando su fama política comenzó a ocupar portadas y a crear nervios entre el chavismo; pero de esos contactos solo mencionó que el gobierno de Donald Trump supeditó su ayuda a una previa victoria a Maduro. Nada fácil. "Yo no puedo ponerle una pistola en la cabeza", soltó el pastor en un pasillo al salir de una rueda de prensa.
Es un hombre que se autoproclama "conservador" y al que los que le conocen le califican como "amable, jovial, sereno" y hasta "tímido". Otros le llaman "raro", pero lo cierto es que el fenómeno Bertucci ha saltado con fuerza de las iglesias al escenario político y no parece que su figura vaya a desinflarse por el momento.
En mayo de 2018 fue la sorpresa absoluta en las urnas. Con su recién estrenado partido político "Esperanza por el Cambio", consiguió 1.015.895 votos, un 10,82% del total, en unas elecciones presidenciales con la abstención más alta de la historia del chavismo.
Ahora, acaba de presentar la alianza opositora más potente entre la marabunta de grupúsculos de oposición que existen en la actualidad en Venezuela con posicionamientos diversos frente a las elecciones parlamentarias del próximo 6 de diciembre. La opción de Bertucci es la de participar y su coalición se llama "Alianza Democrática", compuesta por los partidos Acción Democráctica, Copei (dos de los partidos con más solera e historia de Venezuela), Cambiemos, El Cambio y Avanzada Progresista, tremendamente dispares entre sí pero con un objetivo común: ganar la Asamblea Nacional y evitar que el oficialismo se haga con la mayoría de curules y termine controlando todos los poderes del país pasando a un totalitarismo de facto.
"Estamos jugando a la victoria", sostuvo el pastor tras la presentación de su grupo y de invitar formalmente al líder opositor Henrique Capriles a sumarse a ellos para terminar con Nicolás Maduro.
Bruno Gallo, número dos en la lista del partido Avanzada Progresista, miembro de esta coalición de Bertucci, reconoce a NIUS sus diferencias políticas con el pastor, pero cree que Esperanza por el Cambio es "una organización robusta, con liderazgos sólidos y con recursos humanos y tecnológicos". "Alguna vez fui maoísta y aprendí que hay que aliarse con quien sea para salir del enemigo común. Venezuela requiere una alianza amplia y diversa para enfrentar la amenaza del pensamiento único", sostiene Gallo.
Javier Bertucci era un desconocido para la política venezolana pero un pastor capaz de resucitar muertos y curar enfermedades como el cáncer para sus fieles de la iglesia Maranatha, su particular panteón con sede en la ciudad de Valencia, a unos 150 km de Caracas. Dirigiendo esta iglesia se hizo popular y famoso entre los evangélicos pentecostales, que no dejan de crecer en Venezuela.
De acuerdo a cifras del Consejo Evangélico, el protestantismo de esta rama religiosa, los Testigos de Jehová y los mormones, representaban en 1998 el 18% de la población venezolana. Para el 2006, la cifra habría aumentado al 29% disminuyendo la influencia de los católicos notablemente y siendo la doctrina pentecostal la que más crecimiento habría experimentado en los últimos años. Sin embargo, para el 2018, y según los últimos datos del Latinobarómetro, los católicos continúan siendo mayoría en Venezuela, con el 67% de la población religiosa del país.
La iglesia Maranatha construida por Bertucci ha cumplido 20 años, y cuando comenzó apenas contaba con 40 fieles. Hoy son más de 16.000 seguidores fervorosos que practican el "avivamiento" en pro de su líder indiscutible. El "avivamiento" es esa práctica tan habitual en las iglesias evangélicas que consiste en que el público canta a viva voz, levanta las manos y ora en voz alta y con frenesí llamando a Dios y al Espíritu Santo en las ceremonias multitudinarias que suelen tener lugar los domingos, y donde los fieles acuden para curar sus dolencias, tanto físicas como espirituales.
En el escenario de la iglesia emporio de Bertucci, junto a su púlpito, antes de que el aforo cerrase por el coronavirus, era habitual presenciar milagros de fe cada fin de semana protagonizados por el pastor político: enfermos curados de cualquier queja, demonios fuera de sus almas, exorcismos express para poder continuar con la rutina el lunes de resurrección.
El brazo humano y civil de la iglesia Maranatha lo fundó Bertucci en el año 2007 y se llama "El Evangelio Cambia", compuesto por fieles evangélicos de varias iglesias que se encargan del trabajo de calle, de atender las necesidades de los más pobres, pero que también es capaz de organizar jornadas en simultáneo hasta en 28 países, como la que hicieron en los carnavales de 2019. En aquel momento, organizaron una jornada universal de voluntariado y comunión entre sus miembros a la que llamaron "Evangelismo Global"; que se presentó como una alternativa al paganismo carnavalero y que estuvo liderada desde Venezuela por el pastor.
Pretendía lanzar un mensaje de los valores cristianos al mundo. En Venezuela, los participantes se retiraron en diferentes zonas vacacionales del interior del país, playas paradisiacas del caribe, hoteles, balnearios y zonas de interés turístico; y entre actividades de oración, música y danza, también repartieron sopas en las calles de las ciudades que ocuparon.
Lo de las sopas no era nuevo. Bertucci se había hecho famoso y había ocupado todos los titulares de prensa nacional e internacional repartiendo sopas durante la campaña electoral de las presidenciales de 2018. Lo hacía en mitad de un escenario de farándula, donde su personaje, siempre sonriente, con camisa blanca y pantalones vaqueros informales, aparecía en mítines rodeado de bailarines jóvenes que clamaban a Dios y a él por el progreso y el futuro. Sus cuencos llenos del líquido espeso y contundente con pedazos de pollo en un momento de extrema miseria, hambre y pobreza en Venezuela, surtieron efecto.
Para Guillermo Tell Avedaño, politólogo venezolano y profesor universitario, lo de repartir sopas es efectivo pero responde a una estrategia "populista, muy básica desde lo político, y sin mayor esfuerzo programático. A veces pareciera que Bertucci trata de ubicarse no con una ambición de poder nacional, sino con una ambición de quedar entre la oligarquía del poder, entre los sectores que han de ser consultados para las cosas", sostiene en entrevista con este medio.
Tell Avedaño considera que el líder religioso "no es un estadista de alto vuelo" y que su programa y su discurso "tienen sus limitaciones en el contenido político y en su visión del mundo. No sabemos qué opina, por ejemplo, ni cuál es su propuesta sobre la crisis petrolera, o cuál es su programa para la política exterior y la reconstrucción del país".
A su juicio, la decisión de Javier Bertucci de presentarse a las elecciones en 2018, ahora a las legislativas de diciembre y de fundar un partido político sólido, responde más bien a la idea de "protegerse y de incorporarse al sistema porque ha estado vinculado con negocios turbios y poco heterodoxos. Es una ruta a seguir en este tipo de Estados como el venezolano, mafiosos y vinculados a asuntos irregulares".
Efectivamente, la cara B de Javier Bertucci es que se ha visto salpicado por su presunta participación en negocios de contrabando por intentar enviar gasolina a República Dominicana (por eso fue acusado en 2010 y pasó tres días en prisión y seis meses en arresto domiciliario); y su nombre apareció también en el escándalo de los Papeles de Panamá cuando, según informa el medio de comunicación de investigación Armando.Info, "tanteó la posibilidad de presidir la empresa Stockwin Enterprices Inc, creada en 2012 y con un capital de cinco millones de dólares, que se dedicaría a la compra venta de todo tipo de insumos, pero en especial a la importación de materias primas del sector de alimentos". Según este mismo medio, Bertucci ha dejado huella de su faceta empresarial desde el año 2007, cuando apareció como representante de la empresa Minería HG 2.8 según el Registro Nacional de Contratistas y que vendía diluyentes para la mezcla de hidrocarburos. La empresa tenía sedes en Estados Unidos y Panamá y se dedicaba a la rama petroquímica, petrolera y de construcción.
Javier Bertucci siempre se ha amparado en la conocida como "Teología de la Prosperidad" cuando se le ha cuestionado por sus negocios empresariales. Esta teoría, propia de varios sectores de las iglesias pentecostales, y que defiende la idea de que toda persona tiene derecho a prosperar económicamente como resultado del esfuerzo por su trabajo; y que la libertad financiera de su iglesia e independencia económica se debe a su vínculo exclusivo con Dios y su compromiso con el otro, con el pobre, con el pueblo, al más puro estilo del "buen samaritano".
De la polémica Teología de la Prosperidad, habla en entrevista telefónica con NIUS Jordi Puig i Martin, investigador de Sociología de la Religión en la Universidad Autónoma de Barcelona. "Se trata de una teoría peligrosa porque sostiene que si una persona llega a tener poder político es una demostración de que está bendecido por Dios, y por lo tanto que su ideología política es la buena, la cierta".
Y sobre porqué los evangélicos y Bertucci se meten en política, sobre todo en los últimos años como un fenómeno predominante no solo en Venezuela sino en el resto de países del continente latinoamericano, Puig i Martin sostiene que "llegado el momento, se dan cuenta de que la política puede ser también un poderoso instrumento de evangelización".
"Vienen días de gloria", dijo el pastor de la iglesia Maranatha cuando se lanzó como candidato a las presidenciales. Dos años después, Venezuela está más pobre, más hastiada y con mayores deseos de cambio, pero también más frustrada e indecisa. El 56% de los venezolanos, según la última encuesta de Datanálisis, está dispuesto a ir a las urnas. Está por ver cuántos finalmente se movilizan en pro de un cambio y cuántos a favor del continuismo oficialista. La religión, sin duda, y la sonrisa divina y evangélica de Bertucci repartiendo sopas, jugarán un papel clave para la movilización contra un régimen con miedo a los designios inescrutables de lo divino y lo humano.