El invierno nuclear es un término que se refiere a las consecuencias climáticas de una guerra con armas nucleares. Es un concepto que se acuñó durante la Guerra Fría pero que nunca se ha llegado a producir, por suerte. Sin embargo, la escalada de la ofensiva de Rusia en Ucrania hace que el temor al invierno nuclear vuelva a surgir.
El invierno nuclear es un fenómeno climático que se produciría, según describieron los científicos en los años 80, tras el uso de armas nucleares. Estas generarían una enorme nube de ceniza y polvo que permanecerían en suspensión durante meses en la atmósfera, impidiendo que traspasara la luz solar.
La falta de energía solar sobre la tierra mataría a las plantas que no podrían hacer la fotosíntesis. Sin plantas se rompe la cadena alimenticia y animales, no solo los herbívoros, sino todos morirían de hambre. Algunos también desaparecerían por dificultades para respirar.
Esta teoría del invierno nuclear surgió de las investigaciones de Paul J. Crutzen y John Birks en 1982, que además alertaron de incendios masivos que afectarían a las capas bajas de la atmósfera. No obstante, fueron Owen B. Toon y Richard P. Turco quienes acuñaron la expresión invierno nuclear en 1982.
Y Vladímir Aleksándrov y Gueorgui Stenchikov hicieron simulaciones de esta amenaza. Los distintos estudios sobre este asunto en los años 80 llevaron al presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan y al ruso, Mijaíl Gorbachov, a iniciar los tratados de desarme nuclear.
Estudios posteriores, ya en este siglo, advierten de que solo pequeñas bombas nucleares serían suficientes para producir el enfriamiento de la tierra debido a la falta de luz solar llevando a una pequeña edad de hielo con una importante bajada de temperaturas.
Investigaciones más actuales señalan que las nubes que se formarían por las bombas nucleares durarían mucho más de lo que predijeron los científicos en los años 80.