Los papas también miran a la Luna
Nuestro calendario fue inaugurado por el papa Gregorio XIII
Los papas de Roma siempre han mostrado especial atención a la observación del universo
Cuatro monjas se dedicaron a documentar 50.000 estrellas que habían observado sus colegas desde el Observatorio del Vaticano
Fijando la vista en el suelo dan pocas ganas de perderse a buscar en lo alto. En el espacio mundano están los espléndidos jardines de Castel Gandolfo, tradicional residencia veraniega de los papas. Unos metros por encima, una cúpula abatible se abre bajo el primer gran telescopio adquirido por la Santa Sede. Lleva fecha de finales del siglo XIX, en plena exploración de los límites humanos, cuando las naciones se propusieron conocer el universo. Y el Vaticano no fue menos.
Pero entonces, mientras el resto de países disputaban un sprint por estudiar las estrellas, para los antiguos Estados Pontificios se trataba de una carrera de fondo. La primera experiencia de este tipo se remonta a 1578, cuando Gregorio XIII se dispuso a cambiar el sentido del tiempo. Ya no sólo es que los ritmos para los pontífices discurran de modo distinto, sino que hubo una época en la que directamente determinaron el calendario.
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El calendario gregoriano
Hasta ese momento se utilizó el modelo implantado por Julio César, que a su vez lo había copiado de los antiguos egipcios. Cada año duraba exactamente 365 días, pero con el paso de los siglos la llegada de las estaciones cada vez tenía un desfase mayor. Gregorio XIII se dio cuenta. Ordenó construir en el Vaticano la Torre de los Vientos, donde se alojó uno de los primeros telescopios del mundo, estudió el sistema solar y decretó una reforma radical del calendario.
Imaginen acostarse un 4 de octubre y despertarse el 15 del mismo mes, como les ocurrió a sus ancestros en 1582.
Se establecieron los años bisiestos y para corregir la diferencia se suprimieron 10 días. Imaginen acostarse un 4 de octubre y despertarse el 15 del mismo mes, como les ocurrió a sus ancestros en 1582. Este sistema, el calendario gregoriano, es el mismo que seguimos usando hoy.
Hablamos de los tiempos de Galileo Galilei y Giordano Bruno, a quien la Inquisición condenó a morir en la hoguera. Y, sin embargo, el Vaticano ya tenía a su equipo de astrónomos a pleno rendimiento. “La Iglesia siempre ha prestado atención por este tema. Como decía Galileo, ciencia y religión son dos ámbitos distintos. La Biblia dice cómo se va al cielo, mientras que los científicos explican cómo funcionan los cielos”, asegura Gabriele Gionti, cosmólogo del actual observatorio vaticano.
Otras prioridades
Después, cuando a los papas les entró la fiebre urbanística se olvidaron del estudio de los cielos. Durante el esplendor del Barroco quedó configurada la que es todavía hoy la Roma más monumental. Y no había tiempo para mucho más.
En 1774 Clemente XIV ordenó la fundación del Observatorio Pontificio del Colegio Romano, un centro de estudios ubicado en el centro de la capital, que actualmente sirve como colegio electoral para personalidades de la alta burguesía como Silvio Berlusconi. El Colegio Romano es propiedad de los jesuitas, por lo que desde entonces estos controlan el estudio astronómico en el Vaticano. Así hasta finales del XIX, cuando en pleno modernismo este mundo se empezó a quedar pequeño.
Hacia la carrera espacial
A las puertas del cambio de siglo, un grupo de 18 países puso en marcha un proyecto llamado Carte du ciel, una especie de 'Tratado de Versalles' del universo, por el que las naciones se repartieron el espacio estelar con el objetivo de dibujar un mapa completo. “Por un lado, la Iglesia quería mostrar que ama y abraza la ciencia; y por otro, los historiadores explican que en un momento convulso tras la desaparición de los Estados Pontificios, el Vaticano no se podía quedar atrás en esta carrera”, cuenta Paul Mueller, vicedirector de la institución.
Los muros vaticanos acogieron cinco torres de estudio y en 1891 la Santa Sede refundó el observatorio astronómico. La mano de obra la fueron a buscar al Instituto Maria Bambina de Milán, de donde procedían las cuatro monjas que durante una década se dedicaron a documentar 50.000 estrellas que sus colegas habían observado a través de las lentes.
En las paredes del actual centro de observación, una fotografía de Emilia Ponzoni, Regina Colombo, Concetta Finardi y Luigia Panceri da fe de la epopeya. Fue uno de los últimos trabajos realizados desde la Ciudad del Vaticano, porque en 1935 la contaminación lumínica obligó a trasladarse a Castel Gandolfo, en las colinas que circundan Roma.
Mirando a la Luna
Qué mejor plan para una noche de verano que pasear por los jardines del palacio pontificio y observar las estrellas, debieron pensar los papas. La foto de aquel 20 de julio de 1969 en el que Pablo VI miraba por uno de los telescopios mientras el Apolo 11 llegaba a la Luna también decora la biblioteca del observatorio.
En el tradicional rezo del Ángelus, el papa se preguntó entonces por el cosmos. Pablo VI dijo entonces que el alunizaje fue un “día grande para la humanidad” y Francisco defiende ahora que la efeméride debe servir para afrontar “retos mayores” como la protección de “nuestra casa común”.
La Santa Sede ha trasladado su actividad al desierto de Tucson, en Arizona.
Como ocurrió en el Vaticano, también ahora en Castel Gandolfo hay tal exceso de luz que los cuatro telescopios que acoge resultan inservibles. La Santa Sede ha trasladado su actividad al desierto de Tucson, en Arizona, aunque desde hace décadas este observatorio acoge conferencias y presentaciones de estudios científicos. Además, desde este verano los turistas lo pueden visitar por las noches.
“Hace años publicamos un libro llamado ‘¿Bautizaréis un extraterrestre?’ Y siempre hemos respondido que sólo lo haremos si él quiere. No hemos descubierto hasta ahora vida más allá de nuestro planeta, pero en un universo así de grande mi impresión es que es muy probable”, asegura Paul Mueller.
Francisco, poco dado al retiro veraniego, ya no se deja caer por aquí. Desde el Vaticano se mira al cielo, aunque de distinta manera.