La Rusia de Putin ha celebrado a lo grande el día de la victoria contra el nazismo. Setenta y siete años después de la guerra mundial, los desfiles militares recuerdan la marcialidad propia de la URSS. El recuperado himno soviético, y toda la parafernalia de banderas rojas con la hoz y el martillo evocan ese tiempo cada vez más presente en la mentalidad colectiva de los rusos que han acompañado al presidente Putin en los festejos. Una marcha atrás en la historia protagonizada por un presidente determinado en confundir la atacada y destruida Ucrania y la Alemania Nazi. No ha cesado la guerra en Ucrania en el día de la victoria, pero tampoco se ha declarado la guerra total.
No había victorias que proclamar en el día de la victoria. Quizás por ello el desfile ha sido más discreto de lo habitual y el discurso de Putin apenas ha ofrecido novedades. El líder ruso no ha declarado oficialmente la guerra, lo que hubiese supuesto la movilización general de tropas. Y ha culpado a Occidente de forzarle a lanzar la que sigue llamando "operación militar especial" en Ucrania. "El bloque de la OTAN empezó un despliegue militar en territorios vecinos. Era una amenaza absolutamente inaceptable para nosotros y justo en nuestras fronteras".
Putin ha interrumpido su alocución con un minuto de silencio por los militares rusos muertos en los combates y ha prometido ayudas a sus familias. Entre el armamento que ha cruzado la Plaza Roja han destacado los misiles de largo alcance con capacidad nuclear. No se ha visto a los aviones que iban a formar en el cielo la letra "Zeta", el símbolo de la invasión rusa. Según el Kremlin, una capa de nubes bajas les ha impedido volar.
El constante machaque de la artillería rusa sobre cada rincón de Lugansk es lo que se ha mantenido. Y así, a sangre y fuego, a costa de reducirlo todo a escombros, van cayendo estas pequeñas aldeas, donde los soldados del Kremlin se apresuran a plantar la hoz y el martillo para presumir de sus pírricos triunfos: el pueblo más grande que ha caído en las últimas horas, Popasna, no supera los 20.000 habitantes. Las grandes ciudades como Severondestk o Lysichans aún resisten y los ucranianos se esfuerzan por defenderlas, gracias al armamento donado por Occidente.
Pero no pueden librar a Odesa de los bombardeos. Ni pueden devolver ya la vida a los miles de muertos enterrados en fosas comunes alrededor de Mariúpol donde siguen atrincherados los defensores de la planta siderúrgica de Azovstal , cada día un poco más pálidos y demacrados.
El Ejército ruso ha atacado este lunes la segunda mayor refinería de Ucrania, situada en la ciudad de Lisichansk, en la provincia oriental de Lugansk, escenario de duros enfrentamientos desde el inicio de la invasión. Como resultado del fuego de artillería ruso, las instalaciones de la refinería están ardiendo y existe riesgo de explosión, según ha afirmado la Defensora del Pueblo ucraniana, Ludmyla Denisova, en un mensaje en redes sociales. Denisova, que acompaña su publicación de una foto en la que puede verse un fuego en unas instalaciones industriales, indicó que no es posible extinguir el incendio porque los ataques rusos todavía persisten.