Hasta 8.000 militares llegaron a estar desplegados en un día en Balmis, la mayor misión del Ejército en democracia. Como Sergi, Salvador, Manuel y Luis, que desinfectaron, patrullaron, pilotaron y coordinaron en unas semanas de miedo e incertidumbre de las que han aprendido, dicen, muchas lecciones.
En un intento por resumir la operación con el nombre del médico español que llevó al mundo la vacuna de la viruela, Efe ha hablado con cuatro de sus protagonistas, militares de la UME que protagonizaron algunas de las 20.000 actuaciones en los 98 días de Balmis. Los que estuvieron a pie de calle sitúan los momentos más difíciles en esas semanas de marzo de hospitales saturados, cuando fueron testigos de la situación "dramática" en las residencias de mayores. "Impresiona ver cómo un país de la categoría del nuestro se puede ver en esas circunstancias tan difíciles".
El que habla es el comandante Luis Rodríguez Álvarez de Lara, al frente de un equipo de la UME de 145 personas especializado en riesgo biológico que se ha encargado de desinfectar y de trasladar enfermos y fallecidos, sobre todo en Madrid.
Si se le pide mirar atrás le vienen esas noches de marzo en las que llegaron a trasladar 200 pacientes y no sabe cuántos fallecidos. En total, dice, los suyos transportaron 1.500 cuerpos a las morgues provisionales instaladas en edificios como el Palacio de Hielo. "Veo algo que nunca quería haber visto, algo para lo que me he preparado y que he tenido que hacer dentro de mi propio país, sabiendo que ha ocurrido en todo el mundo. Es duro, pero también me hace sentir orgulloso de la preparación que teníamos todos", asegura este segoviano de 45 años.
En su cabeza quedó grabado el momento en que les dijeron que iban a trasladar cadáveres consumidos por la COVID-19. "Tienes que asumir que tienes que hacer esa tarea", un trago que, una vez digerido, cumplieron "con el máximo cariño". "Cada fallecido para nosotros era como un compañero más, como si nos conociéramos".
Su Grupo de Intervención en Emergencias Tecnológicas y Medioambientales, acostumbrado a ponerse equipos de protección individual (EPI) y formado para lidiar con enemigos invisibles, ya estaba listo antes del estado de alarma. "Ya partíamos de tener todo preparado. Durante las semanas anteriores habíamos hecho un seguimiento de todo lo que estaba ocurriendo, tanto en China como luego en Italia. Al prever cerca la amenaza ya habíamos preparado los equipos para hacer desinfecciones y ayuda a la población".
Por eso el primer día salieron a las calles y el segundo se pusieron a desinfectar, en muchos casos residencias de mayores donde se encontraron una "situación bastante dramática". "Una cosa es estar preparado y otra es vivirlo", dice recordando esas intervenciones que les pusieron en "situaciones límite" que dejan huella.
Ahí entró el equipo de psicólogos de la UME. Cada día, los soldados hablaban de lo que habían visto para no dejar "nada dentro". "Éramos sinceros unos con otros de las sensaciones que teníamos y esa tensión que se podía acumular se ha ido minimizando", asegura Luis.
De Balmis, se queda con la ilusión en las caras de sus compañeros, el "vamos a por otro día" de por las mañanas en unas jornadas en que "nadie miraba el reloj". La tragedia, añade, ha hecho que salieran "más fuertes", porque "aquí las individualidades no valen".
La Guardia Real se ha estrenado en Balmis patrullando las calles. Por primera vez, los que se encargan de la seguridad del rey han salido de su sede en El Pardo para vigilar parques a caballo y visitar residencias de mayores. Como el teniente Salvador Contreras, a cargo de una de sus secciones. "Éramos los nuevos", dice evocando la reacción de sorpresa de los madrileños al ver a militares en lugar de policías.
Y si les chocaban los uniformes castrenses, la sensación se multiplicaba al toparse con los "mosqueteros". "La gente asocia la Guardia Real a su majestad el rey y, al final, eso impone más todavía", opina Salvador, que se encontró con confusión en las calles cuando le tocó liderar el grupo a finales de marzo.
"No tenían claro qué cosas podían hacer, ante tanta noticia y vorágine de actualizaciones diarias", relata este malagueño de 28 años. Tuvo, recuerda, que echar mano de la empatía para lidiar con situaciones como la de una mujer con su perro paseando a 4 kilómetros de casa. "Nos decía, con lágrimas en los ojos, que no podía más, que estaba frustrada de llevar un mes confinada".
Pero esa imagen queda muy lejos de las más duras que vivió Salvador. Fueron en los centros de mayores que visitaba para conocer su situación. Allí se encontró con "residencias desbordadas", algunas con "fallecidos con 24 o 36 horas sin retirar", los mismos días en que la ministra de Defensa, Margarita Robles, denunció que sus militares habían hallado ancianos muertos en sus camas.
Salvador y su equipo se encargaron entonces de agilizar el proceso para poder trasladar los cuerpos con seguridad. "Se veía a los directores de esas residencias abatidos tras muchos días luchando y sin ver un final cercano. Era bastante duro la verdad", confiesa.
Para este guardia real, a quien su madre llamaba todos los días desde Málaga para pedirle que tomara todas las medidas de protección "multiplicadas por diez", Balmis ha sido "un honor" y una enseñanza. "Nos lo llevamos como bagaje" porque "al final esto fortalece". "De todo se aprende y se gana experiencia".
Manuel Navarro, piloto del Ala 13 de Zaragoza, reconoce que tuvo la "suerte" de no haber sido testigo del drama en primera persona porque su labor en Balmis, entre bambalinas, fue traer a España material sanitario cuando aquí no había.
Lo hizo al mando de los gigantes A400 y recuerda el primer vuelo a China, a finales de marzo, como "una odisea". "Estábamos en pleno 'boom' de la pandemia, no había de nada, ni test rápidos ni material, era muy difícil conseguir cualquier tipo de ayuda". Y cuando por fin se encontró un vendedor, había que planear un vuelo con escalas "muy complejo" que duró nada menos que 80 horas, la mitad de ellas en el aire.
Es el más largo que ha hecho este comandante de 39 años, que no olvidará su llegada al aeropuerto de Shangai, donde les esperaba un "miniejército de personas" para ayudar a meter en el avión tres millones de test del coronavirus.
Antes de despegar de España, les pusieron sobre aviso de que una suerte de "mercenarios" les ofrecerían dinero en la ciudad china por venderles el material, aunque sabían, dice Manuel, "que con un militar hay poco que negociar".
Tuvo que dormir con los otros siete tripulantes en la cabina de carga, cada uno en su saco, parando a la vuelta para repostar en medio de la estepa rusa, en una ciudad cerca de Mongolia completamente cubierta de nieve. "Nos pegamos una buena paliza". Ese fue el primero de las dos decenas de vuelos operados por el Ala 31 para traer material de países como Alemania, República Checa o Lituania, con los que este piloto dice haber "aprendido muchísimo" de cara al futuro. "Ya sabremos a qué nos enfrentamos y estaremos seguro listos antes y mejor".
Al soldado Sergi Rodríguez la operación Balmis le pilló recién llegado. Con sus 21 años, lleva uno y medio en el cuartel del Bruc de Barcelona, desde donde cada día salía con sus compañeros a desinfectar residencias, hospitales y otras instalaciones.
"Fue emocionante", explica a Efe por videoconferencia, porque pudo demostrar a los demás la razón que le llevó a meterse en el Ejército de Tierra: "Ayudar a las personas que lo necesiten". Eso le hizo vivir las jornadas interminables de trabajo de hasta 12 horas "con mucho orgullo" y confiesa que en algunos momentos se emocionó.
Una vez más, las situaciones más duras las vivió en un geriátrico. "Nos dijeron que habían fallecido ya varias personas", recuerda algo triste para pasar al momento más bonito, cuando unos vecinos de Esplugas de Llobregat les aplaudieron al salir de una residencia de estudiantes. Y destaca una palabra aprendida de estos meses: solidaridad. "Es uno de los valores que promueve el Ejército y que hemos podido compartir con la gente a la que hemos ayudado".